La
Vigencia Histórica del Marxismo
Al cumplirse el
14 de marzo cien años de la muerte en
Londres de Carlos Marx, el Partido decidió
valerse de la conmemoración para estudiar y
difundir los hallazgos del genial alemán,
cuyo sistema de pensamiento, designado
honoríficamente con su nombre, alumbra la
lucha emancipadora del proletariado. Con tal
motivo se constituyó una comisión para que
coordinara las múltiples actividades con que
celebramos la efemérides. Entre las
orientaciones impartidas por el Comité
Ejecutivo Central se destacó la de no
limitar la campaña educativa a los textos de
Marx y Engels, sino ampliarla y sustentarla
con los acopios posteriores de sus
principales discípulos, Lenin, Stalin y Mao.
Recomendación pertinente, pues se trata es
de remarcar la trascendencia del marxismo.
¿Y de qué modo mejor que el de empezar por
reconocer los reportes sobre los magnos
transformadores sociales que debieron sus
éxitos al rigor con que interpretaron las
instrucciones de aquéllos y a la lealtad con
que los defendieron?
Los
ideólogos de la burguesía, ante la
arrolladora ascendencia del creador del
socialismo científico, acrecida con el
paso del tiempo, lejos de ignorar sus
prédicas cual lo intentaron en sus albores
con la "conspiración del silencio", ahora
se empeñan en pervertirlas, desligándolas
de las "impurezas" y "atrocidades" de sus
continuadores y absorbiéndoles su savia
revolucionaria. Reducir el marxismo a las
ejecutorias de los expositores del Manifiesto
Comunista, además
de despojarlo de su verdadera dimensión
histórica, significaría negarle su
infinita capacidad de desarrollo.
Si ha habido un método ideológico
que cimiente su pujanza en
la ninguna resistencia a la evolución; en la
predisposición a ajustarse o aprovecharse de
las modificaciones que traen consigo los
procesos naturales y sociales y los
adelantos de las ciencias, ésa es la
concepción del mundo elaborada por Marx y
Engels. No configura un dogma cerrado o
acabado al que ya nada ni nadie consigue
enriquecer, o que se marchite ante la marcha
incesante de los acontecimientos. Su
fundamento materia lista y dialéctico le
permite mantenerse al día y a la vanguardia
del combate por los cambios en la naturaleza
y la sociedad, y requiere, por ende, de las
contribuciones que de cuando en cuando
efectúan los portadores del progreso de los
diversos países. Existe sólo a condición de
que se innove. De ahí el interés que
muestran las capas "cultas" para mantenerlo,
contrariando su esencia, como un compendio
disecado, sobre el que suena bueno lucubrar
doctoralmente, mas al que hay que anularle
cualquier incidencia creadora en los hitos
de la revolución mundial, mientras no sea
para achacarle los fracasos. Pero el pleito
es gratuito. Los sucesos de aproximadamente
ciento cuarenta años, desde el momento en
que aquél quedara estructurado en sus rasgos
fundamentales hasta hoy, ponen de manifiesto
sus inmensas repercusiones, y que, distante
de perder lozanía, se halla cada vez más
resplandeciente, más actualizado, más
victorioso. Justamente la frustración de las
grandes gestaciones revolucionarias en dicho
transcurso han de abonársele a la revisión u
omisión del marxismo y no a su puntual
observancia.
Los lineamientos teóricos
dilucidados por los autores de La
ideología alemana comienzan
a perfilarse en el periodo en que las masas
obreras de las naciones industrializadas de
entonces ensayaban sus ataques contra el
orden burgués establecido; contra ese mismo
orden tras el cual se habían movilizado a la
zaga de sus explotadores durante las
rebeliones antifeudales, y que luego, sin
comprenderlo muy bien, se volvía contra
ellas y aparecía como la primera causa de su
sojuzgación y la razón última de todas sus
desgracias. La "igualdad" prometida no era
más que un formalismo legal para encubrir la
esclavitud asalariada. La "libertad"
estatuida garantizaba únicamente las
transacciones mercantiles del capitalismo,
en las que al trabajador se le estima cual
una mercancía más. Y la tan socorrida
"fraternidad", prohibida para los
desposeídos, no pasaba de ser la que brinda
el dinero. El proletariado europeo salta a
la palestra en las décadas iniciales del
siglo XIX y por su cuenta y riesgo emprende
los embates contra la nueva extorsión
sacralizada, pregonando con su rebeldía el
asomo de un enorme sector social que, a
semejanza de los anteriores, se reservaba
también el derecho a moldear el mundo
conforme a sus propias conveniencias. Con
dos diferenciaciones: una, que nunca antes
se lo había propuesto ni podía proponérselo
la fuerza esclava de la sociedad; y otra,
que el triunfo suyo, la instauración de la
dictadura de dicha fuerza, desembocará en el
término de todo tipo de explotación entre
los hombres y por tanto en la supresión de
las clases. A Marx le corresponde la
distinción de proporcionarle el sustento a
esta lucha y de dotar, a los artífices
recién surgidos, de los materiales
ideológicos indispensables con qué culminar
la obra transmutatoria. El marxismo, que no
irrumpe en ninguna otra época pretérita por
ausencia de las condiciones reales que lo
hicieron posible, inaugura una era entera en
la historia de la humanidad. De no haber
sido del cerebro germano nacido en Tréveris
el 5 de mayo de 1818, aquellas herramientas
espirituales hubieran brotado de cualquier
otro, porque toda alteración en la
estructura económica se refleja
inexorablemente en las instituciones y demás
campos de la actividad social, con sus
respectivos conflictos entre segmentos de la
población, bandos, dirigentes, ideas, etc.,
y el proletariado de cualquier modo se
habría armado y pertrechado para su justa.
Esto no lo ignoramos; pero asimismo podemos
estar seguros de que la contextura marxista
en que encarnó tal necesidad histórica luce
irreemplazable por la hondura del examen, la
vastedad de los temas, la belleza de la
forma. Para lograrlo Marx ha de empeñarse en
el análisis del capitalismo y probar que
éste no integra la etapa definitiva sino que
representa un escalón más del desarrollo, y
que, cual los precedentes, nace y perece al
cumplir su cielo, Acaba con los, sueños de
la eternización del régimen burgués, al
verificar que éste, al igual que los otros,
perecerá cuando el incremento constante de
las fuerzas productivas se vea estancado por
las relaciones de producción que antes lo
favorecían. Máxima ley de todos los sistemas
que han prevalecido y que bajo el
capitalismo se expresa particularmente en la
antítesis entre el alto grado a que llega la
socialización de la producción, de una
parte, y de la otra, la distribución
anárquica y la apropiación individual de los
instrumentos y medios de la misma.
Aun cuando aquellos criterios
estaban llamados a revolucionar toda la
historiografía anterior, librándola del
idealismo y de la metafísica y
descubriéndole su hilo conductor con arreglo
al cual se mueve, el autor de El Capital, en
lugar de pretermitir las prodigiosas
conquistas del conocimiento, se apoya en
ellas y de ellas parte para erigir su
edificio conceptual. En este sentido el
marxismo es fruto y semilla de lo mejor del
intelecto humano, del cual recoge cuanto
fuere rescatable, desechando lo que riña con
la realidad o la falsee, y al cual le
retribuye generosamente, tan sólo
restringido por las limitaciones y el penoso
ascenso del saber científico. Así como Marx
fue implacable con toda superstición
religiosa, filosófica o de cualquier otra
índole, recibía con gozo juvenil las
revelaciones de un Darwin, de un Morgan o de
un Laplace. Hereda la dialéctica hegeliana,
pero la voltea, ya que, cual él mismo decía,
se hallaba invertida, con los pies hacia
arriba, corrigiéndole su arrevesada
inspiración idealista. De Feuerbach adopta
su postura materialista en la medida en que
ciertamente lo era. Y de la conjunción de
estas porciones incompletas de la filosofía
alemana acopla su clarividente y armónica
concepción y su método elemental y exacto:
el materialismo histórico y dialéctico. Es
la materia la que gobierna al. espíritu, no
al contrario; y nada está estático sino que
todo circula y se modifica permanentemente.
Marx halló que la primera necesidad de los
hombres estriba en proveer los medios con
qué mantenerse y procrearse, para lo cual
han de entrar en determinadas relaciones
entre sí, el piso real que condiciona el
resto de las manifestaciones sociales, como
el Estado, la política, la cultura, en suma,
la superestructura de la sociedad. Aunque
las alteraciones en la base económica
acarrean las mutaciones en la
superestructura, y ello sea lo principal,
ésta también evoluciona por sí misma e
incide sobre aquélla, y a veces de manera
decisiva, cual sucede en los desenlaces
revolucionarios. Otro tanto pasa en la
naturaleza, en donde las cosas cambian y se
influencian mutuamente, alternándose los
papeles en el curso de su desenvolvimiento.
Lo que ora es efecto, luego actúa de causa y
viceversa. Lo que se desempeña como general
en un contexto, en otro lo hace de
particular. Lo que ayer fue especie, mañana
será familia, y así hasta el infinito. Tal
la dialéctica de los procesos materiales que
se reflejan en la dialéctica del
pensamiento, síntesis suprema en que, en
virtud del marxismo, culminan milenios de
vigilias y divagaciones filosóficas.
Asimismo, ayudándose con el repaso
crítico de la economía política inglesa y
desarrollando los ingentes esfuerzos
investigativos al respecto, el redactor en
jefe de la Gaceta
del Rin desentraña
los misterios del valor de uso y del valor
de las mercancías como sustratos,
respectivamente, del trabajo concreto o útil
y del trabajo abstracto o social; y corre el
velo al secreto de la ganancia y del
enriquecimiento del capitalista al averiguar
la plusvalía y al explicar cómo ésta no es
más que la parte no retribuida del trabajo
del obrero, y que acumulada en las manos de
aquél se convierte en fuente de la fortuna y
la omnipotencia de unos pocos y de la ruina
y el sometimiento de muchos. El asalariado
vende su fuerza de trabajo, una mercancía
cuyo costo equivale al mantenimiento suyo y
de su familia y que al usarse, o consumirse
en trabajo, crea un producto superior, con
el cual se cubre dicho costo, quedando un
excedente, que es el que se embolsa el dueño
de la fábrica. A la par con la acumulación
capitalista ocurren el auge constante y
acelerado de la producción, la relegación
del operario por la máquina y el. descenso
de la cuota de ganancia, fenómenos que se
traducen en crisis periódicas que obligan al
capitalismo a suspender drásticamente su
carrera, la que reinicia de nuevo, sólo
después de que haya eliminado buena cantidad
de sus fuerzas productivas con la quiebra de
las empresas y el despido de los obreros. Un
modo económico que condena a la indigencia a
millones y millones de personas a tiempo que
permite la mayor eclosión de bienes;
riquezas colosales que carecen de pronto de
quiénes las compren y disfruten, y
muchedumbres abigarradas de hambrientos que
sucumben ante una opulencia jamás vista. Un
modo económico que tiene que sacudirse
traumáticamente sus propios progresos y que
mientras más se desarrolla más evidencia la
indefectibilidad de una organización social
distinta que encauce y se compadezca de
tales progresos.
Marx prohija los anhelos del
socialismo francés de erradicar las
arbitrariedades que se han hecho patentes en
el ordenamiento plantado sobre la
explotación burguesa. Mas le reprocha sus
quimeras; sus "falansterios", bancos
proudhonianos de intercambio y demás
panaceas inventadas al margen del curso
económico y de la pugna entre los
antagónicos estratos sociales; sus ilusiones
de convencer a los expoliadores para que
voluntariamente se'comidan a abrazar el
evangelio de una virtuosa y filantrópica
justicia. Contra tan pueriles uarribaías
socialistas intercede por un socialismo
científico, que sea la resultante natural
del discurrir histórico, la ulterior
construcción orientada sobre lo legado por
el capitalismo fenecido, que se abra paso a
través de la lucha de clases y distinga en
el proletariado a su beneficiario, el agente
que ha de encargarse de imponerlo. Las
revoluciones del siglo XX, la rusa y la
china entre ellas, refrendaron estas
soberbias deducciones, así como han
ratificado, junto con los extraordinarios
avances de la ciencia en los más disímiles
campos, las certezas y la utilidad de la
metodología materialista y dialéctica. ¿Y
quién niega, por ejemplo, que el crac de
1930, o los trastornos recesivos de 1970, o
los de 1975, o los que en la actualidad
afectan turbulentamente a los países más
desarrollados, no son una palmaria
demostración de las teorías marxistas, pese
a que el capitalismo se ha trocado en
monopólico y contabiliza a su haber los
incalculables recursos hurtados a los
pueblos sometidos del orbe?
(1) Editorial
escrito por Francisco Mosquera y publicado
en Tribuna
Roja N' 45 de
marzo de 1983.
UNA
GUIA PARA LA ACCIÓN
Debido a que no desciende de los
reinos celestiales, como han sobrevenido las
esotéricas doctrinas que buscan en los
designios divinos la clave de las candentes
incógnitas de la creación, y a que, en
cambio, germina en la tierra fértil de la
realidad, de donde desarraiga sus postulados
en lugar de preconcebirlos, el marxismo
engloba conclusiones, verdades y
diagnósticos aplicables a las diversas
circunstancias existentes, de los cuales nos
servimos a objeto de descifrar las
peculiaridades específicas de nuestro país y
de nuestra causa. Y debido también a que su
estilo investigativo exige la evaluación
concreta de las condiciones concretas y da
por sentado que éstas varían de acuerdo con
sus leyes internas y sus relaciones
externas, si lo esgrimimos adecuadamente,
calaremos las diferencias o analogías de
Colombia con los demás Estados y el sentido
y la velocidad con que aquéllas se alteran.
Cuando en la segunda mitad de la
década del sesenta rebatíamos los embrollos
de grupos camilistas que, como Golconda,
apostrofaban contra el rol dirigente del
proletariado en el proceso revolucionario,
no hacíamos otra cosa que recurrir a los
asertos marxistas, que confirman de qué
manera las huestes obreras crecen y se
robustecen constantemente con la expansión
de la industria mientras las otras clases se
descomponen sin remedio. ¿Y qué hemos hecho
cuando catalogamos a Colombia de nación
neocolonial y semifeudal que gira en la
órbita del imperialismo norteamericano, y de
nueva democracia a la revolución que nos
compete impulsar en esta etapa? Pues
efectuar, con la asistencia de esa "guía
para la acción", la auscultación económica
de los modos de producción prevalecientes en
el país; identificar las disparidades de
éste frente a las repúblicas capitalistas
desarrolladas y sus similitudes con los
pueblos del Tercer Mundo; distinguir las
fuerzas sociales y discernir exactamente sus
contradictorias funciones en la brega;
preservar y hallar compatible la dirección
proletaria con la naturaleza
democrático-burguesa de la revolución;
captar o inaceptable y estéril de querer
brincarse etapas y pretender prescindir
subjetivamente de cierto grado de
capitalismo nacional, mientras éste cumpla
aún una misión positiva y no haya agotado su
decurso; comprender que la mayor urgencia de
Colombia consiste en alcanzar la plena
independencia y la cabal soberanía, cuyo
cometido requiere de la colaboración de
todas las clases, capas y sectores
patrióticos y revolucionarios; prever que el
régimen democrático que instauraremos se
transformará en la sociedad socialista del
futuro, y, en fin, ubicar y atender todos y
cada uno de los tópicos esenciales en los
que descansa la suerte de las masas y del
Partido. Y a esto, no hace mucho,
calificaban los trotskistas colombianos de
falta de originalidad o de calco mecánico,
ya que admitimos la presencia de una
burguesía nacional en nuestro medio,
susceptible de aliarse con nosotros en la
pelea por la liberación y contra el
desvalijamiento imperialista, lo cual
coincide con lo que refiere Mao de la China
de antes de 1949. Se les ocurría exagerada
postración a lo extranjero, demasiada
enajenación mental, el colmo del culto al
dogma, que tomáramos del gran timonel chino
sus aseveraciones y procedimientos, en
cuanto guardan de universales, para
auxiliarnos al indagar por nuestras propias
características, así como aquél los tomara
de Stalin y Lenin, y éstos, a su turno, de
Marx y Engels.
Se torna gratificante recordar
tales episodios en el centenario de la
muerte del director fundador de la Nueva
Gaceta del Rin, porque
esos mismos socialisteros a ultranza se
transmudaron posteriormente en fervorosos y
cercanos compinches de los revisionistas
criollos, quienes han andado siempre tras
las huellas de las más exóticas banderías
burguesas, repitiendo la monserga liberal
sobre los lunares o los dones de la
democracia oligárquica y sobre las fórmulas
para recomponerla, o matizando hasta más no
poder la contraposición que media entre el
régimen representativo burgués y el popular
y revolucionario que precisa Colombia y por
el cual ya vienen contendiendo valiosos y
masivos sectores de la población. Tamaña
confusión y tamaño envilecimiento se han
reputado cual inteligentísima maniobra para
ensamblar el frente único y unir a los
explotados y oprimidos, pero en el fondo,
fuera de entregar las riendas a la burguesía
aliada y suprimir de un tajo la hegemonía
obrera en la conducción de la alianza
patriótica, denotan el vacío absoluto de una
política de principios, el desprecio
olímpico por la teoría, en una palabra, el
supino desconocimiento del marxismo, junto a
la más pedante, superficial y estridente
agitación de éste.
Una cosa es que de la disección
que llevemos a efecto de la economía y de la
conducta de las clases saquemos el proyecto
general estratégico y táctico, y por ello
advirtamos de la presencia de un fragmento
burgués, constreñido por el imperialismo y
marginado del mando, al que habremos de
aproximar, facilitando su concurso con un
programa democrático indicado, y otra
diametralmente distinta secundar sus
opiniones retardatarias y correr tras él,
sobre todo cuando se pliega dócil a la
reacción gobernante y le da la espalda a la
revolución. Entonces no queda más disyuntiva
que enmendarle la plana, impugnando sus
vacilaciones e inclinaciones inmanentes a su
condición social, y romper el acuerdo, si lo
hay, a la espera de que pase la resaca y
soplen los vientos benignos, el ciclón
revolucionario. Lo que se dice un viraje
táctico conveniente y en el plazo oportuno.
De ello nos ocuparemos un poco más adelante.
Sin embargo, no quisiéramos concluir el
asunto que estamos abordando sin agregar
algo más.Del hecho de que en nuestro país,
por su estancamiento relativo y el vasallaje
externo, subsista una pequeña y mediana
producción de tipo empresarial, tanto en la
ciudad como en el campo, que urja medidas
proteccionistas y ciertas libertades para no
asfixiarse ante la extorsión de las capas
monopólicas y parasitarias, y de que los
representantes de aquellas formas
productivas todavía puedan contribuir
económica y políticamente a nuestro
desarrollo, no se desprende que a la
burguesía y a su sistema no les haya
transcurrido, y desde hace rato, su momento
histórico. El porvenir ineluctablemente ya
no les pertenece. Y allí donde esta clase, o
una parte de ella, consiga justificar sus
aportes, como en el caso colombiano, su
labor, con lo enjundiosa que llegue a ser,
estará limitada por sus fatales
impedimentos, sus irresoluciones, su innata
debilidad, su temor a extinguirse. La gesta
emancipadora la fortificará pero le espanta,
porque presiente sus riesgos. Al
proletariado no es que la revolución le
convenga, así escuetamente, sino que
constituye su elemento, su modus vivendi ; y
entre más honda sea, entre más
categóricamente socave el antiguo orden, más
realizado se verá, más íntegro será su
poder.
Engels
relata cómo, en las jornadas de mediados
del siglo XIX, cuando los capitalistas
estaban derribando el feudalismo y
perfilando sus Estados nacionales, el
crítico del Programa
de Gotha le
recomienda al proletariado -desde luego- que
participe, pues con el advenimiento de la
república se eliminan todas las
interferencias que obstruyen su lucha de
clases; y que apoye al destacamento burgués
más consecuente y radical, pero cuidándose
de postrarse ante los halagos, o de aceptar
los ofrecimientos que le hiciere el régimen
recién instalado, y resguardando celosamente
su independencia política, para no
traicionarse a sí mismo. Si esa advertencia
ya era un deber indelegable de los
trabajadores en las calendas en que el
capitalismo se hallaba en su curso
ascensional, ¿qué diremos hoy de nuestros
acuerdos con la fracción progresista de la
burguesía, cuando el mandato revolucionario
histórico de ésta finiquitó hace casi una
centuria y desde entonces se inauguró la
época de la revolución mundial proletaria?
Definitivamente los revisionistas, cual reza
su apelativo, son unos renegados del
marxismo.
LAS
ENSEÑANZAS SOBRE LA TÁCTICA
Marx, el más glorioso
apologista de la Comuna de París,
mediante una certera apreciación de las
trayectorias de las revoluciones, redondea
la táctica a la que han de atenerse los
obreros a fin de organizar y preparar sus
contingentes y vencer en las contiendas
por su emancipación de clase. Aunque no
renuncia a las posibilidades de un
derrocamiento pacífico de la minoría
opresora en condiciones muy excepcionales,
aconseja emplear la violencia para
destruir la vieja máquina estatal e
instaurar y mantener la nueva. No
obstante, el blandir los instrumentos
propiamente insurreccionales depende
igualmente de factores económicos y
políticos que en un momento preciso
precipitan los levantamientos, y no de los
deseos y caprichos de la vanguardia. Hay
días subversivos y revolucionarios que
equivalen y concentran años y decenios de
ricos y rápidos sucesos, al igual que hay
decenios tan pobres y lentos en que apenas
si transcurren días de historia. De esta
sencilla pero penetrante observación el
activista de la revolución de 1848
concluye las pautas para distinguir la
modalidad de pelea que preferirán los
paladines proletarios en las distintas
eventualidades. La mudanza de las cosas
ocurre por intermedio de pausadas
evoluciones seguidas de saltos bruscos, y
ambas secuencias conllevan su importancia
y se complementan recíprocamente. Durante
los períodos apacibles se debe elevar la
conciencia, acrecer la fuerza y ejercitar
la capacidad combativa de los
trabajadores, para que cuando lleguen las
coyunturas de insurgencia no se les
escapen por falta de la madurez y de la
pericia necesarias. Pero como las masas no
se educan más que con las lecciones de la
experiencia práctica, el aprendizaje
habrán de acometerlo interviniendo en los
enfrentamientos de clase. La acción
política es el medio y las
reivindicaciones democráticas arrancadas
al enemigo las espadas que convertirán a
los noveles en expertos gladiadores. Por
eso el fundador de la Internacional, fuera
de que fustiga con denuedo a Bakunin y
demás anarquistas por inducir a las
mayorías apaleadas al total
abstencionismo, degradándolas moralmente,
embruteciéndolas aún más, entregándolas
cual mansos rebaños a la demagógica
influencia de los portavoces del
capitalismo, reprueba firmemente toda,
aventura que eche a pique en un instante
lo cosechado con pacientes esfuerzos, les
otorgue fáciles ventajas a los
expoliadores y converja en la liquidación
del movimiento. Y Marx no fue el teórico
que se imaginan muchos, enclaustrado la
existencia entera en su biblioteca y
sustraído del acaecer cotidiano. Le tocó,
a la inversa, inflamar en no pocas
ocasiones el ánimo bizarro de los obreros
en campaña, o incluso acudir
solidariamente en socorro de alguna
jornada perdida, como cuando, después de
haber prevenido al proletariado francés
respecto a un alzamiento extemporáneo, y
una vez desatado, se levantó en su
respaldo, considerándolo un mal menor
frente a una capitulación sin combate, y
escribiendo la más hermosa página sobre el
primer ejemplo vivo en el mundo de un
gobierno, aunque efímero, de los
asalariados, la Comuna
de París.
La revolución colombiana tiene
indudablemente harto que aprender del
marxismo, siendo el craso desconocimiento de
éste su mayor deficiencia y su peor
infortunio. Sin embargo, si se nos
preguntase qué punto de tantos merece
especial prelación para estudiarse, no
vacilaríamos en señalar que los cánones
tácticos encabecen la lista, de los asuntos
por desenmarañar en un país en donde muchos
de quienes se declaran seguidores de los
preceptos sistematizados por el
padre del comunismo, o son
abates de secta, o anarquistas que se
mimetizan de políticos pero que exaltan el
terror a la categoría de una profesión para
vivir de ella; o politiqueros burgueses
infiltrados en las filas obreras, que hacen
de los derechos humanos, de las reformas, de
los reclamos y de la obtención de los
abalorios económicos el objetivo máximo de
las aspiraciones revolucionarias; o
revisionistas retobados que hablan de la
"combinación de todas las formas de lucha"
para permitirse la licencia de caer en todos
los extremos del oportunismo de derecha y de
"izquierda" y eludir la responsabilidad de
trazar un plan de acción proporcionado, que
defina claramente las tareas prioritarias
para cada tramo y que coadyuven en verdad a
la nación y al pueblo y no a sus
particularísimos y mezquinos intereses; o
son simplemente los representantes genuinos
de la vacua palabrería pequeñoburguesa que
merodean por doquier pregonando con sus
desastrosos experimentos cómo se debe
"agudizar la pelea", "crear las condiciones"
y "pasar siempre a la ofensiva".
Llevamos más de tres lustros de
controversias contra tales descarríos
antiproletarios y antimarxistas que tanto
daño les han inferido a los trabajadores y a
las masas populares en general; y, por lo
que se aprecia, todavía nos falta demasiado
para erradicar semejantes enfoques nocivos y
actitudes de apurar las labores de la
revolución. Cuando amagan extinguirse bajo
el peso abrumador de sus incontables
descalabros, las ya envejecidas desviaciones
se reanudan de golpe, como si no hubiera
sucedido nada, evidenciando únicamente su
cerril contumacia, su tajante negativa a
enjuiciar y a corregir sus errores. Una de
las últimas de esas resurrecciones la
presenciamos con el bochornoso espectáculo
brindado por aquellas agrupaciones mamertas
e hipomamertas, que en los comicios pasados
promovieron desfachatadamente la
conciliación con las oligarquías, a muchos
de cuyos exponentes más reputados alabaron
hasta la abyección por sus ofertas de
"amnistía" y de "paz", para luego proseguir
en las mismas andanzas por las cuales se
vieron obligados a solicitar clamorosamente
los indultos y demás decretos pacificadores.
Por el análisis materialista
precisamos que aquellas malsanas tendencias
responden sustancialmente a dos factores
singulares: de un lado, con el atraso de
Colombia, perpetuado por el saqueo
neocolonial del imperialismo, fluctúa un
considerable volumen de capas medias que
aunque se encaminan a la bancarrota no
adquieren aún las miras del proletariado,
pues a lo sumo entran a engrosar las
legiones inmensas de los cesantes, a las que
el régimen no es capaz de proporcionarles
ocupación alguna; y del otro, el pernicioso
influjo de la comandancia cubana que, además
de servir de muñidora del socialimperialismo
soviético, azuza y amamanta todos esos
géneros oportunistas, para lo cual dispone,
con la desesperación de dichas capas, de un
caldo de cultivo insuperable. Mas por la
dialéctica conocemos que en los desvaríos y
fracasos de los diversos matices del
extremoizquierdismo se gesta su contrario,
el comienzo de su fin, hasta el punto de que
entre más reluzcan y mas alarde hagan de su
prepotencia, más dejarán a la intemperie sus
fragilidades e incongruencias y más podrán
los destacamentos organizados de la clase
obrera contrastar y hacer valer la
invencibilidad de los procederes
revolucionarios.
De lo sintetizado hasta aquí se
deduce otro aspecto clave, el de que la
táctica marxista no se circunscribe, para
delinear sus derroteros, a las
peculiaridades del país respectivo, ni
siquiera de un grupo de países, sino que ha
de sopesar la situación mundial en su
conjunto, medir la distribución de fuerzas
que opera periódicamente a la más amplia
escala y percibir el sello y el rumbo
determinantes de la época de que se trate.
CAMBIOS
EN LA DISTRIBUCIÓN MUNDIAL DE FUERZAS
Atrás dejamos establecido que a
Marx y a su amigo Engels les tocó actuar en
un momento en que, aun cuando el
proletariado ya intentaba sus duelos contra
sus contrincantes, no habían culminado las
revoluciones burguesas y a aquél le
aguardaba todavía un largo proceso de
paciente preparación; su hora no sonaba aún
y sus opugnadores llevaban la batuta y
estampaban la firma a los acontecimientos.
En eso yacía el rasgo sobresaliente de la
situación histórica. Las fuerzas a nivel
internacional se realinderaban según la
entidad y el peso de los distintos países y
de sus correlativos sectores dominantes,
entre los que descollaban la Santa Rusia
como el fortín de la reacción europea y la
cerrada mancomunación de los intereses
burgueses, contra la clase asalariada, que
no hacían factible el triunfo obrero en una
nación, sin un estallido general, el cual
nunca se dio. Tales circunstancias
condicionaban las perspectivas y el batallar
revolucionarios. Abundan las referencias de
ambos estrategas al respecto, subrayando los
peligros del despotismo ruso, exhortando a
golpear en el sitio y en el instante en que
éste estuviera impedido para proceder, sin
concederle gratuitas o innecesarias
ganancias, y llamando a la unidad de los
trabajadores del globo. "¡Proletarios
de todos los países, uníos!", como
que era su consigna. La democracia de
entonces liberaba a las naciones grandes de
la Europa Occidental y se oponía
acérrimamente al zarismo, que en procura de
sus torvos propósitos, derrumbaba por
doquier los manes del progreso, e impedía
las aspiraciones nacionales de los pueblos
pequeños y atrasados. En su itinerario
obligado, la causa obrera internacional
estaba compelida a brindar su concurso a las
burguesías más osadas, alertando sobre el
engaño de los movimientos que, como el
paneslavismo, no eran más que mascarones de
proa del oscurantismo ruso, y precisándose a
sí misma que la instalación de la república
y la obtención de los derechos democráticos
le proporcionaría, nada más, pero tampoco
nada menos, que el terreno ideal para su
gesta libertaria, la cual exige la abolición
completa de la explotación capitalista.
Con el siglo XX nace otra época.
El capitalismo, que abandona la libre
competencia, llega a la fase imperialista,
su fase decadente y final. Entretanto el
proletariado ocupa el lugar de adalid de la
revolución mundial y ésta adquiere su
impronta socialista. Las burguesías de los
grandes Estados europeos, al cabo de un
interregno de tres decenios, desde la
devastación de la Comuna de París en 1871, y
en el que conforme consolidan su poderío van
perdiendo el ímpetu de la mocedad y mellando
su espíritu innovador, desalojan a Rusia de
la supremacía, con la que ahora emulan y al
lado de la cual representan otras cuantas
fortalezas prioritarias de la reacción.
Inician, junto a la exportación de
capitales, el apoderamiento y el despojo
sistemáticos de las regiones de ultramar,
originando la rebatiña entre sí por las
colonias, puja para la que se arman tenaz y
velozmente, hasta ir a parar a la
conflagración que envolvió a todo el orbe
"civilizado", la hecatombe de 1914-1918.
Esta implacable riña interimperialista crea
los complementos, antes inexistentes, para
la irrupción del socialismo en un solo país,
tal como lo vaticina Lenin; siendo
precisamente Rusia la primera en obtenerlo,
bajo la sabia orientación del partido
bolchevique y cual fehaciente prueba de los
extraordinarios aciertos de sus preceptores,
Marx y Engels. Tal es el distintivo y el
viento predominante de la nueva era. Los más
notorios reagrupamientos fueron: dentro de
la clase obrera brota una facción
aristocrática y chovinista que se nutre de
las moronas que caen del festín de los
regímenes saqueadores, y cuyas faenas
piráticas y depredadoras acolita; lo más
granado de las mayorías laboriosas
persevera, con el liderazgo de los partidos
marxistas, en arremeter contra la barbarie
entronizada por las metrópolis y en
denunciar la proclividad de la corriente
socialtraidora, y, por último, simultáneo a
la regresión de la Europa burguesa, insurgen
en Asia los movimientos democráticos de los
pueblos avasallados que despiertan al
capitalismo y se yerguen en pos de las
conquistas republicanas, alentados por una
burguesía joven, cuyo más firme y voluminoso
exponente son los campesinos.
De todo lo cual resulta la unidad
combativa entre el socialismo de los
proletarios de los países capitalistas y la
democracia revolucionaria de las naciones
colonizadas, contra la confabulación de los
imperialistas y sus socios menores, el
oportunismo vendido. Lenin se basa en dichas
premisas para diseñar la táctica a seguir,
insistiendo en no propiciar por ningún
motivo la carnicería bélica de ninguna de
las potencias en pugna y, antes por el
contrario, propender a la guerra civil
contra la provocación armada de todos los
imperialismos.
Durante la Segunda Guerra Mundial
se desencadena una inusitada y singular
redistribución de los poderes enzarzados en
la reyerta. Ante la imperiosa premura de
resguardar a la Unión Soviética, a la sazón
el único Estado socialista existente y
principal baluarte del proletariado
internacional, que se hallaba amenazada de
muerte por los delirios hegemónicos de la
Alemania hitleriana y de sus secuaces,
Stalin hizo hincapié en la distinción entre
los países "agresores" y los "no agresore?
del ámbito imperialista y concitó a la
conformación del más dilatado frente contra
el fascismo, llamando a reclutar no sólo a
los movimientos independentistas de las
naciones subyugadas, a los contingentes
obreros de todas las latitudes, comprendido
el mismo gobierno de Moscú, y al resto de
tendencias democráticas y progresistas del
planeta, sino a Estados Unidos, a
Inglaterra, al régimen francés gaullista
estatuido en el exilio y a las demás
autoridades burguesas contrapuestas al Eje.
Esta precisa y justa estrategia, coincidente
con las mutaciones presentadas, hundió al
nazismo, salvó a la URSS, allanó el camino
de la revolución para los cientos de
millones de pobladores de China y para los
otros pueblos de Europa que abrazaron el
socialismo.
Dentro de una misma concepción nos
hemos referido a dos épocas y a los sendos
diseños tácticos concernientes a tres
reagrupamientos sucesivos de las fuerzas
sociales y políticas del mundo; y hemos
expuesto, grosso modo, cómo los partidos
revolucionarios del proletariado obtuvieron
significativos lauros, al interpretar
creadoramente las diversas variantes y
comportarse en consecuencia, ceñidos a las
enseñanzas del materialismo y de la
dialéctica de Marx.
LA REGRESIÓN DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
Y
SUS REPERCUSIONES
Ahora, y para hacernos a una idea
global de las vicisitudes del marxismo,
describamos la última y más trascendente
reubicación de las fichas en el tablero
internacional, la cuarta en la tabla
cronológica de las modificaciones notables,
que afecta, acaso como ninguna otra, a la
lucha del proletariado. De la segunda
conflagración queda un panorama destinado a
desvertebrarse muy pronto: además de la
URSS, que acaba revitalizada no obstante sus
inenarrables sacrificios, se liberan
Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania,
Checoslovaquia, Albania, Yugoslavia y
Alemania Democrática, en Europa; y China, el
Norte de Corea y el Norte de Viet Nam, en
Asia, articulándose lo que se bautizó el
"campo socialista". En cuanto al club de los
imperialismos, Estados Unidos emerge
preponderante, indisputado y solvente, hasta
el punto de que, ante el colapso de las
otras potencias, se permite el lujo de
financiar la reparación de la Europa
humeante y asolada. En lo atinente a los
pueblos avasallados, aunque muchos consiguen
la república, la independencia política y
otras de las libertades formales burguesas,
continúan aherrojados bajo la rapiña
económica de las metrópolis, primordialmente
la norteamericana, o sea, generalízase el
neocolonialismo como la modalidad preferida
del desvalijamiento internacional. A las dos
décadas comienzan a insinuarse unos vuelcos
de una monta y de una incidencia
inesperadas, que hoy, al cumplirse el
centenario de la desaparición corporal de
Marx, se divisan con toda nitidez y
plenitud.
Con Nikita Kruschev, el Krenilin
abjura del marxismo-leninismo e inicia su
tenebroso trasegar en pos de la restauración
del capitalismo y por la evocación del alma
en pena de la Gran Rusia vandálica y
tiránica. Por esas ironías de la historia,
la patria de Lenin, la cuna del socialismo y
el invicto campeón sobre las hordas nazis,
la otrora gloriosa Unión Soviética, vuelve a
ocupar su sitio de peor foco de la reacción
y a reasir su antigua catadura de satrapía
expansionista, mas desbordando los
primigenios marcos continentales del siglo
pasado, para desplegar sus intrigas
diplomáticas y sus operaciones bélicas al
más anchuroso nivel cósmico, y dispuesta a
superar las marcas de crueldad y de vileza
de los imperios que la han antecedido. A los
Estados "socialistas" que están bajo su
tutela les extrae jugosos dividendos y los
somete a su férula política, colocándolos de
correveidiles suyos en cuanto foro
internacional se convoque e inmiscuyéndolos
en los asuntos internos de los otros países,
cuando no utilizándolos directamente en sus
zarpazos guerreristas, cual solían hacerlo
las seniles potencias con los pueblos de las
colonias, a los que alistaban en sus
ejércitos a fin de que realizaran por ellas
las faenas de exterminio.- Paradigmas de tan
humillante postración son Cuba y Viet Nam,
cuyos regímenes serviles se desviven por
adivinar y complacer los antojos de Moscú. Y
con las naciones pequeñas y débiles que se
rehusan a entrar en su cercado, los
socialimperialistas porfían en convertirlas
al "socialismo" mediante una fría y
calculada labor catequizadora adelantada a
sangre y fuego, como en Angola, Etiopía,
Afganistán, Kanipuchea y Lao.
En los años en que particularmente
los chinos abrieron la polémica contra el
revisimismo, contemporáneo, por allá a
mediados de los cincuentas, no escasos
observadores miraban con aire de
incredulidad los severos enjuiciamientos y
las aflictivas premoniciones sobre el curso
que iban tomando las cosas en la Unión
Soviética. Al cabo de cuatro lustros los
crímenes y las infamias de las autoridades
moscovitas, desde Krushev hasta Andropov,
pasando por Brezhnev, le han otorgado con
creces la razón a Mao Tsetung, quien oteó
los profundos abismos adonde conduciría a la
camarilla dirigente soviética la revisión
del marxismo. Nadie refuta con certeza esta
verdad de a puño, a no ser los involucrados
en la comisión de tamañas enormidades. Y si
no, ahí están las fechorías a tutiplén
perpetradas por los nuevos zares en los
océanos y continentes del orbe que no nos
dejarán mentir. La viabilidad del regreso
pasajero de un estadio superior en el
desarrollo a otro inferior jamás ha sido
contradicha por los materialistas
dialécticos. Sin, embargo, el significado y
las repercusiones de la metamorfosis
ulterior de Rusia, que recurre a los
procedimientos peculiares del imperialismo
abogando por un reparto del mundo a favor
suyo, y de unos Estados obreros
relativamente débiles que se desdibujan,
hipotecando su soberanía y autodeterminación
nacionales a una superpotencia igualmente
desfigurada, consisten en que tropezamos por
prima vez con casos de sociedades
socialistas que involucionan hacia el
capitalismo.
Con lo execrable del asunto, no
debiera parecer tan insólito. Marx lo
engloba en sus magistrales conclusiones. El
régimen socialista es una parada transitoria
aunque necesaria hacia el comunismo, que no
ha verdeado en su propia simiente, sino que
ha de desenvolverse a partir de lo dejado
por el capitalismo, y, por tanto, "presenta
todavía -para
expresarlo con las frases de aquél- en
todos sus aspectos, en el económico, en el
moral y en el intelectual, el sello de la
vieja sociedad de cuya entraña procede"(2) Pese
a que elimina la apropiación individual
sobre los medios e instrumentos productivos
e instituye la dictadura del proletariado,
no borra de inmediato las clases, ni la
lucha de clases, ni la pequeña producción no
socializable que engendra burguesía
permanentemente, ni los conatos revanchistas
y restauradores de los enemigos internos y
externos. Aun cuando acaba con la esclavitud
asalariada no puede impedir que los
productos se distribuyan conforme al trabajo
rendido por cada cual, norma supérstite del
derecho burgués que mantiene la desigualdad
entre los operarios, por naturaleza unos más
aptos y capaces que otros y con necesidades
mayores o menores. Tampoco desarraiga de un
golpe la diferencia entre la ciudad y el
campo, o la división entre los trabajadores
manuales e intelectuales; ni las
propensiones burguesas de éstos, de los
técnicos, del personal calificado, las
cuales se desvanecerán poco a poco y luego
de una insistente y prolongada batalla por
parte de los obreros organizados y
disciplinados que ejercen el control
estatal. Y si a lo anterior incorporamos una
laxitud, un descuido indolente de la
vigilancia y de la lucha del proletariado,
una complaciente tolerancia con los
privilegios que se vayan apostemando en los
departamentos y secciones del gobierno
socialista, no será muy difícil explicar la
retrocesión, el aburguesamiento, el brinco
hacia atrás, con todas y cada una de sus
nefandas consecuencias. Pero ello, antes que
rebatir a Marx, cual lo pretenden sus
detractores, lo reafirma.
Lo asombroso de su tinosa
percepción radica en que el socialismo tiene
sentido en la medida en que extirpe los
residuos que inevitablemente quedan de la
vieja sociedad, vale decir, culmine la
hazaña transformadora, de la cual la
revolución económica, emprendida con la
expropiación de los expropiadores, es apenas
el primer paso de una larga travesía. Como
hay que abolir las desigualdades remanentes,
completar la destrucción de lo antiguo, y
como mientras ello no se haga se chocará con
la resistencia de las clases desalojadas del
mando e incluso de los otros estamentos
sociales que deban sus prerrogativas y su
misma entidad a las mencionadas remanencias,
la prosecución de la empresa revolucionaria
no puede prescindir de los instrumentos
coercitivos, violentos, de la dictadura del
proletariado, un régimen que difiere harto
de los anteriores porque se basa en el
dominio de las mayorías y porque se va
diluyendo con el incremento de dicho
dominio. En tanto no se barra de raíz las
relaciones de producción que generan las
clases, no desaparecerán tampoco las
relaciones sociales que descansan en estas
clases ni las ideas que brotan de aquellas
relaciones sociales; y hasta entonces las
pujas entre los diversos criterios e
intereses encontrados a su turno
desapuntalarán o reapuntalarán los modos
productivos sobrevivientes. Luego la pelea
no se halla aún decidida en el socialismo, y
el proletariado perderá el Poder si no lo
sabe emplear en las tareas para cuya
realización lo conquistó.
Aun cuando Marx esclarece el
problema y Lenin lo previene con sus
directrices y sus reiteradas exhortaciones
acerca de las asechanzas de la restauración,
a Mao le incumbe exponer en la práctica la
cuestión de cómo evitar que China, tan
gigantesca, compleja y hasta cierto punto
atrasada, resbale otra vez al pantanero del
que había salido; y ese cómo, o modelo
histórico, por él aconsejado, es la Gran
Revolución Cultural Proletaria, consistente
en la sublevación de las masas, "de
manera abierta, en todos los terrenos y de
abajo arriba", para
recuperar en la superestructura de la
sociedad las posiciones perdidas,
desalojando de ellas a los seguidores del
camino capitalista, y para consolidar las
bases económicas del socialismo empuñando la
dictadura proletaria. Y estas sublevaciones,
u otras semejantes, habrán de sucederse no
en una sino en varias coyunturas, hasta
cuando la nave fondee en las costas del
verdadero nuevo orden social, el orden
comunista, y la humanidad deje de estar
sometida a los ciegos dictados de la
economía para tornarse, por fin, en soberana
de los procesos productivos infinitamente
desarrollados. Entonces el hombre sí mandará
al cuerno de la luna al Estado, a las clases
y a la política, y pasará del "gobierno
sobre las personas" a
la consciente "administración
de las cosas".
Con lo cernido hasta aquí palpamos
mejor los móviles que aguijonean a la
burguesía y al revisionismo contemporáneos
en el apasionamiento por petrificar la
doctrina de Marx, por encasillarla en la
época en que vivió el polemista de La
Miseria de la Filosofía, rehusándose
a confrontarla con las peripecias de un
siglo y rehuyendo el trago amargo de
precisar su vigencia histórica, ante la
disyuntiva de no poder ya ignorarla. Y de
ahí también nuestra interesada inquietud por
que se efectúe tal balance y se conteste sin
ambages si las aportaciones de Lenin, Stalin
y Mao son o no la continuación del marxismo,
y si a éste lo refutan o no los avatares
mundiales acaecidos desde su aparición.
única forma de encarar científicamente el
desafío y de hacerlo desde el ángulo
proletario, sobre todo ahora en que
atravesamos un período, convulsionado sí,
pero en el que pareciera primar la conjura
por arrebatarles a los trabajadores de todas
las latitudes su arma ideológica y
desmoralizarlos con los tropiezos de la
revolución, cuando el escamoteo de los
principios marxistas es el origen primordial
de tales tropiezos y no la cura para
superarlos.
Nos hemos extraviado de nuestro
examen de la correlación de fuerzas en el
mundo actual. Retomémoslo. Indicadas
quedaron las mutaciones regresivas de la
Unión Soviética y las razones que las
motivaron. Falta añadir que la amplificación
de los dominios del socialimperialismo se ha
verificado fundamentalmente a costa de los
Estados Unidos, que ya no ostentan la
supremacía indisputada de sus fastos de ayer
y se les ve declinar a diario, acosados
además por la crisis de su sistema
productivo, la competencia económica de las
secundarias pero rehabilitadas potencias
imperialistas y el movimiento de liberación
nacional ¿e las naciones neocoloniales. Las
superioridades comparativas del
expansionismo soviético, que le han otorgado
la delantera en la disputa por el
apoderamiento del orbe, se resumen así: la
acentuada centralización económica y el
corte marcadamente despótico del sistema de
gobierno que lo exoneran de andarse con
rodeos, consultas o dilaciones
entorpecedoras; la férrea sujeción sobre las
"repúblicas socialistas" pescadas en las
redes imperiales, que lo abastecen de
incontables recursos económicos y políticos
para sus excursiones filibusteras; la
vertiginosa adecuación de la economía a los
fines bélicos, con la cual han venido
asegurando pronunciadas ventajas tanto en
los armamentos convencionales como atómicos
y amedrentando a sus adversarios con el
chantaje del hundimiento universal; la bien
tejida y mantenida urdimbre de partidos
mamertos que husmean por doquier, terciando
en las luchas revolucionarias de los pueblos
para que éstos cambien de grilletes, y la
creencia aún difundida de que la URSS sigue
siendo la URSS y sus criminales atentados,
arbitrios forzosos para afincar el
comunismo. La clase obrera ha de medir en su
exacta dimensión estos factores, junto a los
otros frescos giros de la política
internacional, para hacer asimismo los
ajustes apropiados a su táctica, no
meramente dentro de las fronteras de cada
país sino para saber qué merece ser
respaldado o combatido en el exterior.
Hace veinte años entablábamos
debates alusivos a los oscuros nubarrones
que despuntaban en el horizonte de la estepa
rusa; conjeturábamos acerca de cuál sería la
réplica de los países de la Europa Oriental
libertados en la década del cuarenta, y
luego, si la invasión de 1968 a
Checoslovaquia respondía o no respondía a
una urgencia del internacionalismo
proletario. La situación se ha desenvuelto
con tan pasmosa celeridad que dichos
conflictos, no obstante constituir los
prolegómenos del drama, son ya expedientes
fallados. Checoslovaquia no sería la única
beneficiada de la "generosa" protección
soviética. Docenas de países habrían de
sufrir posteriormente el salvajismo de
Moscú, o de sus testaferros, para salvarse
de la barbarie de Washington. El campo
socialista se desintegró, y hoy, después del
abordaje cubano sobre Angola, en 1975, con
el que el Krem1in iniciara su ofensiva
militar estratégica por la toma del planeta,
existen tantos o más territorios extranjeros
ocupados por tropas invasoras que desfilan
tras los negros pendones del hegemonismo
naciente del Este, que los hollados por los
ejércitos que marchan tras las amarillentas
insignias de la superpotencia declinante del
Oeste. Después de más de un siglo de
fecundas experiencias recopiladas por sus
preclaros pensadores, el proletariado ha de
distinguir sin titubeos al expansionismo
ruso como el blanco principal de sus
ataques. En ello va implícita su
recuperación al cabo de tantas felonías.
Cuando encabece, impulse, o se solidarice
con las revoluciones de los países
expoliados, en procura de la cabal soberanía
y plena autodeterminación de las naciones,
cual es su deber internacionalista, tendrá
que desvelarse por impedir que las revueltas
contra los imperialismos se tornen en
avanzadillas de la regresión soviética,
denunciando enérgicamente las intrigas y
componendas que en tal sentido gestionan los
partidos revisionistas y sus epígonos. Ante
los pertinaces signos anunciadores de la
tercera conflagración mundial en la que se
pondrá en juego la supervivencia de China y
de los demás Estados y movimientos
independientes y progresistas, deberá pugnar
por un frente de combate contra el
socialimperialismo, tan poderoso, que basado
en la recíproca cooperación de las
contiendas de los obreros internacionalistas
por el socialismo, de las gestas patrióticas
de los pueblos del Tercer Mundo y del resto
de expresiones revolucionarias y
democráticas del globo, abarque a las
repúblicas del Segundo Mundo y no descarte
siquiera la participación de los Estados
Unidos.
Esta
estrategia no podrá menos que redundar en
pro de la causa del proletariado, pues
responde a las reales contradicciones del
presente período. Toma en cuenta las
manifiestas flaquezas del bloque
imperialista que se halla en los umbrales
de una crisis económica quizá comparable a
la de 1930, con sus zonas de influencia
descompuestas, conmocionadas y reducidas
por los golpes de mano de su feroz
contrincante, e impotente para recobrar la
iniciativa; y contempla también los lados
fuertes de la otra superpotencia, sus
Ventajas comparativas, el engaño de
entrampar a las masas con el señuelo de un
falaz socialismo que se enruta taimada
pero obstinadamente a coyuntar un imperio
colonialista vasto, lóbrego y sanguinario.
De otra parte, encuadra con la
irresistible tendencia democrática de los
pueblos, no sólo de los países
desarrollados, sino particularmente de los
que habitan las regiones rezagadas y
dependientes, en donde la acción de los
capitales imperialistas ha coadyuvado a
romper hasta los más escondidos remansos
de la economía natural y a promover, hasta
cierto punto, los modos capitalistas de
producción, volcando a miles de millones
de seres a la retorta del mercado mundial,
sacándolos del aislamiento y despertando
objetivamente sus ansias de libertad y dé
trato equitativo entre las naciones, Así
como de los escombros de la guerra del 14
surgió la primera sociedad obrera y de las
devastaciones de las hostilidades de los
cuarentas emergió un pequeño campo
socialista y la abrumadora mayoría de
países sometidos pasó a la vida
republicana, adquiriendo los derechos
democráticos formales, al sustituirse el
saqueo abierto por el encubierto, de
precipitarse el estallido de la tercera
conflagración, pese a su carácter nuclear,
significará el toque a rebato para que los
pueblos coronen sus revoluciones
inconclusas, aun en las metrópolis,
sepulten el colonialismo económico y con
él los delirios imperiales actuales de
cualquier laya. El proletariado
revolucionario no se dejará seducir por
los cantos de sirena del pacifismo burgués
ni se arredrará ante los apocalípticos
augurios de los belicistas soviéticos. Al
fin y al cabo los esclavos no tienen más
que perder que sus cadenas. Tienen, en
cambio, un mund por ganar, cual lo
proclama el Manifiesto.
(2)
C. Marx, "Crítica del Programa de Gotha",
en C. Marx, F. Engels, ObrasEscogidas, Tomo
II, Moscú, Editarial Progreso, 1974, pág.
14.
EL
MARXISMO AUTÉNTICO ES ANTICOLONIALISTA.
Si en algún punto
habremos de poner la palanca de nuestra
propaganda para remover toda la bazofia
del revisionismo contemporáneo, ese será
el de la cuestión nacional. El estilista
de Las luchas de clases en Francia de 1848
a 1850 y de El dieciocho Brumario de Luis
Bonaparte también dilucidó la
contradicción y la identidad existentes
entre la índole internacionalista de la
brega del proletariado y los contornos
nacionales que ésta tendrá que poseer
necesariamente.
Como
producto histórico, la nación estriba en
la confluencia de un núcleo humano, más
o menos numeroso, que se asienta en un
mismo territorio, se comunica mediante
un determinado idioma, lo cohesiona una
vida económica y una cultura comunes,
amén de otros elementos que ha ido
compartiendo, generaciones tras
generaciones; y como Estado, en la
connotación moderna del vocablo, cuaja
por el apremio de la incipiente
producción burguesa de contar con su
propio mercado, que unido y regido por
leyes de coactivo acatamiento, lo curen
de la dispersión feudal y lo preserven
de la competencia foránea. Allá y
siempre que aquellos factores
coincidieron, en la latitud Norte o Sur,
en el pretérito remoto o cercano,
aparecieron los países tal cual los
conocemos hoy, con una que otra variante
insustancial, si se mira el panorama
globalmente, y fueron hechura del
capitalismo.
Los pueblos que no han
conseguido hacer prevaler sus fueros de
naciones libres y han visto sus economías
de continuo intervenidas y desfalcadas por
los negocios de los más fuertes,
encuéntranse relegados en el trayecto del
progreso. Y son estos pueblos,
principalmente de Asia, África y América
Latina, los que aún contienden por la
soberanía y la independencia reales,
prerrequisitos de su prosperidad, porque
las repúblicas capitalistas, que arribaron
hace tiempos al monopolio y no caben en
sus respectivas fronteras, expugnan las
extrañas y las desvalijan. La burguesía,
en la edad senil, blasfema de las proezas
de la juventud y, de orfebre de naciones,
se toma en azote de éstas.
El imperialismo, que es la
máxima internacionalización del capital,
burla cuanto dique se le interponga a su
despliegue y al entrelazamiento más tupido
de las relaciones mercantiles mundiales,
lo que lleva a efecto por mecanismos
conculcatorios y dividiendo el orbe entre
países opresores y oprimidos. Ya
anotábamos que el proletariado arranca su
labor transformadora de lo legado por el
régimen que ha de aniquilar; no combate
desde posiciones más atrasadas que las de
éste, sino que jala hacia adelante el
carro de la historia, sin proponerse metas
subjetivas que el devenir económico no
autorice aún. Por consiguiente está de
acuerdo con el incremento de las
reciprocidades de todo tipo en la esfera
internacional, y propende a la abolición
completa de las desavenencias nacionales,
de las barreras fronterizas y hasta de las
naciones mismas. No obstante, en contraste
con los capitalistas, media por que ello
se efectúe respetando la autodeterminación
y demás derechos inalienables de los
pueblos y no pisoteándolos, y en el
beneficio material y espiritual de éstos y
no del selecto corro de matones que
bravuconea a diestra y siniestra por los
cinco continentes. La vía más expedita, o
la única, para cumplirlo. Como en todo, el
capitalismo plantea los problemas, e
incluso provee en embrión los medios
objetivos, físicos, para su solución, mas
en lugar de resolverlos, los agudiza hasta
el antagonismo. Mientras más se repriman
los anhelos libertarios de quienes
reclaman relaciones en pie de igualdad
entre los habitantes del planeta, menos
posibilidades habrá de que se disuelvan
las prevenciones, los prejuicios, las
tozudas e instintivas manías a
enclaustrarse en el solar nativo y a
repeler los contactos con el ambiente
exterior, característica de las inmensas
masas de las zonas discriminadas y
estrujadas. Y mientras más se ahonden los
desequilibrios en el desarrollo de los
países, con mayor dificultad se entenderán
igualitaria y armónicamente. De suerte que
el antídoto no está en violentar el
intercambio ni en forzar la "concordía",
sino en la rigurosa observancia de las
claras y elementales normas de la
democracia y en la anulación de las
abismales desproporciones entre los
niveles de vida de la población mundial.
De manera análoga a como para deshacerse
del Estado la humanidad ha de recorrer el
tramo del afianzamiento del Estado obrero,
para tachar los linderos nacionales debe
antes recurrir a la reafirmación de las
prerrogativas de todas las naciones y no
de unas cuantas.
Los principios esbozados no
representan una mera hipótesis teórica
para explorar dentro de larguísimo plazo.
Es que el descabello del imperialismo
estriba en privarlo de las ingentes
ganancias que succiona de sus neocolonias.
Al recapacitar acerca de la dominación
inglesa sobre Irlanda, el viejo y
perspicaz militante de la Liga de los
Comunistas se percató de que en esos
rentables privilegios estaba el enigma
tanto de la invulnerabilidad de la
burguesía como de las pusilanimidades de
los obreros de Inglaterra. La emancipación
de los irlandeses, empujados doblemente
por la acucia. económica y la aspiración
nacional, desplazaría el centro de
gravedad de la lucha en la metrópoli,
permitiéndoles a los asalariados
deshacerse de la presión de sus
embaucadores, salirse del marasmo político
y contraatacar. Sin cortarles primero los
jugosos aprovisionamientos provenientes de
su saqueo externo será poco menos que
imposible dislocar internamente, dentro de
sus repúblicas, el poder de los
capitalistas engordados y endurecidos con
los frutos de su bandidaje universal.
Palpable desde el siglo pasado,
actualmente este enfoque decuplica su
vigor, merced a que las potencias
imperialistas medio capean las crisis
acaparando los mercados atrasados, los que
convierten en áreas de sus inversiones y
de los cuales extraen gigantescas riquezas
naturales. Si los imperialismos han
prolongado hasta hoy sus existencias se
debe a tan vitales recursos. De perderlos,
ipso facto cesará su pestañeo, pues las
revoluciones democráticas de las
neocolonias son a las revoluciones
socialistas de las metrópolis lo que el
prólogo de un libro es 1 su epílogo:
preludio y remate de la epopeya obrera en
el mundo entero. Y cuando dicho axioma
había sido ya defendido airosamente por
Lenin en su polémica contra los
capituladores de la II Internacional, la
descendencia de éstos, los revisionistas
contemporáneos, enlodan de nuevo la
bandera de la autodeterminación de las
naciones, de palabra y de hecho, porque, a
diferencia de sus progenitores, que
carecían de poder propio, manipulan
Estados pudientes con los cuales pisotean,
vejan y exprimen a pueblos inermes. ¿Será
eso socialismo?
A los cien años de la muerte
del convicto de Bruselas y del exiliado de
Londres, y simbólicamente desde su tumba
florecida, los revolucionarios de las más
diversas nacionalidades les espetan a los
socialrenegados de hoy, en todas las
lenguas, ¿serán socialismo los patíbulos
soviéticos en Afganistán, los cadalsos
vietnamitas en Kampuchea y Lao, los
paredones cubanos en Angola? Los retamos a
que nos respondan: ¿Será eso socialismo?
¿Hay dentro del marxismo-leninismo cabida
para una política colonial socialista?
¿Les está permitido a los trabajadores que
se emancipan adelantar guerras coloniales?
¿No es deber ineludible del obrero de la
potencia invasora exigir la liberación
incondicional del país sometido? ¿Se
conseguirá acabar la explotación entre los
hombres sobre la base de la expoliación
entre las naciones? ¿Puede el proletariado
triunfante de un país imponer la felicidad
a otro país sin comprometer su victoria?
¿No forja sus propias cadenas el pueblo
que oprime a otro pueblo? ¿Se estrechan
los nexos fraternos entre el trabajador
vietnamita y el kampucheano, el cubano y
el etíope, el soviético y el afgano, con
las lágrimas, la sangre y el sudor de los
últimos, derramados por las dadivosas
agresiones de los primeros? Sin embargo,
ellos, los revisionistas prosoviéticos,
que cotorrean como papagayos sobre la
democracia en general y sobre los derechos
humanos, no reparando en el abismo que
media al respecto entre la posición
burguesa y la proletaria, y que
desconocen, o simulan desconocer que la
autodeterminación nacional de los pueblos
es uno de los postulados democráticos
básicos, cuya ausencia convierte a
cualquiera de las otras facultades
constitucionales en una irritante
irrisión, jamás afrontarán ninguna de
aquellas acusadoras indagaciones sin
confesar sus delitos y admitir su
impostura. Contra su voluntad, contra sus
infamias, contra sus mentiras, la
vertiente comunista, la auténtica, los
bolcheviques finiseculares, vindicarán la
mancillada unión de los proletarios del
globo al combatir ahincadamente las
tropelías colonialistas de los senescentes
imperialismos y de su impúdico e impúber
contrincante, el socialimperialismo. ¡No a
las anexiones territoriales! ¡No a la
invasión militar y a la permanencia de
tropas en tierras ajenas! ¡Abajo el
socialismo invasor, ocupacionista y
anexionista! ¡Atrás las intrigas, las
presiones, las amenazas, los chantajes y
los demás amedrentamientos de una nación
contra otra efectuados con cualquier
pretexto, por altruista que parezca!
Lo contingentes obreros fieles
a los preceptos elucidados por Marx y sus
continuadores seguirán organizándose
nacionalmente, es decir, conformarán sus
partidos y adelantarán su acción
circunscritos a los linderos del país
concerniente, amoldándose a la
sustantividad de un mundo irremisiblemente
parcelado en naciones; empero, sin olvidar
nunca que su redención de clase demanda el
combate unificado de las masas laboriosas
del orbe y supeditando siempre los
intereses particulares a los de la suerte
del movimiento en su más amplio contexto.
Gracias a ello los moiristas, que han
tenido muy presente las singularidades de
Colombia y les han dado a sus luchas las
correspondientes y típicas formas
nacionales, no prestan oído a quienes con
frecuencia los invitan a recluirse en el
campanario natal y a desentenderse de
cuanto ocurra más allá de Ipiales o de San
Andrés y Providencia, con lo que se hace
eco a las oligarquías vendepatria, cuyo
nacionalismo emboza sus serviles
preferencias por los amos extranjeros del
bloque occidental, sin desmedro de
auspiciar de tarde en tarde las
pretensiones expansionistas de los
testaferros de la superpotencia de
Oriente. Sobra añadir que no nos
apartaremos ni un milímetro del
internacionalismo proletario que venimos
practicando. En esta nuestra atalaya, en
la esquina septentrional de Suramérica,
atisbaremos con viva preocupación los
acontecimientos mundiales, listos a
denunciar las piraterías de los
colonialistas modernos de todo jaez y a
solidarizarnos, en la medida de nuestra
capacidad, con las bregas de las fuerzas
revolucionarias diseminadas por los
cuatro, puntos cardinales.
Hemos
intentado apenas un bosquejo de las
aportaciones de ese espécimen digno de la
especie, que iniciara su ardua y prolija
labor esclarecedora desde las páginas de
los Anales franco-alemanes, en 1844, y
descendiera al sepulcro treinta y nueve
años después, dueño de su justo título del
más grandioso de los campeones de la lid
de los esclavos del salario. Con lo
incompleto y defectuoso que este resumen
sea, hay algo inobjetable en él: la
vigencia histórica de Carlos Marx.
Entendida no sólo como el merecido
reconocimiento a un portentoso esfuerzo,
sino como la creciente y decisiva validez
del marxismo con el decurso de los
almanaques. Lo pregonamos hoy, al siglo
del deceso del primer militante de nuestra
causa. Mas dentro de otro siglo miles de
millones podrán repetir las mismas
palabras.
Marzo de 1983.