La Crisis
Señala el Camino al Proletariado
Colombia atraviesa por
uno de los períodos más caóticos de su
historia como resultado de la quiebra
económica, a la cual se le ha unido, en su
momento, el escándalo originado por las
irregularidades en la financiación de la
campaña presidencial de Ernesto Samper. La
confusión ha producido a su vez un gran
remezón en todo el ámbito social y político. Y
a esta crisis no escapa el Moir. Sin embargo,
vale la pena, antes que todo, reafirmar que
los males que sufre nuestra patria, la ruina
de las actividades agropecuarias e
industriales, el agravamiento de la miseria
del pueblo, tienen una causa común, la
expoliación del imperialismo norteamericano.
Ese despojo se efectúa por medio de la
apertura, el instrumento que viene utilizando
Estados Unidos para recolonizar económicamente
al Tercer Mundo, así como para convertir todo
el continente, desde Anchorage hasta la Tierra
del Fuego, en un solo mercado para sus
monopolios. Por eso, para el proletariado, que
tiene que salir a las calles a defender no
sólo sus derechos sino también el patrimonio
nacional; para el campesinado que lucha por
subsistir; para los empresarios nacionales de
la ciudad y del campo que realizan ingentes
esfuerzos para no liquidar sus negocios y, en
fin, para la inmensa mayoría de los
colombianos agobiados por los impuestos, el
alto costo de la vida y las escandalosas alzas
de las tarifas de los servicios públicos, el
avasallamiento gringo no ofrece duda alguna.
El panorama social y
económico nos muestra un país al borde del
abismo. Los efectos de cinco años de apertura
se hacen sentir con toda su devastadora
fuerza. El programa gubernamental de Samper se
impone bajo el demagógico plan del Salto
Social, que no es otra cosa que la patraña
inventada por el Fondo Monetario Internacional
para postrar a la clase obrera a favor de los
conglomerados extranjeros. Mientras el
desempleo alcanza niveles dramáticos, a los
trabajadores se les aplican las regresivas
normas laborales contempladas en la ley 50 de
1990 y en el Código Disciplinario Unico o ley
200 de 1995. Las privatizaciones de la salud y
de la seguridad social se aceleran bajo la ley
100 de 1993, y el gobierno desatiende sus
obligaciones en ese campo haciendo recaer su
pago sobre los hombros de los asalariados. El
crecimiento industrial se volvió negativo. Las
importaciones y el contrabando siguen
creciendo de manera incontenible, y el número
de empresas liquidadas o en concordato, en los
últimos tres años, supera ampliamente las
cifras dadas durante la crisis de principios
de los ochentas. En el sector agropecuario los
resultados no son mejores. En la actualidad se
importan alrededor de cuatro millones de
toneladas anuales de alimentos contra menos de
un millón que llegaban antes de 1991; el área
sembrada se redujo en más de 600.000
hectáreas; salieron del mercado 700.000
productores y 350.000 familias caficultoras se
encuentran abocadas a la miseria; se acabaron
los créditos de fomento, y se desmantelan las
instituciones de apoyo como el ICA, el Idema y
la Caja Agraria. Y si alguien del sector
agropecuario aún esperaba algo de la
embustería de la apertura gradual, oigamos a
la ministra de Agricultura, cuando en agosto,
con motivo de la aprobación para importar
carne de Argentina, decía: “es hora de que los
gremios, los productores y los analistas
entiendan que la apertura en el campo es un
hecho, es irreversible, y antes que limitarla
la vamos a profundizar”. (El Tiempo, agosto 4
de 1996). Por eso, si bien mucho industriales
y agricultores creyeron inicialmente en los
ofrecimientos de crédito abundante para llevar
a cabo la reconversión de sus fábricas, en la
modernización del Estado y en las promesas de
que mejorarían las vías de comunicación para
facilitar las exportaciones, con el paso del
tiempo empezaron a comprender que la apertura
consistía en la entrega de nuestro mercado a
la voracidad de los consorcios foráneos. Y
para ahondar aún más estas calamidades, entra
en juego el desbarajuste monetario y fiscal,
producto del cuantioso endeudamiento externo
que propicia Samper, préstamos que son
utilizados en parte para atender las
erogaciones presupuestales que requiere para
conseguir la solidaridad de algunos
parlamentarios, gobernadores, alcaldes y
gamonales políticos. Así, pues, al incierto
futuro que se le pronostica a las actividades
económicas, se suma la inestabilidad de un
gobierno que, embrollado en sus trapacerías,
trata por todos los medios de mantenerse en el
poder. Pero aún aquí no terminan las angustias
de la nación colombiana. Las atroces y
repudiables prácticas del secuestro, la
extorsión, las masacres, los atentados, el
terrorismo, inclusive los de carácter oficial,
se han enseñoreado por todo el territorio,
perturbando tanto los quehaceres políticos
como las labores productivas.
La absolución dada por
la Cámara a Samper, en el mes de junio, dejó
el natural convencimiento de que se consiguió
gracias al uso de los recursos del presupuesto
y a la repartición a manos llenas de cargos
públicos, no a su inocencia. En aras de
obtener el respaldo necesario, entró a saco en
las arcas estatales y utilizó la Red de
Solidaridad Social para repartir favores,
desvió más de 160.000 millones de pesos del
erario por medio de los fondos de
cofinanciación y, como si fuera poco, ahora la
Presidencia cuenta con su propia institución
para girar partidas del Tesoro Público. Entre
tanto, desde la Casa de Nariño y con el apoyo
de un grupo minoritario de la CUT, respaldado
por ciertas fuerzas que se dicen de izquierda,
hábilmente se busca enfrentar a los sectores
populares, dividiendo a los colombianos en dos
bandos, de un lado "los pobres", los
defensores de la "apertura con corazón", y del
otro, los "enemigos del Salto Social", los
partidarios del "neoliberalismo" y del
"capitalismo salvaje". Pero estas pretensiones
se esfuman día a día ante la categórica
respuesta dada por el pueblo que, con sus
pronunciamientos, nos indican a cada instante
otros rumbos. En este sentido se enmarcan las
batallas en Facatativá y otros muchos
municipios para oponerse a los confiscatorios
cobros de las empresas de servicios públicos;
los llamamientos de la Asociación Colombiana
de Empleados Bancarios, ACEB, contra el Pacto
Social y las privatizaciones; la huelga de
Sintacreditario para impedir que se liquide la
Caja Agraria; las marchas de los campesinos en
Caquetá, Meta, Putumayo, en el eje cafetero,
en Huila, Tolima y, en realidad, en casi todo
el territorio nacional, para rechazar la
política agrícola que niega cualquier
oportunidad para cultivar; o las continuas
protestas de los educadores, de los
trabajadores de la salud, de las
telecomunicaciones y demás empresas estatales,
quienes, independientemente de las tendencias
prosamperistas de una parte de los dirigentes
sindicales, se ven en la necesidad de
adelantar combativas protestas contra la
enajenación de los bienes de la nación y en
defensa de sus conquistas laborales puestas en
peligro por las imposiciones del FMI. Todas
las demagógicas consejas originadas en el
Palacio de Nariño sufren, pues, el más rotundo
rechazo. Y no puede ser de otra manera. El
desempleo, las asfixiantes tasas impositivas,
los servicios caros y malos cuando se logra
tenerlos, no son las mejores razones para que
los 17 millones de personas que viven en la
pobreza y los otros 17 millones que son
empujados hacia esa deplorable condición
salgan a defender, precisamente, al agente
indiscutido en Colombia de la coyunda
oligarquía e imperio, causa suprema de
nuestros males. Esas son las enseñanzas que
nos dejó la celebración del pasado Primero de
Mayo. Al1í vimos que la unidad es uno de los
más sentidos deseos de los trabajadores y que
éstos pueden superar las tácticas patronales y
gobiernistas que pretenden ponerlos al
servicio de sus enemigos. Asimismo, fieles a
su posición de clase, nos mostraron que no se
confunden ante los cantos de sirena de
“nacionalistas” de última hora y que no se
dejarán utilizar para librar batallas ajenas a
sus intereses; que cada día son más
conscientes de que su tarea principal consiste
en liderar el Frente que, conformado sobre la
base de la alianza obrero campesina, aglutine
a la pequeña burguesía, a la burguesía
nacional e inclusive a los integrantes del
clero y de las fuerzas armadas que deslinden
campos con los agentes del neocolonialismo,
Frente que ha de librar las batallas por la
soberanía económica y por expulsar al
imperialismo y a la oligarquía liberal
conservadora que detenta el poder, única forma
de construir una patria, esa sí soberana,
próspera y en marcha al socialismo.
Ante la bancarrota que se
veía venir, los gremios económicos y múltiples
fuerzas sociales arreciaron sus ataques contra
el jefe del Estado. Los partidos
tradicionales, por su parte, se dividieron
entre quienes le apostaban a la caída de
Samper, sumándose al bando de la oposición y
exigiendo su renuncia, y entre quienes
prefirieron acatar el consejo de que “más vale
pájaro en mano...” y terminaron postrados
frente al gobierno e inclusive sacrificaron
sus programas a cambio de ministerios,
gerencias de institutos, embajadas y aún
mínimas prebendas burocráticas. En este
enrarecido caldo se afianzaron las oposiciones
oportunistas de la nueva dirección del Moir,
que busca ponerse a la cola de la “vieja clase
política”, y que mira con cierta esperanza
obtener, en un futuro no muy lejano, ciertos
logros electorales al lado de las huestes del
ministro Serpa.
Además de la acusación
de haber recibido miles de millones de pesos
procedentes de las actividades del
narcotráfico, lo cierto es que a la campaña
presidencial de Samper ingresaron más de 4.000
millones de pesos de los grupos financieros de
Santodomingo, Sarmiento Angulo, Sanford,
Ardila Lulle y Sindicato Antioqueño,
consorcios que amasan, en conjunto, más de las
dos terceras partes de los activos
empresariales del país, si se excluye la
inversión extranjera. Pero no sólo
contribuyeron a elegirlo, sino que al
ofrecerle su apoyo incondicional, ya con
declaraciones públicas o visitas a Palacio, le
permitieron capotear la tormenta en las horas
más difíciles de su gobierno. La trayectoria
de Samper, primero en ANIF, y luego durante su
carrera política, incluidas las actividades
proselitistas al lado de López Michelsen en la
década del ochenta, sus pronunciamientos en la
campaña presidencial de 1990 y la que lo llevó
al Palacio de Nariño; su completa y efectiva
labor como ministro del régimen de César
Gaviria para sacar adelante la apertura
recetada por la metrópoli, no dejan lugar a
dudas de cuáles intereses representa. Como
presidente de la República comencemos, por
ahora, por señalar la presteza para satisfacer
las exigencias del FMI. En el memorando
entregado a fines de noviembre de 1995, el
organismo internacional pedía, entre otras
cosas, aumentar las tarifas de energía y
teléfonos, reajustar el precio de la gasolina,
reducir los salarios, hacer un drástico ajuste
monetario, elevar las tasas de interés,
avanzar en el proceso de privatización y
reducir la burocracia. “Recomendaciones” que
oportuna y eficazmente Samper ha venido
ejecutando, especialmente las que se refieren
a enajenar la nación, aumentar las cargas
tarifarias e impositivas al pueblo, disminuir
los salarios y acabar con los puestos de
trabajo.
Aunque la fidelidad de
Samper a Estados Unidos no es de ahora, ésta
se recrudece después del debate en la Cámara.
Bastó que Washington pidiera mayores garantías
a la inversión extranjera para que Samper
cediera lo poco que no había entregado Gaviria
con la resolución 51 de 1991 del Conpes.
Ahora, no sólo existe libertad completa para
los capitales foráneos sino que aquellos
vinculados a los sectores considerados
estratégicos, como los servicios públicos, la
finca raíz y los medios masivos de
comunicación, ni siquiera requieren del
permiso previo del Departamento Nacional de
Planeación. De la misma manera el gobierno
entra a revisar los contratos petroleros con
el fin de incrementar las ganancias de los
pulpos foráneos en detrimento de los ingresos
de Ecopetrol. Inicia la más completa campaña
en el exterior para entregarle a los
monopolios las empresas de energía eléctrica y
acelera la venta de los bancos, de las
telecomunicaciones, de las carreteras y de los
aeropuertos. Y como la inversión extranjera se
ha más que duplicado en los dos últimos años,
no es de extrañar, entonces, el respaldo que
le brindara a fines de agosto, en carta al
mismo Departamento de Estado, un grupo de
importantes monopolios norteamericanos,
encabezados por BP American Inc., Chevron
Corp., Bethel Group lnc. y Triton Energy.
Mientras el embajador gringo agravia sin cesar
a la nación, se pasea por el territorio patrio
inaugurando bases y radares, otorga préstamos
y ayuda militar de toda clase, despotrica a
diestra y siniestra contra los organismos
legislativos y judiciales del país, el
presidente y su ministro de Justicia
manifiestan que Colombia y Estados Unidos
conforman un matrimonio “enamorado e
indisoluble” y que el país es un “marido fiel
de la inversión foránea”.
¿Cuáles podrían ser,
pues, las diferencias de Samper con
Washington?
No existiendo contradicciones en el manejo
político y económico ni en la forma de
ejecutar los deseos de la metrópoli, sólo nos
queda por mirar las relaciones que se originan
en el narcotráfico. En diciembre de 1993,
cuando Samper viajó a Washington, el gobierno
norteamericano le hizo saber que conocía la
presencia de dineros de la mafia en su
campaña. En junio de 1994, al visitar
nuevamente la capital del imperio, en la ya
tradicional presentación del presidente electo
ante sus patrones, dos altos funcionarios de
la Casa Blanca, Chris Arcos y Michael Skoll,
le reiteraron la acusación y, “él negó que
había recibido esos dineros y nosotros le
dijimos que lo había hecho (...) El acuerdo
básico fue que si se comportaba como si no los
hubiera recibido (...) podríamos trabajar
juntos”. (El Tiempo, febrero 5 de 1996).
Asimismo, según un despacho de la UPI de junio
de 1994, el Secretario de Estado, Warren
Christopher; aseveró: "No podemos evitar que
(Samper) se convierta en presidente. Así que
trabajaremos con él y lo observaremos muy de
cerca. El sabe que lo que se haga será
determinante en las relaciones”. En octubre de
1995, en su discurso ante la ONU, el
presidente Clinton, al mismo tiempo que le
ofrecía su respaldo al mandatario colombiano,
le entregaba sus peticiones: más años de
cárcel para los narcotraficantes y la
confiscación de numerosas empresas de los
carteles. Después de perorar sobre “soberanía”
porque del Norte sólo llegaban “unas
moneditas”, el gobierno termina respondiendo
favorablemente a los reclamos de la Casa
Blanca: aumenta las penas para los delitos del
narcotráfico, permite la confiscación de
bienes, abre las puertas a la extradición de
nacionales y autoriza a la marina
norteamericana el abordaje de barcos
colombianos, cuando estos se encuentren en
alta mar.
Todo esto,
sin embargo, no ha sido óbice, para que el
Comité Ejecutivo del Moir insista en que se
fragua una “conspiración” para tumbar a Samper.
En declaraciones al periódico Voz, a finales de
enero, uno de los miembros del Ejecutivo afirma
ligeramente: “(...) y todos coinciden además en
que la salida es que asuma el vicepresidente
Humberto de la Calle Lombana. Lo cual hace
evidente que esto es el producto de una
operación sumamente planeada. Quien quiera
examinar el conjunto de la situación y atar
cabos es importante subrayar que aquí estuvo muy
pocos días antes de este suceso el jefe de la
CIA, John Deutch y que esto tuvo que hacerse
bajo su orientación”. Claro que se cuida muy
bien de no mencionar que durante la visita que
realizó el director general de la CIA se reunió
con los ministros colombianos de Defensa y
Justicia, con los directores del DAS y de la
Policía y que terminó sentado a manteles con
Samper en Palacio. En el último discurso del
secretario del Moir, pronunciado el primero de
agosto pasado, ya se redondea la posición:
“Ponerle un cerco al gobierno en busca del
eventual derrocamiento de Samper; desestabilizar
las instituciones estatales; alentar las
actividades reaccionarias y antinacionales de
fiscales, policías y políticos que tienen
adicción a su intervencionismo; estigmatizar el
país ante la comunidad internacional, y someter
a su chantaje a la nación entera, es la forma
que adopta el actual proceso de recolonización
de Colombia emprendido por el gobierno de los
Estados Unidos. Tal aseveración (...) fundamenta
nuestra táctica de supeditar todas las
contradicciones a la existente entre la nación y
el imperialismo, la contradicción mayor”. Tratar
a Samper de “sumiso” y a veces “torpe y
mediocre” pero objetivo del “más temible
mandoble”; que el “virrey” Frechette y el
personal de la DEA, la CIA, “los siniestros
organismos cuya misión confesa es hoy más que
nunca reprimir, espiar y conspirar”; que “tanta
complacencia (del gobierno samperista) de nada
le ha servido, pues el imperialismo, inflexible
ante sus gestos de apaciguamiento, estrecha el
cerco a la nación y sigue en pos de su cabeza”,
es transformar, por arte de birlibirloque, al
lacayo de Samper en la “víctima”, es pretender
que la defensa del vendepatria se convierta en
la tarea principal del pueblo colombiano y ¡ay
de aquellos que "por pendejos" o "por unos
dólares mas" no lo hicieran!
Desde la
salida del primer comunicado público del nuevo
secretario del Moir, en donde se hace un
llamamiento para apoyar un frente gaseoso,
“sagrado” y con “la gente de bien”, echando por
la borda la orientación dada por Mosquera en
1993 de impulsar el frente revolucionario con
las fuerzas de izquierda y antiimperialistas,
uno de los puntos de discusión con el Comité
Ejecutivo giró alrededor del tratamiento de las
alianzas. Con el cuento de una “conspiración”,
cuando no del peligro de una inminente
“invasión” para derrocar al “torpe” mandatario,
la dirección del Moir levantó la bandera de la
defensa de la “soberanía”. Cabe preguntarse
entonces, ¿cuál soberanía? Con la aparición del
imperialismo, a fines del siglo pasado,
Colombia, país atrasado y que no logró realizar
su revolución burguesa, cayó fácilmente bajo la
férula de Estados Unidos. Desde ese entonces,
cuanto mandatario se ha sentado en el solio de
Bolívar, unos en forma abierta y descarada,
otros con un poco de recato y aun aquellos que
se han atrevido a susurrar en algunas
oportunidades contra la injerencia gringa,
todos, sin excepción, han acatado
obsecuentemente las determinaciones emanadas
desde la Casa Blanca. Francisco Mosquera,
desarrollando la concepción leninista sobre el
imperialismo nos enseñó que el desvalijamiento
moderno que se efectúa por medio del
neocolonialismo no requiere de virreinatos o
protectorados para realizar la labor
depredadora. Que aunque eche mano de
cuartelazos, invasiones y tomas de territorio,
dentro de su inclinación natural a esgrimir la
represión cuando lo considera indispensable, las
inmensas ganancias las obtiene gracias a la
exportación de capitales. En la era actual
cuando se presenta la más encarnizada lucha
entre los monopolios, los bloques imperialistas,
además de saquear las riquezas de las regiones
atrasadas del planeta y tratar de asegurar los
mercados para sus mercancías, buscan
afanosamente alrededor del mundo los países con
salarios más deprimidos para instalar sus
maquilas. De esa manera se hicieron presentes en
el oriente asiático donde una alta población con
mesadas de miseria les reportaban jugosas
ganancias. Pero aun a su pesar, el imperialismo
trae un cierto desarrollo que, en este caso, se
traduce en un inevitable incremento de sus
costos. Ahí radica el afán por buscar nuevos
territorios y, como lo expresa Mosquera, obliga
a los países del Tercer Mundo a entrar al
mercado mundial con la única mercancía con la
cual pueden competir por el momento: fuerza de
trabajo barata. De ahí que, en vez de crearle
ilusiones al pueblo sobre una hipotética
reacción de Samper contra sus amos, era
necesario determinar claramente la esencia del
régimen y, después de realizar un análisis
histórico y concreto sobre los hechos,
determinar qué le sirve y qué no a los intereses
de la democracia y del proletariado. Cuando se
trata precisamente de quien tiene en sus manos
las riendas del Estado, y mucho más cuando no
existe ni el más leve gesto en favor del pueblo
o de la democracia ni la más leve manifestación
contra la agresión imperialista, el sólo
atribuirle un pequeño asomo de auténtico
nacionalismo al primer mandatario, significa
traicionar el programa que nos ha orientado,
significa sujetar la acción a las conveniencias
electoreras de la hora. En febrero de 1979, en
el editorial de Tribuna Roja No. 33, Mosquera
nos decía: “Por eso los comunistas no nos
agregamos a cualquier tipo de reivindicación
nacional; no coreamos las rogativas
reaccionarias para que las masas se contenten
con soberanías simuladas, autodeterminaciones
restringidas y no intervenciones de mentiras.
Bajo el neocolonialismo la más vulgar y
prostituida expoliación se pavonea de dama
recatada y pudorosa. La dependencia económica
sustenta indirecta paro eficazmente la
intromisión política de los magnates de las
casas matrices, y sin arrancar de cuajo aquélla
no se suprime ésta”.
Con la
desaparición de la URSS, el máximo contrincante
de los Estados Unidos en la arena internacional,
queda limpio el camino para la prepotencia
yanqui. Con los más disímiles pretextos
interviene en cualquier lugar del planeta: para
“repartir alimentos” o “defender los derechos
humanos” desembarca sus fuerzas armadas en los
países africanos; lleva la guerra al Golfo
Pérsico; fomenta la desintegración de Yugoslavia
y contribuye a masacrar al pueblo serbio;
respalda a Yeltsin para que invada a Chechenia;
entra a Panamá para apresar a su antiguo agente
a sueldo; para “reinstaurar la democracia” va a
Haití; escudado en la lucha contra el
narcotráfico instala bases por todo el
territorio latinoamericano; certifica y
descertifica a los demás gobiernos; construye
“escuelas” en apartadas regiones de Colombia y,
en fin, entrena y financia al ejército, la
policía, los cuerpos secretos de seguridad,
fiscalías y demás instituciones de investigación
y represión de casi la totalidad de las naciones
latinoamericanas. Esa es su característica
intervencionista y antidemocrática. Las
actuaciones de hecho del imperio no son nuevas,
se han agudizado recientemente, como potencia
mundial sin contendiente a la vista. No
olvidemos, tampoco, que la corrupción es una
herramienta más de los monopolios. Los sobornos,
el chantaje, la intimidación, cuando no la más
feroz violencia, han sido sus armas para
extenderse por el mundo, manipular o derrocar
gobiernos y someter pueblos enteros. Asimismo,
saben sacar provecho de la descomposición de las
castas oligárquicas. La actual coyuntura no ha
sido la excepción y Washington se mueve para
presionar al régimen títere a fin de obtener el
máximo de prebendas. Pero esa hegemonía,
necesariamente será derribada por la acción
revolucionaria de los pueblos que más temprano
que tarde se levantarán contra sus opresores
internos y externos.
Luego de
la muerte de Mosquera, como la nueva dirección
se empeñara en conducir al Partido a cerrar
filas con los samperistas, y en la práctica
llegaron a respaldar al gobierno al supeditar
todas las contradicciones a un ataque confuso y
de corte burgués al imperialismo, traicionando
el rumbo trazado por quien fuera el fundador y
máximo guía del MOIR, un grupo cada vez más
numeroso de militantes, en los diferentes
organismos intensificó la lucha contra aquella
tendencia oportunista. La respuesta desesperada
y arbitraria del Comité Ejecutivo no se hizo
esperar: la expulsión de los siete camaradas
miembros de la Junta Directiva de ACEB y de
todos aquellos otros que comparten sus
posiciones revolucionarias. Parafraseando a
Mosquera podríamos afirmar que combatir
revolucioanariamente tres largos decenios para
terminar remozando la república oligárquica, es
como derribar un árbol para cazar un mirlo.
De ahí que
reiteremos nuestra firme decisión de continuar
la tarea revolucionaria que nos enseñara nuestro
recordado líder y maestro Francisco Mosquera,
construyendo el partido del proletariado,
conservando el programa y los estatutos que le
diera al MOIR, impulsando el frente que aglutine
a más del 90% de la población y combatiendo a
los enemigos principales del pueblo colombiano,
el imperialismo y su sostén, la oligarquía
liberal-conservadora, hoy encabezada por Ernesto
Samper.
¡POR LA
SOBERANIA ECONOMICA: RESISTENCIA CIVIL!
¡ABAJO EL
GOBIERNO PROIMPERIALISTA DE SAMPER!
Comité Ejecutivo MOIR - Línea
Francisco Mosquera.
Noviembre 10 de 1996
Periódico El Fogonero |