Unámonos
Contra la Amenaza Principal (*)
Amigos
y compañeros:
Si
algo enseña Centroamérica es que los pueblos
no podrán forjar su ventura sin tener muy en
cuenta el concierto mundial y la época
histórica en los cuales se enmarca
ineludiblemente el desenvolvimiento de
cualquier país. Quienes desafíen las
tendencias universales del desarrollo, hagan
una evaluación errada en dichas materias, o
busquen sustraer sus cabezas de avestruz de
las tormentas internacionales, no evitarán que
las repercusiones internas de la refriega
externa los golpeen a la larga o a la corta.
Muchos de los contradictores del MOIR suelen
regodearse en atribuirnos la, según ellos,
maniática inclinación de dedicar más tiempo a
las cuestiones de afuera que a los abigarrados
y desgarradores problemas particulares de la
nación. Sin embargo, ahí están hoy en Colombia
las diversas interpretaciones, desde las más
indiferentes e indecisas hasta las más
interesadas y comprometidas, disputándose los
favores de la opinión pública en la palestra
de la política internacional.
A
la tremolina contribuyen fenómenos como la
crisis económica de Occidente que no pocos
articulistas califican de más aguda y extensa
que el crac de 1929, premonitorio de la
Segunda Guerra Mundial; o el pugilato por el
dominio del orbe entre las dos superpotencias,
cuyas carreras armamentistas y controversias
verbales, cada vez de mayor calibre, causan
desasosiego a los habitantes de los cinco
continentes; o la proliferación de
conflagraciones locales en las zonas
atrasadas, en donde las grandes metrópolis,
principalmente los Estados Unidos y la Unión
Soviética, miden y ejercitan sus tropas en. la
rebatiña por los recursos naturales y los
mercados de las neocolonias; o los incontables
brotes de rebeldía de las naciones
subordinadas en pos de sus elementales
derechos, que con sólo estallar adquieren los
alcances de noticia de primera plana. El
criminal abatimiento de un avión comercial de
Corea del Sur con 269 pasajeros a bordo por
parte de un caza soviético, producto de la
histeria guerrerista que cunde entre los
estamentos militares del Krem1in, y que
horrorizó al mundo entero, ha obligado, aun a
los más indulgentes, a fijar posición al
respecto, sin excluir a nuestro Premio Nobel
de Literatura, quien, sofrenando arraigadas
simpatías, se atrevió a aseverar que no había
Dios que perdonara el genocidio. Y así, los
asuntos internacionales han ido perturbando en
tal forma nuestro ambiente nativo que, pese a
que no hizo parte de sus ofrecimientos
electorales, el primer acto del actual
gobierno, de acendrada alcurnia conservadora,
fue anunciar la inclusión del país en el
movimiento de los No Alineados, decisión ante
la cual la audacia de Alfonso López Michelsen,
de matricular el partido liberal en la
Internacional Socialista de Willy Brandt
parecería una nonada. Y frente a las
impresionantes cifras de endeudamiento de
Latinoamérica, las cuales bordean los 350.000
millones de dólares y cuyos intereses y
amortización ascienden anualmente a 70.000
millones, una sangría de capital inaguantable
para economías desfallecientes y asfixiadas
por la presión estrujadora de los poderosos
emporios industriales del planeta, ¿no propuso
el ex presidente Misael Pastrana, para ponerse
a tono con la moda, la creación de un "Club de
Deudores", a fin de explorar, junto a la
asociación de los prestamistas, la quimérica
salida que mejor convenga a los reclamos
antagónicos de unos y de otros? ¿Y el
presidente Betancur, que no acaba de
sorprender a sus conciudadanos, no resolvió
acudir inopinadamente a Contadora para ayudar
a apagar, como él mismo afirma, la casa en
llamas del vecino, persiguiendo en el
extranjero la pacificación que no obtiene con
sus febriles y muníficos intentos de extinguir
el fuego en su propio lar?
I
Los
moiristas no podemos más que celebrar esta
creciente internacional¡zación de las luchas
partidistas, porque en el país las clases
ilustradas sí siguen el curso de los
acontecimientos del exterior, ante los cuales
han aprendido siempre a adecuar su conducta,
mientras que al vulgo ignaro se le procura
mantener prisionero en el más estrecho
parroquialismo, alimentado únicamente con los
frutos espirituales de las concordias y las
discordias domésticas de las dos banderías
sesquicentenarias. Más que airearla, a
Colombia los vientos frescos de las ingentes
contradicciones internacionales la sacuden por
los cuatro costados. Y eso está bien. En
adelante va a ser casi imposible crear cauda
ignorando las preocupaciones de las gentes por
las dolencias del mundo; en torno a ellas cada
agrupación habrá de formarse un criterio y
debatirlo.
El
tema que nos ocupa, Centroamérica, es un
ejemplo típico de lo expuesto, y nos interesa
vivamente. Desde el punto de vista general
consiste, en la repetición en nuestro
Hemisferio del enfrentamiento que en otras
latitudes se presenta entre Moscú y Washington
por el dominio de porciones territoriales
claves. En cuanto a la cercanía del conflicto
a nuestras playas, quiérase o no, nos veremos
involucrados directamente en él. Quizá por
esas mismas circunstancias, es decir, porque
la contienda se efectúa en lo que hemos dado
en llamar el "patio trasero" de los Estados
Unidos y porque las naciones del área han
sufrido cual ningunas otras en la redondez de
la Tierra los vejámenes sin cuento de un
imperialismo tan próximo, la propaganda
difundida entre nosotros tiende a achacar a
las autoridades norteamericanas toda la
responsabilidad por el agravamiento de la
situación, exonerando a los lejanos amos de
Rusia, que actúan taimadamente a través de La
Habana y Managua, de cualquier injerencia
bélica o apetito hegemónico. Versión que
alienta dichoso el coro fletado de partidos y
movimientos prosoviéticos de distinto
pelambre. Pero para desentrañar los intereses
enzarzados en la pelea, descubrir de dónde
proviene la amenaza mayor, saber qué apoyar o
qué no apoyar en el momento aconsejable,
prepararse para el desenlace previsible y
sobre todo a objeto de velar con eficacia por
Colombia y las naciones hermanas, no hay más
remedio que, conforme lo dejamos establecido
desde el comienzo de esta disertación, partir
de un enfoque realmente amplio, universal, y
abordar la cuestión con sentido histórico.
En
los últimos veintitantos años, rápidos y
sustanciales cambios han terminado por alterar
totalmente el cuadro surgido en 1945 a raíz de
la victoria aliada sobre las potencias del
Eje.
Las
más significativas de tales modificaciones son
las siguientes:
1)
Los sucesores de Lenin, de Nikita Kruschev
para acá, desterraron de su vera al marxismo,
y la que fuese un día cuna de las revoluciones
socialistas triunfantes involucionó hasta
convertirse en foco de la reacción mundial. Un
nuevo y tenebroso Estado vandálico nació de la
traición en el Oriente, que aunque conserva el
membrete de proletario, en lugar de acogerse
al principio de la autodeterminación de las
naciones y propender a la igualdad entre los
pueblos, guerrea, invade, arrasa, esclaviza y
enfrenta unos países a otros en sus ambiciones
inconfesables de forjar un imperio jamás
soñado. Los artífices de la vesánica empresa
cuentan a su haber con un sistema de gobierno
despótico y férreamente centralizado, que les
permite adoptar cualquier determinación y en
el instante que sea, sin tener que explicar
nada a nadie ni consultar organismos
representativos distintos a un minúsculo,
hierático y hermético buró. Han logrado así
imponerles desenfrenadamente su mayordomía a
los países que giran en su órbita, militarizar
en grado sumo la producción, alcanzar y
superar a la contraparte en armas nucleares y
convencionales y desplegar a sus anchas en
cancillerías y certámenes diplomáticos aquel
estilo intrigante que a los Romanov hiciera
célebres. Los dividendos rendidos por dichas
ventajas hablan por sí solos. La Unión
Soviética ha asentado sus reales en Asia,
África y América Latina; a través de sus
tropas y las de sus fantoches ocupa un buen
número de pequeñas o débiles naciones, y por
doquier cerca puntos, pasos y cruces de valor
estratégico. Su curva es ascendente y hasta
ahora, salvo dificultades llevaderas, las
cosas le han salido a pedir de boca.
2)
Para las repúblicas de Europa Occidental y el
Japón quedaron muy atrás, sepultos en la
memoria, los duros períodos iniciales de la
posguerra, y hace rato ya que emergieron con
sus industrias restauradas, sus productos
altamente competitivos y sus melancólicos
proyectos de demandar un papel relevante en el
drama universal protagonizado por las
notabilidades del Kremlin y de la Casa Blanca.
Aun cuando con la concurrencia económica
acicatean la crisis capitalista mundial y
atentan contra los rendimientos de los Estados
Unidos, la seguridad de tales países, puesta
en vilo por el acecho soviético, sigue estando
del lado de Norteamérica, su aliado
reconocido. Lo cual no obsta para que de tarde
en tarde metan cuña en los pleitos entre los
mandamases del Este y del Oeste y traten de
sacar tajada.
3)
Las naciones del bautizado Tercer Mundo, que
copan preferentemente las regiones del Sur y
albergan tres cuartas partes de la población
del orbe, atraviesan el tramo más azaroso de
sus precarias existencias: su Producto Bruto
decrece antes que incrernentarse; con el
ahondamiento de la crisis económica sus
deficientes mercaderías carecen de compradores
dentro y fuera de sus fronteras, mientras los
grandes consorcios foráneos redoblan la
explotación tanto de sus materias primas
fundamentales como de su trabajo nacional, y
la voluminosa deuda externa, 650.000 millones
de dólares según los estimativos menos
alarmistas, con su gravoso servicio y el
correspondiente déficit de divisas, acaba por
diluir cualquier entelequia de prosperidad
bajo las antiguas relaciones de producción
imperantes en aquellas repúblicas de segunda
clase. Las angustiosas urgencias sociales que
semejantes condiciones originan, al igual que
los legítimos anhelos por una independencia,
una soberanía y una democracia efectivas y no
formales, precipitan revueltas y revoluciones
como no sucede en la otra mitad septentrional
de la pelota terráquea. Sin embargo, estas
crepitaciones de genuina raigambre popular son
por lo común manipuladas por los
socialimperialistas soviéticos dentro de sus
planes de expansión, para lo cua1 recurren a
su engañosa careta socialista y a su sibilino
lenguaje en solidaridad con las luchas
libertarias de las masas insurrectas. ¡He ahí
uno de los rasgos inconfundibles de la época!
4)
Finalmente, Estados Unidos, hace 35 años la
estrella más brillante del firmamento
capitalista y cuya preeminencia en la Tierra
no conocía mengua, se hunde lenta pero
inexorablemente en el ocaso, pugnando en vano
por evitar la disgregación de sus vastos
dominios imperiales y esforzándose en extremo
para que sus dictámenes, otrora irrecusables,
sean cumplidos por sus servidores y respetados
por sus oponentes. Tres males minan de
continuo su vitalidad: los movimientos de
liberación nacional de los pueblos sometidos a
su égida, la competencia económica de las
repúblicas occidentales desarrolladas y el
expansionismo ruso que se nutre de los países
que le va entresacando del redil. La suma de
las transformaciones anteriormente referidas
ha dado por resultado un vuelco radical en la
correlación de las fuerzas mundiales. La Unión
Soviética se ha adueñado de la supremacía y de
la iniciativa; y, como sus miras colonialistas
de nuevo cuño no llegarán a cristalizarse más
que a costa de la progresiva languidez de las
viejas metrópolis, en el litigio le
corresponde la función del agresor, el agente
activo que arremete con el propósito de
menoscabar las potestades
extrañas
a las suyas y de arrancar poco a poco las
extensiones colocadas de antemano bajo el
vasallaje de aquéllas. De no proceder, ninguna
concesión le será otorgada graciosamente.
Debido a ello se ha hecho merecedora del
sambenito que en el pasado le acomodaran los
chinos, de ser el enemigo número uno de la paz
mundial. Por el contrario, a Estados Unidos lo
que más le conviene, si ello fuera factible,
es que se mantenga el statu quo. Pero no. Un
análisis global demostrará que en todas partes
pierde terreno y se bate en retirada. Aunque
haya enviado últimamente una controvertida
cantidad de soldados al exterior no significa
que saltará de la defensiva a la ofensiva;
simplemente se esmera en preservar lo que a
él, a justo título, tampoco le pertenece.
El
rompecabezas centroamericano habremos de
encararlo a la luz de las conclusiones arriba
descritas, o en otras palabras, se debe
encuadrar en las realidades del mundo y de su
tiempo. Las agrupaciones políticas que por
razones prácticas o motivos de acomodación se
empecinen en destacar solamente unos cuantos
de los múltiples aspectos que abarca el
problema le inferirán severos daños a la causa
de la libertad y de la democracia; bien los
que sacrifiquen el futuro al presente paliando
los enormes peligros que implica la presencia
del hegemonismo socialimperialista en el área,
bien los que por temor a los riesgos derivados
de la contienda maticen las penosas
condiciones de vida preexistentes en las
naciones subyugadas.
II
Hasta
dónde nos hallamos ligados a las vicisitudes
del quehacer internacional lo registran los
propios albores de nuestros pueblos. Luego del
Descubrimiento, al Norte del Río Grande arribó
la emigración más avanzada de entonces a
colonizar unos parajes apenas habitados por
aborígenes que en su retardo evolutivo no
pasaban del estadio superior del salvajismo,
de acuerdo con la sinopsis de Lewls H. Morgan,
en tanto que al Sur vinieron los
representantes de las formas más atrasadas de
producción de Europa, a disponer de unas
tierras cuyos bárbaros propietarios ya habían
conseguido, entre sus hazañas, cultivar. Este
hecho paradójico, el que lo aventajado del
viejo mundo se tropezara con lo rezagado del
nuevo, y viceversa, selló la suerte de las dos
porciones tan dispares y tan encontradas de
América. En lo que después sería Estados
Unidos,
los colonos, con una mano de obra salvaje no
utilizable, tuvieron ellos mismos que
descuajar los bosques y hendir los surcos,
hasta ver florecer a la postre un capitalismo
puro, exento de las interferencias de sistemas
caducos heredados a los que fuera necesario
barrer, como le tocara a la burguesía europea
en sus batallas por el desarrollo. Idéntica
afirmación cabe para las normas democráticas
de organización social, cuyas embrionarias
encarnaciones comenzaron allí a manifestarse
desde un principio y a facilitar las
actividades productivas. En cambio, el rancio
coloniaje monárquico, de severo molde
absolutista y al que prácticamente le
correspondiera fundar a Latinoamérica,
trasplantó intacto aquí el régimen feudal,
dada la feliz coincidencia de que se
arribaaría con una abundante población
indígena apta para la agricultura y las
labores manuales, a la cual, además de
evangelizar, transformaría en siervos de la
gleba. Sobre la mita, la encomienda y el
resguardo reverdecieron las obediencias
jerarquizadas, los tributos y prestaciones
personales, la justicia inquisitorial y el
resto de instituciones de una sociedad que
allende el océano exhibía síntomas inequívocos
de senectud, pero que bajo nuestros cielos
tendría mucho por vivir, hasta el punto de que
al cabo de los siglos aún observamos sus
vestigios saboteando la marcha del progreso.
Vertiginosamente
Norteamérica adelantaría, y pronto haría
sentir también su influjo bienhechor con su
Declaración de Independencia, convenida en
1776 y enfilada en general contra la monarquía
y la divinidad de los reyes; documento
consagratorio de los preceptos de la
democracia burguesa, cuyos derechos humanos,
presididos por la sonada máxima de que "todos
los hombres son creados iguales", estaban
llamados a contribuir, durante decenios, con
la revolución mundial, y, de contera, con las
gestas de emancipación de las colonias
españolas. Bastante transcurrida la centuria
pasada la semblanza estadinense todavía seguía
infundiendo entusiasmo a las luchas
progresistas de los distintos países. La
Guerra de Secesión, concluida en 1865 con la
refrendación de la libertad de los esclavos
negros, recibió el fervoroso apoyo de las
corrientes revolucionarias, especialmente de
los obreros europeos.
No
obstante, en vísperas del siglo XX, junto a
una banca omnipotente, reguladora de los
engranajes industriales puestos a la sazón
bajo sus arbitrios, irrumpen los gigantescos
monopolios, suprema expresión de la
concentración del capital, los cuales estiman
demasiado angostos sus linderos fronterizos y
han de hacer de la rapiña una divisa,
renegando de las sanas tradiciones y
trastornando la mente de la gran nación de
Jefferson. La guerra contra España, en 1898,
su primera confrontación netamente
imperialista, no se emprendió ya en aras de
las cláusulas de "no colonización" de la
Doctrina Monroe, sino al revés, para
apropiarse de lugares ajenos, como lo llevó a
cabo aquel año el gobierno de McKinley con
Filipinas, Guani y Puerto Rico. Contra Cuba,
asimismo arrancada de la corona ibérica,
expidiose más tarde la oprobiosa Enmienda
Platt por la cual se coartaba su soberanía y
quedaba Estados Unidos facultado para
entrometerse en los asuntos de la Isla cuando
le pluguiera. Sobrevendría de igual modo la
desmembración de Panamá de Colombia, con el
propósito de construir en el Istmo el canal
interoceánico que los franceses no fueron
capaces de materializar. Y posteriormente la
habilitación de las interminables tiranías
castrenses tipo Carías, Martínez, Ubico,
Somoza, Trujillo, Duvalier, respectivamente de
Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua,
República Dominicana y Haití, para sólo
señalar unas pocas de las muchas que han
soportado las masas escarnecidas y apaleadas
de la América Central y el Caribe. Y los
tratados leoninos sobre diversos tópicos,
dirigidos a garantizar franquicias para las
inversiones, los consorcios, las mercancías o
los empréstitos procedentes de la metrópoli
recién configurada. Y las repetidas
conferencias panamericanas, gestoras del
sistema del mismo nombre pero bajo la batuta
de Washington, preferencialmente la IX,
celebrada en Bogotá durante los días aciagos
del asesinato de Gaitán y que diera vía a la
Organizacion de Estados Americanos, la
inefable OEA, tildada por algunos como el
"ministerio de colonias yanqui?. Y las
intervenciones militares contabilizadas por
docenas en el Hemisferio, entre las que vale
la pena recordar la de 1914, en el puerto de
Veracruz, México, a fin de presionar la
dimisión del presidente Victoriano Huerta; la
de 1926, en auxilio del títere nicaragüense
Adolfo Díaz; la de 1954, para derrocar el
gobierno guatemalteco de Juan Jacobo Arbenz;
la de 1961, fallidamente contra la revolución
cubana, y la de 1965, tras el objetivo de
aplastar al insubordinado coronel Francisco
Caamaño, en Santo Domingo.
La
metamorfosis de la república estadinense en
una potencia imperialista se había consumado
definitivamente. Dejemos referir al Washington
Post, en editorial publicado preciso en los
preliminares de la guerra de 1898, cómo
percibió aquella transmutación en los momentos
históricos en que se estaba efectuando: "Una
nueva conciencia parece haber surgido entre
nosotros -la conciencia de la fuerza- y junto
con ella un nuevo apetito, el anhelo de
mostrar nuestra fuerza... El sabor a imperio
está en la boca de la gente, lo mismo que el
sabor de la sangre reina en la jungla".
Los
partidos vergonzantes del caudillaje
estadinense acostumbran argumentar que los
humos despóticos del opulento poder del Norte,
notoriamente ostensibles en variadas fases de
su ulterior etapa hegemonista, han dependido
más de las malas entrañas de determinados
mandatarios que de la índole del sistema
imperante. Censuran, por supuesto, las
tropelías del "gran garrote" de Teodoro
Roosevelt, o la "diplomacia del dólar",
llevada al apogeo por la administración de
William Taft, mientras se deslíen en elogios
hacia los ofrecimientos de "Buena Vecindad"
del segundo Roosevelt, los programas de la
"Alianza para el Progreso" de un John F.
Kermedy e incluso hacia las intenciones de
"buen socio" esbozadas por el frustrado
Richard Nixon. Sin embargo, este aparente
doble cariz, o esta duplicidad, fuera de
indicamos que las formalidades de la
democracia no simbolizan un impedimento
insalvable para la explotación económica de
los monopolios, nos confirma que los Estados
Unidos se acogen con pericia y sin reconcomios
a los métodos blandos o a los duros, con tal
de sacarles jugosos gajes a sus nexos
extraterritoriales.
Así
como el capitalismo norteamericano nació
incontaminado, sin las trabas de modos
productivos remanentes que le obstaculizaran
el crecimiento, su cielo imperialista, desde
sus preámbulos, se ha diferenciado de los
otros en la predisposición a valerse de los
instrumentos democráticos para afianzar y
adornar sus expugnadoras pretensiones. En lo
transcurrido del siglo menudean las
profesiones de fe de los ocasionales
inquilinos de la Casa Blanca en los hábitos
republicanos de gobierno y en las excelsitudes
de la soberanía y la autodeterminación de las
naciones, a lo Woodrow Wilson, el presidente
del partido demócrata que se creía obligado a
impartir instrucción a los analfabetos
políticos del Continente sobre cómo
interpretar las constituciones y escoger
eficaces estadistas; y quien, dentro de su
pedagógica misión, proclamó para Latinoamérica
el advenimiento de la "Nueva Libertad", por la
cual habría de ir hasta la agresión armada
contra Nicaragua, Haití y República
Dominicana, sin contar la ya mencionada contra
México. Y sus famosos Catorce Puntos sobre la
paz, tras cuyos derroteros participó
Norteamérica en la primera guerra por el
reparto del globo, convocaban a un
entendimiento universal que concediera
"garantías mutuas de independencia y de
integridad territorial a Estados grandes y
pequeños por igual". Análogos supuestos de
convivencia civilizada y democrática entre los
países se consignaron en la Carta del
Atlántico, el pacto programático con que, dos
largas décadas después, acometieron en la
segunda conflagración las fuerzas aliadas bajo
el liderazgo de los Estados Unidos. El
panamericanismo no es más que el compendio de
tales postulados, entretejidos paso a paso y
al compás de los vaivenes hemisféricos, y que
históricamente arrancó con la negativa inicial
de los jerarcas de Washington a reconocer los
mandatos de facto surgidos de la inobservancia
de las regulaciones constitucionales, hasta
concluir en la condena expresa, por lo menos
en el papel, de cualquier intervención de una
nación en los fueros de otra. Además de
responder a los designios de convertir el
Caribe en un mar norteamericano y a todo el
66patio trasero" en soporte para la dominación
mundial, el corolario que adosara Teodoro
Roosevelt a la Doctrina Monroe por allá en
1904, anunciando que sus deberes de ángel
guardián de América podrían forzarlo a
"ejercitar la política de policía
internacional", ha consistido asimismo, desde
los preludios del imperio hasta hoy, en el
pobre intento de encubrir la voracidad de los
Estados Unidos con la cruzada rediviva por
proscribir de estas tierras de Colón los
enclaves coloniales. Intento no sólo pobre
sino opcional, porque, cual ocurrió con la
cruenta andanada de Gran Bretaña contra
Argentina por la retención de las Malvinas,
las, autoridades estadinenses no vacilan en
terciar en beneficio de viejas formas de
opresión nacional, y reivindicadas por
señoríos procedentes de otras latitudes, cada
vez que los afanes del momento así lo
dictaminen.
En
todo caso las relaciones expoliadoras
implantadas por los Estados Unidos fueron
harto distintas a las que consuetudinariamente
rigieron en el mundo y que en la actualidad se
hallan casi extinguidas por completo. Se trata
del necolonialismo, como insistimos en
denominarlo con la finalidad de distinguirlo.
Es el desvalijamiento moderno que no precisa
de virreinatos o protectorados de ninguna
especie para llevar a feliz término la labor
depredadora. Aun cuando eche mano de los
cuartelazos, las invasiones y las tomas
territoriales, dentro de su inclinación
natural a esgrimir escuetamente la represión
siempre que sea indispensable, tolera la
independencia política, la república y los
gobiernos elegidos por sufragio, pues sus
ganancias espectaculares y especulativas,
inherentes al capitalismo monopólico, estriban
antes que nada en la exportación de capitales
desde los centros desarrollados a la periferia
relegada. Mediante las inversiones directas y
los empréstitos los países pudientes despojan
a los menesterosos de sus recursos naturales,
acaparan sus mercados, inspeccionan y
reglamentan sus economías. Los funcionarios,
los legisladores, los magistrados caen
prisioneros en las redes del soborno, o
capitulan ante las desalmadas e ineludibles
presiones pecuniarias. Si no que lo desmienta
México, cuya fachendosa burocracia posaba de
libérrima y patriótica hasta cuando el Fondo
Monetario Internacional, con sus inapelables
requisitos para la renegociación de la deuda
pública, vino a postrarla de hinojos y a
dejarla en cueros ante la mirada estupefacta
de los miles de millones de moradores del
planeta. 0 que lo atestigüen, para no ir muy
lejos, los gerentes de nuestras entidades del
ramo que no atinan a explicarle a la
desfalcada y confundida opinión colombiana los
motivos de las escandalosas alzas en las
tarifas de, los servicios, hechas por
conminación de las agencias prestamistas y a
contrapelo de las promesas comiciales del
Movimiento Nacional.
Por
eso, los portavoces de las corrientes
reformistas que abogan por la restauración de
las viejas y consabidas formulaciones
democráticas, cual panacea para los
padecimientos del Tercer Mundo, aunque se
sientan muy convencidos de la bondad y del
progresismo de sus reclamos, lo cierto es que
no han avanzado un ápice respecto a las
recetas que de buen grado .aceptarían las
oligarquías imperialistas contemporáneas y que
de suyo ya han prescrito en sus documentos más
solemnes. Las libertades ciudadanas que logren
disfrutar los pueblos exaccionados les
facilitarán sus luchas por una
autodeterminación auténtica y cabal, pero por
sí solas no configurarán barrera alguna que
impida la explotación económica de los
conglomerados supranacionales. Frecuentemente
las metrópolis aplauden el independentismo del
que hacen alarde muchos de los gobernantes de
sus neocolonias y hasta reciben con mansa
resignación las críticas que éstos expresan
sobre diversos aspectos de su conducta en el
concierto internacional, con tal que se les
asegure el curso boyante de sus negocios. Con
arreglo a ello acostumbra a obrar,
verbigracia, el impredecible señor Betancur,
quien en sus discursos se reserva la licencia
de reprender a su colega Ronald Reagan por uno
que otro desatino, sin dejar por eso de
abrumar con prebendas a los inversionistas
extranjeros, o de tramitar, acucioso, la
solicitud de mayor injerencia del Banco
Interamericano de Desarrollo, el BID, uno de
los entes directamente responsables del
retraso, los desequilibrios y el caos en la
construcción material de nuestras naciones. Y
después de tantas vueltas y revueltas, la
acariciada paz de Centroamérica, como se
deduce de los pronunciamientos del Grupo de
Contadora y de las intervenciones del
presidente colombiano con ocasión de su
reciente viaje al exterior, resultó que, en
última instancia, depende, de un lado, del
retorno a un panamericanismo remozado, y del
otro, del incremento de la "ayuda" de la banca
mundial y de una más activa participación de
los grandes trusts, dispensadores de la
tecnología y de las posibilidades de empleo,
conforme al criterio de las mismas fuentes.
Diagnóstico que sospechosamente coincide con
las propuestas por las que viene intercediendo
de tiempo atrás el inconmovible y metalizado
congreso estadinense.
Dentro
de semejante contexto el discurrir de los
países latinoamericanos ha sido una pesadilla
de necesidades desatendidas, de anhelos
irrealizables, de frustraciones traumáticas.
No obstante que la mayoría naciera a la vida
republicana hace más de siglo y medio,
muchísimo antes que los jóvenes y depauperados
Estados de Asia y África, ni la emancipación
obtenida, ni la superestructura constitucional
adoptada, se tradujeron en un efectivo
desarrollo. La organización
democrático-representativa de sus sociedades,
distante de implicar la instauración del
capitalismo corno era de esperarse, en lo
fundamental mantuvo indemnes, bajo la corteza
burguesa, las enquistadas formas de producción
peculiarmente feudales, las cuales sólo acusan
conatos de claro deterioro en las postrimerías
del siglo XIX. Empero, cuando circulan los
primeros capitales y se incuban los
incipientes procesos fabriles, una nueva y
pesada carga desciende sobre los hombros de
nuestras patrias, un flagelo que comprometería
indefinidamente su bienestar, el
desvalijamiento imperialista del que ya hemos
hablado. En sus informes de oficio los
gobiernos estilan pintar color de rosa
cualquier conquista pírrica dentro del
crecimiento raquítico, y a debe, cual lo
definiera alguien con perspicacia; mas la
constante es la parálisis, o el retroceso, a
juzgar por los datos más frescos y veraces
profusamente divulgados. ¿Quién osa rebatirlo?
La inflación de dos y hasta de tres dígitos de
porcentaje, la quiebra masiva de empresas, la
no utilización de parte considerable de la
poca capacidad instalada de la industria, el
decaimiento incurable de las actividades
agropecuarias, la explosiva desocupación, el
déficit fiscal crónico, el endeudamiento
llegado a arribaes insoportables, cte.,
evidencian un panorama latinoamericano nada
halagüeño, luego de tantos augurios fallidos y
de tanta retórica. Y si a esto añadimos la
marcada preferencia de los epicentros del
poder a descargar la crisis económica que
acogota a Occidente sobre los ciento y pico de
países desheredados de la fortuna, calaremos a
plenitud la gravedad de la hora.
De
ahí que el pueblo de América Latina haya
escrito las más hermosas páginas de
insumisión, pues al igual que en la novela
heroica "el hambre devoradora le persigue
sobre la tierra fecunda". Los revolucionarios,
los demócratas y los patriotas sinceros de las
distintas nacionalidades le brindarán unidos
el respaldo irrestricto hasta ver coronadas
por el éxito sus ansias de libertad; no la
libertad santificadora de la extorsión
económica, sino la fundada en los atributos de
las naciones soberanas que usufructúan y
definen a satisfacción sobre sus riquezas y
sobre el trabajo de sus gentes.
III
Con
todo y las complejidades, hasta aquí ha habido
una comprensión gradual de los entresijos de
nuestra segunda independencia. Las felonías,
los excesos de confianza y las
contemporizaciones oportunistas cunden en lo
tocante a las asechanzas de la superpotencia
de Oriente. Unos sectores consideran
insustituibles las emponzoñadas solidaridades
del socialimperialismo: están representados
por los regímenes de este bloque y sus
epígonos. Otros se inclinan por el
aprovechamiento táctico de la intromisión rusa
para obtener el triunfo: son los ingenuos que
piensan expulsar primero a los Estados Unidos
y luego deshacerse de la Unión Soviética. Y un
tercer segmento busca medrar en medio de la
borrasca; lo constituyen aquellos que le
prenden una vela a Dios y otra al diablo para
ganar indulgencias políticas.
Bajo
ninguna circunstancia hemos admitido que las
diligentes gestiones de Moscú y de La Habana
alrededor de Centroamérica sean catalogadas de
fiables y mucho menos de fraternas. Cierto es
que, fuera de la férrea tenaza con que
apercuella al gobierno cubano, al que
recompensa con miserables bonificaciones
monetarias por sus menesteres mercenarios en
otras latitudes, allí, en los litorales del
Mar Caribe, la dirigencia soviética no ha
tenido ni el tiempo ni el espacio para hacer
sentir ampliamente su catadura expansionista.
Lo cual desde luego no significa que sus
tejemanejes no riñan de manera tajante con las
nociones más elementales de la democracia y
con los principios del socialismo. No se puede
aguardar a que esta despiadada satrapía que
arrasa a sangre y fuego a la nación afgana y
empuja al ejército marioneta de Viet Nam a
exterminar a los pueblos kampucheano y
laosiano, acate la soberanía y demás derechos
inalienables de guatemaltecos, salvadoreños y
nicaragüenses. ¿Acaso el despotismo se
comporta de un modo en Asia y de otro en
América? ¿O los postulados democráticos son
fraccionables, diferibles y tienen un valor
contrapuesto de un meridiano a otro? ¿U
obligan para todos menos para unos? No suena
coherente. Las ocupaciones de países,
efectuadas donde fuese y so pretexto de
colaborarles en sus bregas de liberación
nacional, sacar avante las tareas socialistas,
o tras cualquier otro móvil, por humanitario y
filantrópico que parezca, únicamente conducen
a escindir la necesaria armonía de los pueblos
y a exacerbar las tensiones internacionales. A
la inversa de cuanto han venido pregonando los
adocenados partidos comunistas, los más leves
atropellos contra la independencia de los
Estados y la autodeterminación de las
naciones, infligen heridas graves a la
cooperación internacionalista tan cara para
las masas trabajadoras del orbe entero.
Fidel
Castro nos proporciona un testimonio bastante
elocuente de cómo se adecúa el concepto a la
práctica, o mejor, de cómo se envilece la
teoría para legitimar los sanguinarios
desmanes de la Santa Rusia posmarxista. En
agosto de 1968 las unidades del Pacto de
Varsovia tomaron por asalto a Checoslovaquia,
y no obstante acusarse a Occidente por los
signos degenerativos detectados en aquel
miembro del bloque, era imperioso ofrecer una
exculpación, con ribetes de credibilidad, de
un acto a todas luces atentatorio de la
integridad de un país supuestamente libre. El
Comandante en Jefe, que por entonces ya había
escogido padrastros, lo intentó dentro de esta
lógica: "A nuestro juicio la decisión en
Checoslovaquia sólo se puede explicar desde el
punto de vista político y no desde un punto de
vista legal. Visos de legalidad no tiene
francamente, absolutamente ninguno". La
infracción de lo legal, que no tuvo más
remedio que reconocer, simboliza la burla del
precepto de la autodeterminación nacional de
los países; y el incentivo político, o sea la
justificación, radica en los objetivos
revolucionarios. Y lo afirma expresamente: "Lo
que no cabría aquí decir es que en
Checoslovaquia no se violó la soberanía del
Estado checoslovaco. ( ... ) Y que la
violación incluso ha sido flagrante". Pero
aquélla -completa Castro- "tiene que ceder
ante el interés más importante del movimiento
revolucionario mundial y de la lucha de los
pueblos contra el imperialismo"
Traemos
a colación los pasajes de un litigio añejo ya
de quince años porque la doctrina sentada en
él ha repercutido enormemente en los
acontecimientos posteriores, y, además, no la
compartimos. Ajustándose a ella Cuba ha
enviado durante un lapso relativamente corto
alrededor de 100.000 soldados a campear en el
continente negro. En la actualidad mantiene en
Angola, como se sabe, 20.000 hombres, cuyo
desembarco, ocurrido en junio de 1975, marcó
el inicio propiamente dicho de la ofensiva
militar estratégica de la URSS por el
apoderamiento del planeta. En el Cuerno de
Africa están instalados sólo unos pocos
escuadrones menos, con la orden de sostener el
régimen de Mengistu, hostigar a Somalia y
combatir a los patriotas eritreos. Hay también
asesores y contingentes procedentes de la isla
caribeña en Yemen del Sur, Mozambique,
Guinea-Bissau y el Congo, amén de los que
menudean en Granada y Nicaragua. Tamaño
despliegue bélico, realizado en una extensión
tan dilatada, a tantos miles de kilómetros de
distancia de su base de origen y activado por
una pequeña nación -la tercera parte de los
habitantes de Colombia y un décimo de su
territorio-, que pasa apuros en las lonjas
internacionales para vender su azúcar de país
monoexportador, no se comprendería sin la
asistencia financiera de sus asistentes
militares. García Márquez, en un gesto que
habla bien de su calidad de amigo pero no de
su vocación por la economía, juró que la
misión expedicionaria sobre Angola "fue un
acto independiente y soberano de Cuba, y fue
después y no antes de decidirlo que se hizo la
notificación correspondiente a la Unión
Soviética". No hubo quién tomara en serio
estas frases. Ni siquiera el escritor, que
pronto las habría de olvidar, pues con motivo
de su controvertido exilio y refutando las
sindicaciones de los mandos castrenses contra
La Habana acerca de la incautación de un
cargamento de armas del M-19, aclaró
perentoriamente: "Los cubanos no tienen plata
para darle a nadie ni un fusil de esos que
vinieron ah".
La
deducción es obvia e irónica. Los procónsules
del "prinier territorio libre de América", con
el sostén y la coyunda de los soviéticos, se
pasean por el cosmos hollando fronteras
ajenas, ungiendo gobiernos obsecuentes,
disciplinando a los opositores que se atrevan
a rechistar. Insólito, por lo demás, que ese
extraño proceder se pretenda pasar con el
rótulo de revolucionario. Nosotros nos
identificamos en el pasado con las pegajosas
proclamas de los vencedores de la Sierra
Maestra y apoyarnos en la medida de nuestras
capacidades sus desvelos por edificar una
patria digna y próspera. Dimos incluso un
margen de espera prudencial cuando desde
finales de la década del sesenta nos
percatamos del giro de La Habana en honor de
las apetencias del Krem1in. Mas a mediados de
1975, consumada la invasión del Estado
africano que acababa de desembarazarse de
cinco siglos de coloniaje portugués, no había
duda: la comandancia de la Isla cumpliría su
triste destino de condotiero del
socialimperialismo, más o menos como las
soldadescas reclutadas en la India o Nueva
Zelanda contendían tras las enseñas de Su
Majestad en los esplendores del imperio
británico. No cejaremos en la condena de los
autodenominados "socialistas reales" que se
enseñorean impunemente en suelo extranjero.
Atrás recordábamos que los presidentes
norteamericanos instruían a bala a las
repúblicas inermes sobre cómo habituarse a la
democracia y a la independencia; hoy los
primeros ministros del bando contrario lo
hacen para predicar y explayar el socialismo.
Pero pueblo triunfante que le impone la
felicidad a otro pueblo compromete la victoria
y forja sus propias cadenas. ¡Quisling jamás
será un Martí!
Acreditan
ponerse en tela de juicio los propósitos de
aquellos que protestan airadamente por la
presencia estadinense en Centroamérica pero
hacen caso omiso de los crímenes cometidos por
los soviéticos y sus seguidores contra la
integridad y las intransferibles prerrogativas
de las naciones débiles. Para esos falsos
apóstoles de la transformación social,
llámense revolucionarios, comunistas o
socialistas, digámoslo en vía de ilustración,
no se justifica ni una nota desaprobatoria
ante el vandalismo vietnamita en Indochina,
donde, de los cinco millones de seres del
pueblo de Kampuchea, cientos de miles han sido
segados sin contemplaciones. La fraternidad
internacionalista tampoco es divisible. Tanto
merecen laborar en paz y decidir sin tutorías
foráneas sobre su buena o mala ventura los
cuatro millones de salvadoreños como los
veinte millones de afganos. Y convertir los
movimientos de liberación nacional del Tercer
Mundo en mascarones de proa del expansionismo
soviético, consiste, mondo y lirondo, tal cual
lo hemos venido señalando, en un trueque de
amos. La Junta Sandinista de Reconstrucción
Nacional, al alinearse con Moscú y servirle de
cabeza de playa en la región, no sólo enajena
su voluntad sino que reduce a Nicaragua al
lamentable estado de ficha cambiable o comible
en el ajedrez internacional. La autocracia
socialimperialista negociará la distribución
de las influencias mundiales de acuerdo con lo
que aconsejen sus maniobras políticas y
militares y no conforme lo deseen sus
majaderos mandaderos.
Imaginar
con pueril candidez que asordinando la
denuncia y admitiendo la peligrosa protección
moscovita las agrupaciones independentistas
enfrentan los presentes desafíos sin mayores
riesgos, pues ya se darán trazas para salir de
la trampa y eludir las celadas, es desconocer
supinamente las superioridades de un imperio
pujante, en formación, que cuenta por
añadidura con la no despreciable ventaja de
franquear puertas y marear cabezas con su
etiqueta socialista. Hoy por hoy el Krenilin
dispone de avanzadillas muy firmes y muy
dóciles en todo el globo. Además de las
indicadas, sobresalen el Estado sirio que
actualmente retiene con 60.000 soldados la
mitad del Líbano, a través del cual las
huestes de Andropov ponen fuerte baza en la
partida por el Medio Oriente, y el
predestinado coronel Gaddafi, en el Norte de
África, quien se adueñó de parte del Chad,
alistando y armando a una facción disidente de
ese país, y quien también intriga, conspira e
interviene donde pueda, incluida
Centroamérica, cual si fuera el Robin Hood del
mundo.
Si
echamos una cuidadosa ojeada a los últimos
veinte años registraremos la arremetida de la
URSS y su adelantamiento respecto de Occidente
en disímiles aspectos. Mientras aquella ha
militarizado su economía en grado sumo,
atiborra su arsenal con dispositivos nucleares
y convencionales y se trasmuda en un proveedor
de armamentos de primer orden, a las viejas
metrópolis les toca vérselas con mil
obstáculos, desde arrostrar los ruidosos
movimientos pacifistas que le coartan el poder
de decisión, hasta estirar al máximo los
presupuestos minados por la recesión
económica, para conservar simplemente un
precario equilibrio en la capacidad de fuego
de los dos bandos. Más de una veintena de
países, unos mediante las artes persuasivas de
la maquinación y del halago, otros como fruto
de la violencia, han caído en las zarpas del
oso, y le permiten directa o indirectamente a
esta superpotencia un considerable margen de
acción en su calculada y arrasadora campaña
expansionista. Tan inobjetable será la
tendencia histórica, que los Estados Unidos se
muestran impotentes para encinturar, en las
inmediaciones de sus linderos, la sublevación
centroamericana, acorralados por el
descontento popular, las desavenencias
políticas internas, las intromisiones
soviéticas y hasta por el peso de un pasado
acusatorio que no olvidan las gentes. Y el
señor Miterrand, en detrimento de la
descabalada estampa de su socialismo
pluralista, tuvo que trasladar sus tropas en
auxilio del gobierno del Chad, con el fin de
proteger los codiciados intereses franceses en
el África, siendo que no contempla muy
complacido el traslado que de las suyas ha
hecho el presidente Reagan a Honduras en
trance similar. En suma, Occidente ejecuta
esfuerzos más desesperados que eficaces por
mantener la cohesión y frenar a su
engrandecido oponente, en una atmósfera en la
cual las contradicciones internacionales suben
de temperatura en cuestión de meses y los
pueblos neocolonizados, resueltos a romper las
cadenas, no olfatean los vientos que delatan a
la fiera agazapada del Este. Por ende,
postergar para un futuro preñado de
incertidumbres el esclarecimiento público y
sistemático acerca de la amenaza principal, y
peor aún, unirse a ella en la creencia de
conseguir birlarle el botín, denota una
inocencia digna de tiempos menos escabrosos.
No
quisiera concluir esta exposición sin
referirme, así sea de pasada, a un
comportamiento político que ha venido haciendo
carrera en Colombia últimamente, sobre todo en
los círculos dominantes. Trátase del brochazo
izquierdista, al que cada vez recurren más
quienes han perdido lustre en los ajetreos de
la lucha y no encuentran otro medio de
recomponer su figura que mostrándose benévolos
con algún requerimiento o gesto de intimación
del gobierno cubano, obviamente después de
dejar sentada la explícita y ritual constancia
del abismo ideológico que los separa de aquél.
Este artilugio, copiado de los mexicanos,
posee la milagrosa virtud de resguardar por un
rato de las críticas, aunque se haya incurrido
en desafueros o se haya asumido actitudes
cavernarias en otras materias. No sabría
precisar si fue el presidente López Michelsen
quien primero lo utilizó, pero sí lo puso de
moda. Cuando Fidel Castro sostiene en La
Habana, como lo hizo: "López es un burgués
progresista", eso se refleja
propiciatoriamente en las urnas, o se
reflejaba.
La
conveniencia de recibir del campo adversario
semejantes consagraciones incide más de lo que
se supone en la elaboración de las directrices
oficiales, en especial en el período que
transcurre, pues los conservadores, o por lo
menos la fracción belisarista, han
redescubierto esta fórmula mágica con la que
los liberales ganaban puntos en las encuestas
de opinión, defendiendo, desde luego, el
panamericanismo y demás fundamentos del mundo
occidental y cristiano, a la par que se
coquetea a distancia con las fuerzas rivales
acantonadas en la otra orilla. Esto explica la
manera condescendiente como se han solido
absolver las pretensiones de los recaderos del
socialimperialismo contra Colombia, en el caso
de los inesperados y contumaces reclamos de la
Junta de Nicaragua sobre San Andrés y
Providencia y en las intentonas de Cuba de
sembrar nuestro territorio de destacamentos
armados, cual lo reconociera su Primer
Ministro sin el menor embozo y ante la
presencia de una gloria de nuestras letras, un
ex presidente y una decena de periodistas
colombianos, quienes prácticamente asintieron
con el otorgamiento de su silencio.
De
modo similar se ha venido concibiendo la
inclusión de Colombia en el grupo de los
países No Alineados, no como el camino para
hacer valer una posición genuinamente
independiente y neutral en la disputa de las
superpotencias, sino como el conducto de
complacerlas a ambas en lo que fuere
indispensable. En nombre de la pacificación,
en San José de Costa Rica el canciller Rodrigo
Lloreda firma la Iniciativa para la Cuenca del
Caribe ideada por la Casa Blanca, y para no
malquistar a la contraparte, se deposita en la
ONU un voto a favor de la candidatura de
Nicaragua al Consejo de Seguridad. Sin
embargo, ni las ambigüedades, ni las
acomodaticias oscilaciones de un extremo al
otro, reportarán nada positivo para la
convivencia internacional y el derecho a la
irrestricta autodeterminación de las naciones.
Azuzan, por el contrario, la codicia de los
expansionistas que intuirán en tales piruetas
una disimulada e insinuante invitación a que
prosigan con sus componendas y provocaciones.
En
Centroamérica, análogamente a lo que acontece
en las otras zonas en conflicto, al lado de
las viejas dolencias, han surgido problemas
nuevos. Entre los primeros están la
explotación económica de los consorcios
foráneos, el atraso, la miseria y la falta de
una democracia efectiva. Entre los segundos se
cuenta la irrupción de avanzadillas del
expansionismo tipo Cuba. "Estos pequeños
Estados -como lo indicamos en el proyecto de
convocatoria que propusimos para este foro- no
significarían una amenaza mayor para nadie, e
incluso gozarían plenamente del afecto de
todas las naciones amantes de la paz, si sus
afanes de respaldar a quienes combaten en pos
de los cambios sociales no fuesen más que un
simple pretexto para sus empeños reales de
crear, donde puedan, contingentes políticos y
militares dóciles a los caprichos de Moscú".
Ante las viejas dolencias existe un creciente
y alentador discernimiento; en relación con
los nuevos problemas prevalecen la prodición,
la indiferencia y el oportunismo. Unámonos las
fuerzas revolucionarias, democráticas y
patrióticas a fin de remediar as unas y
afrontar los otros, en el entendimiento de que
el mayor peligro proviene del
socialimperialismo soviético, cuya contención
demanda el más amplio frente de batalla
mundial, que se base en los países sojuzgados
y en las masas trabajadoras de todo el orbe,
abarque a las repúblicas capitalistas
desarrolladas y no vete siquiera a los Estados
Unidos.
En
cuanto a nosotros, seguiremos creyendo, junto
a Augusto César Sandino, el general de hombres
libres, que "toda intromisión extranjera en
nuestros asuntos sólo trae la pérdida de la
paz y la ira del pueblo".
Muchas
gracias.
Octubre
19 de 1983.