Salvemos la Producción
Nacional
Las
Secuelas del Contraataque Estadinense
Durante
decenios los mandatarios colombianos han venido, de
una parte, diluyendo el apoyo a la actividad
productiva de los estratos empresariales y, de la
otra, buscando arrebatarles a las masas laboriosas
los contados derechos y conquistas obtenidos en
incesante batallar. Conforme a sus escrúpulos,
astucias u oportunidades los gobiernos han corrido
con mayor o menor suerte en semejante propósito.
Pero el actual batió todas las marcas. En prontitud,
porque en medio año le puso piso legal al conjunto
de sus garrafales intenciones. En extensión, porque
las enmiendas abarcan los más variados y sensibles
tópicos de la vida del país. En profundidad, porque
pocas veces el zarpazo fue tan desgarrador. En
frescura, porque se recurre a cualquier arbitrio,
igual a la pérfida asistencia de los victoriosos
invasores del Medio Oriente que a la sumisión
prometedora de los asaltantes del Palacio de
Justicia.
Sin
embargo, la cuestión no será coser y cantar, para
decirlo sin estridencias. Así como el régimen no
consulta a los damnificados al adoptar sus
determinaciones, éstos tampoco lo consultarán al
definir las suyas. En los últimos días se ha escuchado
otra tonada, la del descontento, a cada instante más
sonora, y con la característica de que involucra a
casi todos los integrantes del concierto social. La
carta de la Asociación Nacional de Industriales, ANDI,
con fecha del pasado 28 de febrero y remitida, y
además del Secretario de la Presidencia, a los
ministros de Relaciones Exteriores, Hacienda y
Desarrollo, da una idea clara, precisa, de cuántos
temores generan los alegres argumentos y las medidas
fulminantes de la nueva administración.
Aun
cuando esto ocurre a los cinco meses de que los
presidentes de México, Venezuela y Colombia rubricaran
en Nueva York, el emporio del imperio, la avenencia de
libre intercambio comercial , y harto después de
promulgada la racha de reformas regresivas de fines de
1990, el pronunciamiento patentiza una de las
múltiples impugnaciones al proceso que se lleva a cabo
de total y precipitada anexión económica de América
Latina por los Estados Unidos. No sabemos hasta dónde
llegue la conciencia de los gremios al respecto, o si
estén decididos a defender consecuentemente su
patrimonio y el de la nación, pero la misiva recoge
verdades de a puño. Advierte cómo la apertura
entronizada, el intempestivo avivamiento de la
integración andina y el Grupo de los Tres ahora,
implican un abrupto abandono de las reglas de juego y
dejan montada la escopeta de una aleve encerrona hacia
el futuro. Fuera de eso, denuncia que los pasos
mencionados no sólo carecen de justificación, sino de
investigaciones que los ilustren. Mas no podría,
ciertamente, redactarse estudios para tales cometidos,
por lo menos con rigor científico, puesto que las
desgravaciones y los mercados sin fronteras se
implantan en el peor momento, cuando la desaceleración
del engranaje productivo lleva varios anos; las
exportaciones afrontan no pocos obstáculos; el hato
ganadero está en extinción; el agro no logra reponer a
tiempo los equipos, adecuar las tierras y sustituir
las tecnologías anticuadas; los cultivos transitorios
tiran a contraerse; la actividad edificadora sigue
declinando; las flotas de los "cielos y mares
abiertos" registran pérdidas multimillonarias, y el
desempleo cunde en barriadas y veredas. En las cuentas
nacionales correspondientes a la vigencia anterior,
elaboradas por el Dane, la memoria estadística del
régimen, el auge de la economía recibió un escaso
3.5%, mientras que los encuestadores aspiraban a cotas
más altas, a sabiendas de que 1989 tampoco había sido
un año bueno; y para 1991, Fedesarrollo, una fundación
paragubernamental, vaticina apenas el 2%, con bajas
apreciables en las cifras de la industria y la
inversión privada.
Asimismo
los voceros de la Asociación sostienen en su mensaje
que las contradicciones se tornarán, por añadidura, de
imposible manejo, si se mira la devastadora incidencia
de los galpones de ensamblaje, las celebérrimas
maquilas, o maquiladoras, y en concreto, las
esparcidas a lo largo de la línea limítrofe del norte
de México y resguardadas tras las patentes de los
trusts americanos, un desafío ante el cual nuestro
desenvolvimiento electrónico, automotriz y
metalmecánico, entre otros, se verá disminuido. En
relación con Venezuela también vislumbran riesgos de
competencia no despreciables para los intereses de
Colombia, debido a los costos de importación de las
materias primas y de los bienes de capital. Señalan
igualmente que se han establecido fechas de
cumplimiento de los protocolos sin haberse dispuesto
los mecanismos, ni dilucidado las pautas sobre el
origen de los productos, ni las cláusulas de
salvaguardia, ni el funcionamiento de las listas de
excepciones. Y de contera ponen al desnudo el proceder
arbitrario de las autoridades, pues los compromisos
pactados, pese a su importancia y trascendencia, no
fueron ni siquiera leídos ante los representantes de
los productores, la fuerza más interesada y ducha en
el vital asunto.
De
la misma manera como la apertura tiene su historia
zigzagueante y ha sido implantada gota a gota, en un
lapso mayor de lo que muchos se imaginan, la actitud
de los empresarios ha fluctuado al vaivén de las
sorpresas, no obstante andar persuadidos de que
aquélla obedece a los requerimientos ineludibles del
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a
los cuales las repúblicas atrasadas y dependientes se
encuentran sin remedio uncidas por deudas enormes.
Ojalá la mencionada comunicación refleje a plenitud el
pensamiento de los fabricantes colombianos y repercuta
correspondientemente. Fue suscrita por Fabio Echeverri
Correa, quien quedara entre Escila y Caribdis en las
desapacibles polémicas sobre la "internacionalización
de la economía" que antecedieron a su renuncia a la
ANDI, obligado con frecuencia a saltar del combate al
acatamiento; una de las tantas repercusiones de los
enfoques contrapuestos entre dos bandos de la
burguesía productora: el que rechaza la
liberalización, dado que ocasiona perjuicios
ostensibles, y el que la admite, por creerla
aprovechable, o por gozar actualmente en el extranjero
de compradores más o menos fijos para sus existencias.
De cualquier forma, tarde que temprano las decepciones
o las bancarrotas lanzarán a la palestra a cuantos
tengan algo que perder con la postración del
Continente.
Desde
la época de los realinderamientos de Bretton Woods,
detrás de los máximos organismos rectores de las
finanzas mundiales se han movido particularmente los
banqueros de la metrópoli americana, que no cesan de
requerir, ante los países entrampados, franquicias
para sus caudales y mercancías, o devaluaciones,
recortes en los gastos, espíritu ahorrativo, a fin de
que les cancelen los débitos con desahogo y
puntualidad. En favor de esta solvencia de pagos, al
gobierno colombiano le exigen encima que deponga
responsabilidades, desista de emitir circulante
inflacionario y renuncie, una por una, a sus
atribuciones reguladoras, comprendido cuanto concierne
al manejo del peso, que antes de 1963 le correspondía
a la junta directiva del Banco de la República, de
influencia notoriamente privada, y desde entonces, por
Ley, recae en la Junta Monetaria, de mayoría oficial.
Reversión que habrá de perpetrarse a través de la
Asamblea Constituyente, cuyas principales facciones
integrantes han presentado sendos proyectos en tal
sentido, sin olvidar el del señor Gaviria. La
supresión de los subsidios, de los créditos baratos, y
aun de los planes de fomento, compendia, pues, el
dogma de fe que nos predicaron siempre esos sumos
sacerdotes de la especulación, así no le rindan culto
en sus propios altares.
Hacia
la mitad del período de Belisario Betancur, a raíz de
la famosa monitoría del Fondo y el Banco, empezaron a
plantear muy en serio, no únicamente el desmonte de
los estímulos y de la protección a nuestras
actividades productivas, sino de la legislación
laboral vigente. En una palabra, la apertura. A Barco
Vargas lo asediaron por todos los costados, incluso
reteniéndole los dineros del préstamo Challenger. Así,
la superpotencia de Occidente, estando abocada a una
disputa comercial nunca vista, en especial con la
Comunidad Europea y Japón, trata de salir airosa
optando por la completa colonización económica de
vastas áreas del globo, preferentemente América
Latina, el establo de la hacienda. Y al sobrevenir el
desenlace providencial del derrumbe de la Unión
Soviética, poderoso adversario de la víspera,
Washington ha sabido calzarse las botas, como recién
lo hiciera en el Istmo panameño y en el Golfo Pérsico,
cuyas gentes, entre el humo de los cañones, asistieron
a la inauguración del "nuevo orden" predicado por
George Bush.
Habiendo
conseguido de nuevo la supremacía universal, Estados
Unidos se dedica ahora a la recuperación, sin
dilaciones ni miramientos, del espacio que perdiera en
por lo menos dos décadas, tras los espectaculares
avances de sus competidores de Europa y Asia. En
muchas ramas se ha quedado atrás en tecnificación,
productividad, innovaciones. Sus balanzas han sufrido
deterioros constantes. Adentro ve incrementarse el
desempleo, la inflación y la falta de recursos; afuera
contempla la contracción de los mercados. En general,
las utilidades de sus inversionistas tienden a la baja
y los brotes recesivos de su economía se vuelven
entretanto más traumáticos y continuos. Lo cual
entraña desarreglos que de todos modos sus dirigentes
hubieran encarado con urgencia, por encima de las
dificultades y a cualquier precio, so pena de
sucumbir; mas las condiciones han cambiado
positivamente para el imperialismo yanqui. En la Casa
Blanca se afinca el poder republicano, que ha vencido
los complejos de la mala etapa anterior. Valiéndose de
los favorables augurios, los vencedores repentinos de
la guerra fría no se dedicarán solamente a corregir
las desactualizaciones de sus fábricas. Blandirán cada
uno de los instrumentos de presión a su alcance: la
deuda de los Estados empobrecidos; el librecambio
dentro de sus zonas de influencia; las barreras
proteccionistas frente a los otros poderes
desestabilizadores del globo; el envilecimiento de la
mano de obra en extensas y populosas regiones; los
altos déficit fiscales de los gobiernos lacayunos; la
supervisión de los suministros estratégicos y los
artículos esenciales procedentes de los países
atrasados, y la violencia, que de por sí consiste en
un negocio, como acaba de demostrarse en Kuwait, cuya
reconstrucción se estima en cerca de 100.000 millones
de dólares. Los destrozos iraquíes cuestan dos o tres
veces más, y de los cuales, sin duda, también aspiran
a hacerse cargo los consorcios que patrocinaron la
"tormenta del desierto" y, en cuestión de semanas, la
finiquitaron para su exclusivo beneficio.
Los
promotores de nuestra "modernización" apelan, pues, a
los métodos característicos del antiguo sistema
colonial, desde la institucionalización de los
impuestos confiscatorios dentro de las repúblicas que
gravitan en su órbita, hasta el quite y ponga de los
gobernantes que les sirven de intermediarios. Por
supuesto que la hegemonía de las grandes potencias
depende a la larga de la solidez de sus pilotes
industriales; sin embargo, probando fortuna con una
jugada no exactamente mercantil, cual fuera la
ocupación del Medio Oriente, Estados Unidos retoma el
petróleo árabe, reactiva las transacciones, reajusta
la tasa de ganancia, refuerza los fondos de inversión
y rescata la iniciativa a nivel planetario, pasos
indispensables en el camino hacia una virtual
reconversión de sus plantas fabriles. Realidades que
tratan de encubrir o paliar ciertos comentadores,
mayormente norteamericanos, cuando insisten, desde una
posición académica y economista, que, para atender los
apremios de la crisis, el presidente Bush debió
haberse quedado en la Oficina Oval resolviendo los
faltantes presupuestarios, el paro, la depresión y el
resto de desequilibrios, en lugar de salir con medio
millón de soldados a declararle la guerra a Saddam
Hussein.
2.
El Economismo en Boga
Dentro
de la contraofensiva de Washington se destacan las
metas de la apertura económica, no la suya sino la de
Latinoamérica, una aplicación tardía de los decadentes
preceptos de la Escuela de Chicago, tan denigrada ayer
por los mismos que hoy entre nosotros la acolitan. Los
partidarios de ensayar la subasta, la privatización,
la entrega, sitúan el origen de nuestros males en las
inperfecciones verídicas o ficticias que, como un
virus, se han propagado según ellos por los órganos de
la sociedad entera, y para cuya superación no existe
alternativa diferente a la de que los virtuosos y
avanzados desvalijadores del imperio tomen en sus
manos el control del trabajo y de las riquezas
nacionales. Se confunde el efecto con la causa y la
enfermedad con el remedio. Permitir el cierre de las
empresas, o su traspaso a los capitalistas foráneos,
por no hallarse éstas a la altura de las técnicas y
los modelos internacionales, aparte de la carga
antipatriótica que llevan anejas tales
consideraciones, significa postrarse ante ese
economismo que venimos criticando hace rato y que han
puesto de moda los círculos universitarios del Norte,
la bocina ideológica de América.
Si
nos guiáramos por los índices de eficiencia, o de
rentabilidad, habríamos de deponer los derechos a un
desarrollo autónomo en aquellos renglones como la
siderurgia, los hidrocarburos, o los mismos textiles,
en virtud de las ineptitudes heredadas y de los
impedimentos naturales. Con el tiempo renunciaríamos
por completo a la construcción material; nos
conformaríamos, según las concepciones imperantes, con
una ciencia que se amolde a las peculiaridades de
nuestro progreso, o sea incipiente; tendríamos una
medicina rudimentaria, si acaso preventiva, al margen
de los altísimos logros de tan importante esfera del
conocimiento, cual lo manda la cartilla oficial, y así
con los demás quehaceres y disciplinas sociales. Eso
sería relegarnos porque estamos relegados. Pero
cualquier nación, primordialmente en crecimiento, ha
de canalizar parte considerable de sus fondos hacia
las funciones básicas, aunque no renten, pues las
áreas que aquéllas cubren, o los elementos que
proporcionan, resultan sobremanera necesarios para el
conjunto de la producción. De ahí que el Estado haya
de ocuparse, cada vez con mayor ascendencia, de
frentes, de erogaciones o de servicios que ya no son
gananciosos para los particulares. Impulso centrípeto
que no habrá de invertirse por las orientaciones
subjetivas de enajenar los haberes públicos. Nos
referimos a un probado criterio. Mediante la
inveterada práctica de los decretos de excepción el
gobierno seguramente conseguirá cuanto se proponga,
hasta la derogatoria de los incómodos ordenamientos
constitucionales; mas ninguna reforma, por omnímoda
que sea, ni aunque emane de una Constituyente como la
de César Gaviria, logrará torcer el curso inexorable
de las leyes económicas. Daba risa oír al titular de
las finanzas cuando pedía a voz en cuello la mediación
del Idema, buscando conjurar, con arroz depreciado, la
escalada alcista de enero y febrero, cuyos
escandalosos porcentajes derrotaron sus pronósticos
sobre la inflación y con ellos su política antiobrera,
siendo que en agosto, inmediatamente después de
posesionado y a tono con la estratagema de la
apertura, había dispuesto que el Instituto cesara sus
labores de mercadeo agropecuario y se redujera a
coordinar, en los extramuros de los epicentros
comerciales, la acción de unos cuantos propietarios de
pequeñas parcelas. Colombia, "país único", afirmaba
Carlos E. Restrepo. El desatino del doctor Rudolf
Hommes lo atornilló todavía más a la silla
ministerial, mientras rodaba la cabeza de su
subalterno, quien se negó a vender a pérdida,
prestando oídos sordos a las instancias superiores. Y
eso que el hoy ex gerente de dicha dependencia, Darío
Bustamante Roldán, pertenece también a la Panda de los
Andes que no sólo asesora sino que mangonea. A la
postre, el cereal de la discordia no contuvo la
carestía, ni generó divisas, merced al alza inusitada
de 11.5% que en un solo mes acusaron sus cotizaciones,
a principios del semestre y al cabo de un par de años
de no presentar indicios de incrementos reales. Sus
ventas internas subían el costo de la vida y las
externas no dejaban utilidades. Los desbarajustes de
esta índole que entre nosotros se suceden a diario,
cada vez con mayor anarquía y menor vigilancia, aun en
los renglones menos vulnerables, lejos de marcar el
fin de la injerencia moderadora del Estado, la tornan
más contundente y acuciante. Así habrán de ratificarlo
las inmensas mayorías, bien por motivos económicos,
bien por razones patrióticas.
Cual
lo recalcábamos arriba, los empresarios colombianos
asumieron más de una postura contradictoria y
lamentable ante la incontenible arremetida estadinense
sobre la América pobre, en donde los últimos dos
Cónsules de Washington, la Roma imperial
contemporánea, han trastrocado hondamente la situación
doméstica, las relaciones exteriores y hasta el orden
jurídico de los pueblos. Tras la invasión navideña de
1989, se reapuntaló en Panamá el Comando Sur de las
legiones del Pentágono; y en las montañas de Perú y
Bolivia erigió fortines militares con la disculpa de
reprimir el narcotráfico. Entremezclándose las
amenazas de la fuerza bruta con las persuasiones de
los teorizantes, se condujo a los palacios de gobierno
a una generación distinta de líderes dóciles y
desubicados, cuyos electores, como en el caso de
Carlos Menem, ya no saben si están locos o se hacen
los locos. Púsose a los ideólogos burgueses a hablar
un mismo lenguaje en pro del anexionismo económico. Se
transformaron las pertenencias del Estado, e incluso
las privadas, en bienes mostrencos sobre los cuales
tendrán prelación las primeras firmas que aparezcan en
estas latitudes con el propósito de poseerlos. Se
empezó, en fin, a desbrozar el sendero hacia la
Empresa para la Iniciativa de las Américas, esbozada
por George Bush ante funcionarios oficiales de
diversos países y miembros de la comunidad de
negocios, a mediados de 1990, y que tiene por objeto
el hacer del Nuevo Mundo una sola zona comercial,
"desde el puerto de Anchorage hasta la Tierra del
Fuego".
Durante
el turno de Betancur no se quiso profundizar sobre
tales pretensiones, aunque se hallaban ya implícitas
en los programas que las agencias mundiales de crédito
venían exponiendo desde muy antes a las repúblicas
prestatarias. Barco instaló y suspendió comités
destinados a examinar las incidencias de la apertura
en los escenarios de Colombia; pero en resumidas
cuentas no hizo otra cosa que ceder ante las
instigaciones del Fondo Monetario Internacional y
darle inicio a la desnacionalización en marcha,
autorizando la merma de los aranceles, el traspaso de
buena parte de la red bancaria al capital extranjero,
el incremento de los intereses de los préstamos de
Proexpo y la reducción de su cobertura. En otro
ejemplo de condescendencia, voló a fines del 89 a
Galápagos, en compañía de los demás presidentes del
Pacto Andino, a suscribir la Declaración que lleva el
nombre del conocido archipiélago, y por la cual se
agiliza el levantamiento de todos los gravámenes
interzonales, a la sazón previsto para 1995, y se
procura la plena "integración latinoamericana" dentro
del marco de la "apertura económica" y del entronque
con los "mercados mundiales". Hacia fines parecidos
estuvo encaminada la Cumbre de Cartagena del 15 de
febrero del año pasado. Si bien el gobierno de Estados
Unidos la convocó, conjuntamente con los de Colombia,
Perú y Bolivia, tras la mira de coordinar la lucha
antidrogas, sus conclusiones más bien hacen énfasis en
"el crecimiento del comercio entre los tres países
andinos y los Estados Unidos", o disponen que éstos
"promoverán las inversiones privadas" en aquéllos. Y
en cuanto a la nueva administración, le cupo la
azarosa gloria de coronar el proceso. Dentro de la
natural expectativa que rodea los relevos cuatrienales
del Palacio de Nariño y no perdonando las vacilaciones
de los empresarios, el régimen recién instalado echó
por la calle de en medio y de un tirón satisfizo las
inquietudes de la superpotencia, sin dejar una sola
exacción imperialista por instituir.
3.
Un Manejo no Discrecional de las Relaciones
Internacionales
Con
las complicidades de las Cámaras y de la Corte Suprema
de Justicia, las otras ramas del poder público que el
Ejecutivo aspira a socavar y someter a su coyunda,
César Gaviria , cumplió, no con su mandato, sino con
la totalidad de los mandados. Gracias a las primeras
le dio simultánea mente cuerpo jurídico a más de
treinta reformas regresivas y por intermedio de la
segunda convocó la Asamblea Constitucional, un golpe
de Estado que acabará crucificando a la vilipendiada
"casta política" e introduciendo modificaciones de
fondo, de las más variadas y peligrosas consecuencias,
como la redistribución de las divisiones
territoriales, el debilitamiento de la economía
estatal, la capacidad legislativa de los
departamentos, la absoluta autonomía de la presidencia
para resolver sobre "Tratados de Cooperación" con
otros países, sin el correlativo consentimiento del
Congreso, o para imponer acuerdos internacionales cuya
"importancia económica y comercial requieran su
aplicación urgente", así esta extraña licencia se
registre con carácter de "provisional" dentro del plan
reformatorio de la Carta sugerido por el primer
mandatario. Lo cual no significa, desde luego, que
hemos de ir el próximo 4 de julio a los pasillos del
Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada a
aguardar el parto de los montes, pues a través de la
vía rápida y múltiple del artículo 121, de las
relaciones exteriores e incluso de las leyes, Colombia
sigue abriendo sus mercados a las trasnacionales, sin
que sobre ello puedan chistar o influir de veras las
entidades colegiadas elegidas por los ciudadanos, y
mientras se difunden doctas lucubraciones alrededor de
la "democracia participativa", la "consulta popular" y
el "referendo".
En
aras de la estrategia colonialista se adecúan
caprichosamente las estipulaciones del Pacto Andino,
un compromiso viejo de cerca de veinticinco años, que
Richard Nixon patrocinó con base en las diligencias y
recomendaciones de su embajador plenipotenciario,
Nelson Rockefeller, quien visitara la región y
escribiera el análisis intitulado "Calidad de la vida
en las Américas", cuyos supuestos, y hasta su
terminología, aún enriquecen la jerga de la política
económica oficial. Los antecedentes, para colmo, se
remontan más atrás en el tiempo, por cuanto los
acercamientos de este tipo hunden sus raíces en la
Alalc, fundada en virtud del Tratado de Montevideo de
1960, hoy Aladi, Asociación Latinoamericana de
Integración.
Resulta
entonces fácil desentrañar el porqué de los meteóricos
y pírricos éxitos de Gaviria, a quien le ha quedado
relativamente sencillo meter al país en la boca del
lobo. Una obra de meses cuya gestación duró decenios.
El
presidente, sin indagarle a nadie ni responder por
nada, mas escudado tras los arrumes de convenios
multilaterales y con sólo estampar su firma en el Acta
de La Paz, el 29 y 30 de noviembre comprometió a los
colombianos todos a admitir el último día de 1991 como
el plazo máximo de espera para que rija la
liberalización dentro de la zona andina, acortándose
as¡, en un amén, el angustioso término que hacía
apenas un año concertara su antecesor en las islas
Galápagos. Antes había ido a Caracas, promediando
octubre, a insacular su votito de respaldo a los
grupos, el de los Tres, a la sazón el más joven; el de
Río, de Ocho, y que pronto será de Nueve, de Once o de
Trece, y por conducto de los cuales nos enganchamos al
Norte voraz, y no exclusivamente nosotros o nuestros
asociados, sino Centroamérica y el Caribe. Todos los
caminos conducen a Washington. Por supuesto que para
pertenecer a este selecto club de colonias no basta
con correr a depositar la balota o la rúbrica; los
gobernantes tienen que ingeniárselas y desvivirse si
desean exhibir, dentro del muestrario aperturista, las
mejores ofertas a los trusts, disminuyendo los
jornales, las cargas, los controles y los demás
contrapesos de la superestructura, y, en la
infraestructura, arreglando las carreteras, los
ferrocarriles, los puertos y los aeropuertos. ¿No se
trata acaso de la efectividad de los subsidios
otorgados, no a nuestra industria, sino a las
multinacionales, cual los confirieran, a su hora y
durante lustros, por ejemplo, los mandarines de
Taipei, quienes probando fortuna con su fementido
Modelo de Taiwan, echaron por el atajo de las
exoneraciones tributarias y se valieron, desde la
década de los cincuentas, de los turbiones de
cuantiosos giros que a guisa de donación o acicate
afluían a sus bolsas desde las arcas del Tesoro
americano? ¿Y los capitalistas del imperio no están
pensando en salir hacia otros parajes, tanto más
cuanto que en sus agotados dragones, con el progresivo
e ineluctable acomodamiento de los factores en pugna,
las ventajas previas se han ido evaporando con la
subida de los. costos laborales, los retoques en el
sistema impositivo, la revalorización de las monedas
nativas y el encarecimiento de los bienes raíces y
valores? Por mucho que los teóricos de oficio nos
digan que vamos a adueñarnos en franca lid de
porciones suculentas del consumo allende nuestras
playas, la verdadera puja se entablará entre los
débiles Estados receptores del capital foráneo, y,
casualmente, por tales inversiones. Mientras oímos por
doquier un súbito grito de guerra, "¡A conquistar!",
sólo vemos que se obedece a toque de campana.
Desde
las reuniones septembrinas, a Ecuador lo vienen
conminando sus socios andinos a que se desprenda para
siempre de sus carcomidas salvaguardias, las toleradas
antaño por los convenios vigentes, y que le fueron
concedidas en virtud de su "menor desarrollo económico
relativo dentro de la subregión", junto a Bolivia. De
las provocaciones enfiladas hacia el debilitamiento
del hermano país participan lógica, melancólica y
gratuitamente Colombia y Venezuela, cuyos gobiernos,
apercibidos de las recuperaciones del sol que más
alumbra, se brindan como agentes de la expoliación
universal ante las repúblicas de superiores carencias
y aunque hayan nacido igualmente de la espada del
Libertador.
Sin
desvelarlo tampoco las tragedias de sus coterráneos,
el señor Alberto Fujimori, otro peón hecho dama,
abolió, hace poco menos de tres meses, el dominio
público sobre doce empresas en las áreas de las
manufacturas, el comercio y los servicios; instauró el
libre "uso, tenencia y disposición" de las monedas
extranjeras, abandonando a los azares de la oferta y
la demanda la fijación del tipo de cambio, y abrió de
par en par las puertas del Perú a las compañías
monopólicas tradicionales, convirtiendo a la patria de
las miserias del cólera en el paraíso del agio y de la
usura. Y hacia el extremo austral, Brasil y Argentina,
los ricos quebrados del hemisferio, concibieron, o les
concibieron en marzo otro subgrupo, el del Mercado
Común del Cono Sur, dentro del cual dieron cabida,
entre batir de palmas, a dos pobres recipiendarios:
Uruguay y Paraguay. Se ha ido delineando así el mapa
económico y geopolítico de las Américas, el de la
Iniciativa de Bush, tan alabada por César Gaviria,
salvo una objeción, la de que, pese al precipitado
desfile de los catastróficos acontecimientos, anda
demasiado lenta.
Y
el Canciller Luis Fernando Jaramillo Correa acaba de
anunciar en Medellín, el terruño de sus mayores, que
los colombianos, a espaldas nuestras, obviamente,
estamos acordando también un mercado sin fronteras con
los chilenos, a quienes el neoliberalismo económico,
desde las trágicas andanzas del régimen castrense, les
ha irrogado ruinosos quebrantos en la inversión
industrial, el empleo y las condiciones sociales de
los desposeídos.
4.
Unas veces Hacia Atrás y otras Hacia Adelante
Ante
los negros presagios y sin saber a ciencia cierta qué
camino seguir, la burguesía de Colombia terminó
pareciéndose al asno de Buridán. En los preliminares,
cuando los neófitos asesores de Barco presentaron en
sociedad a la bella apertura y urdieron las medidas
correspondientes, los voceros empresariales tomaron
los sospechosos escarceos más como una desprevenida
invitación a meditar sobre otro diseño cualquiera de
desarrollo que como un ultimátum. En variados foros
debatieron el monumental engendro; ventilaron
ponencias que concluían en la infalible solicitud de
puntuales anticipos a la banca internacional,
impacientados por traer maquinaria moderna, efectuar
la reconversión y alistarse para el reto. Todavía
soñaban en redimir la industria colombiana con las
benevolencias de los mismos que iban tras su
perdición. Ya en los días inmediatamente anteriores y
posteriores al advenimiento del gavirismo hicieron
gala de tacto, dándole vueltas en la cabeza a las
eventuales posturas, o a las adaptaciones que mas
convendría asumir bajo las directrices prontas a
estrenarse. Pero desde agosto todas las cosas estaban
consumadas. La privatización de empresas importantes
del Estado era una línea definida e inmodificable. La
libertad cambiaria empezaría a regir y por ende la
dolarización de las transacciones económicas. Los
tratos obrero-patronales se regularían por la reforma
laboral más retardataria de nuestra historia, que
cortó, sin miramientos de ninguna especie,
reivindicaciones de medio siglo de luchas de la clase
trabajadora. Los productores nacionales perderían el
derecho al sostén gubernamental, a los subsidios, a
los préstamos de fomento, mientras los monopolios de
las metrópolis, cuando no quedasen a la par con los
inversionistas colombianos, saldrían netamente
favorecidos, sin mayores normas u obligaciones ante el
fisco para entrar sus dinerales o remitir sus
dividendos, y con factibles zonas francas donde
instalar sus maquiladoras y disponer a su antojo de
los efímeros salarios, mercedes que, a la postre,
llegarían a cubrir ambos litorales, el atlántico y el
pacífico, además de los otros territorios que el
Conpes considere relegados.
Rápido
transcurrió el período de vacaciones, pasó enero y,
según la costumbre, el país fue retornando muy
paulatinamente a sus cauces normales. En febrero y
marzo, los temores, que venían casi limitándose a
meras expectativas, se materializaron y acrecieron,
sin que dieran lugar a la más remota esperanza los
desaforados dictámenes, mantenidos contra viento y
marea por los héroes de moda, los protagonistas del
relevo administrativo y de la suplantación
generacional. No se habían concretado los empréstitos
prometidos para robustecer la capacidad competitiva de
la industria y la agricultura colombianas; no se
habían resuelto, de modo conciso, satisfactorio, los
cuestionarios de los gremios, y la libertad de
importaciones ya estaba andando, junto al resto de las
generosas garantías otorgadas a los consorcios
extranjeros.
En
síntesis, los postulados de la apertura económica
entraron a regir, a tiempo que a la producción
nacional se la desalentaba con inconvenientes sutiles
pero demoledores, tales como el encaje marginal del
100% determinado por la Junta Monetaria, que tapona el
crédito corriente de los bancos. Se aminoran los
Certificados de Reembolso Tributario, Cert; se ordena
acelerar los pagos al exterior, y se multiplican los
gravámenes indirectos, entrabándose la circulación de
las mercancías, incluidas las exportaciones, y
haciéndose nugatorio cualquier estímulo que aún
permanezca por ahí, sin vida, dentro de los
desahuciados reglamentos. Tras la sistemática campaña
de desinformación, las autoridades económicas, con el
señor Hommes al frente, culpan a los empresarios de
los trastornos de la espiral alcista registrada en los
albores de 1991 y, cabalgando sobre el desconcierto
generado por la propia acción gubernamental, profieren
amenazas de más y mejores resoluciones restrictivas.
Entonces sí explota el escozor de los empresarios de
la ciudad y el campo, quienes empiezan, ante la faz de
Colombia, a engarzar, todos a una, los reclamos, las
advertencias, el recelo, tendiendo una saludable
sombra de duda sobre la estratagema entronizada.
Hasta
Augusto López Valencia, del Grupo Santodomingo,
vicepresidente de Avianca, aerolínea que perdió 20.000
millones de pesos en 1990 y que actualmente soporta
una deuda de 102 millones de dólares, estimó injusto
que sé ponga a competir a su compañía "con sus 27
avioncitos", frente a un monstruo volante de las
dimensiones de American Airlines. Los agricultores,
por boca de Carlos Gustavo Cano, denunciaron no sólo
la ambigüedad de los programas oficiales y las
contradicciones entre los funcionarios al
interpretarlos, sino los más notorios retrocesos de
los sectores rurales, en siembras, tecnología,
mecanización, mercadeo, etc., tratando de alertar
sobre las contingencias de un desabastecimiento
agrícola a mediano plazo, de no introducirse
correctivos pertinentes, a fondo y sin demoras. Los
cerealeros, en particular, presididos por Adriano
Quintana Silva, reconvinieron a las altas esferas por
su "visión oportunista, demagógica y peligrosa",
puesto que ahondan la crisis repartiendo el
contentillo de los alimentos importados, en lugar de
propiciar la producción interna. La Federación
Colombiana de Industrias Metalúrgicas, Fedemetal,
dirigida por Jorge Méndez Munévar, volvió a ocuparse
de las tremendas incógnitas que flotan en el ambiente
tras los tumbos del ensayo aperturista, debido al
cual, y en virtud de no se sabe qué misterio, las
fábricas nacionales se fortalecen entregando sus
pequeños mercados a la poderosa competencia externa;
el país avanza compartiendo con los particulares el
control de las divisas; los negocios se reaniman
mediante elevadas tasas de interés, o los productos
claves, como los metalmecánicos, deben desgravarse en
pro de la integración universal. También los
textileros y confeccionistas expresaron sus fundadas
inquietudes de que la aceleración del Pacto Andino
facilite, no la presencia de las telas y las
confecciones de los pueblos vecinos, entre los cuales
Colombia exhibe ciertas ventajas en estos ramos, sino
de las enviadas desde los Estados Unidos, con cuyos
excedentes bastaría para poner en aprietos a los
latinoamericanos de punta a punta.
De
la larga enumeración de las protestas de 1991 hacen
parte el pronunciamiento de la ANDI de febrero,
comentado arriba, y las elocuentes observaciones de
Fedegán del mismo mes. El representante del gremio tal
vez más acosado por la tenaza de la violencia
cuatreril y el benepláctio oficial, el doctor José
Raimundo Sojo Zambrano, llamó a rescatar la tradición
ganadera de Colombia ante el filisteísmo de quienes
desean su fin alegando la premura de una "eficiencia"
que, según los esquemas prevalecientes, sólo podría
venirnos del imperialismo norteamericano. "¿Será que
los ganaderos tenemos que acabar de liquidar los hatos
y volvernos importadores de carne -dijo-, para así
gozar del subsidio que se nos niega como productores?"
5.
Por un Frente Unico de Salvación Nacional
No
obstante la contundencia de estas acusaciones, ante
las que somos integralmente solidarios, a menudo los
diversos segmentos de productores se portan como
tales, con espíritu corporativo, asiéndose a su tabla
de salvación, cualquiera, importándoles poco el
naufragio de la república o de su propia clase; creen
inclusive que les favorecería el hundimiento de los
otros sectores, o piensan en guarnecer la fortuna aun
cuando la industria se pierda. Es típico el caso de la
reforma laboral, un mendrugo arrojado a los pies de
los patronos y que éstos reciben pletóricos de dicha
olvidando que las bajas remuneraciones de nada sirven
sin fábricas, o que necesitan de los obreros hasta
políticamente, pues son los más fieles guardianes de
la producción, sin cuyo concurso no habrá salida
posible.
Aun
los asalariados de Norteamérica se pusieron sobre
aviso ante la apertura, convirtiendo allí, quizás, por
primera vez, las inquietudes proletarias en el máximo
tema del debate público. Al promover la oposición
contra el acuerdo comercial con el gobierno mexicano e
identificarse con la brega de los pueblos sometidos de
América Latina, plantean, de hecho, la más vasta unión
de las corrientes contemporáneas del progreso humano.
Fenómeno que se origina en una transitoria y
trascendente disparidad: al otro lado de la frontera
la fuerza de trabajo vale un séptimo de lo que cuesta
en Estados Unidos. Por eso Thomas Donahue, dirigente
de la AFL-CIO, describió las maquiladoras como "un
desastre para los trabajadores estadounidenses y
nuestros hermanos y hermanas de México".
Superdesempleo en el Norte; superpillaje en el Sur.
Seguramente
la burguesía colombiana se ensimismó demasiado con la
caída de la superpotencia rusa. Estimó que con el fin
de la guerra fría se apagarían las guerras, o que con
el resurgimiento del imperio de los cincuentas los
otros bloques agacharían la mansa cerviz y se
esfumarían las aduanas protectoras. Cantó victoria a
destiempo y no pudo intuir que atravesamos una
coyuntura inesperada, en que el puñado de naciones
todopoderosas del globo, para campear, y hasta para
sobrevivir, acentúa de lleno el colonialismo, una
arrebatiña cruel bajo la cual los centros productivos
de los pueblos dependientes y atrasados resultan meras
especies en extinción. A los ciento y pico de países
menesterosos no les queda otra que defender lo suyo,
así no sea, por ahora, muy floreciente.
Mas
los infantes de los pioneros de la industria, los
portadores del legado de principios de siglo, parecen
no comprender o no querer comprenderlo, al menos
cabalmente. En el plano internacional aceptan dialogar
y pactar de manera aislada con Washington, renunciando
al gran poder colectivo, como si una sola bandera
pudiese obtener en la mesa de negociaciones más que
las 26 de América Latina y el Caribe. No se entiende
que los miembros del Sela, el Sistema Económico
Latinoamericano, que tanta cátedra ha sentado sobre el
desarrollo de la dilatada región, esperen hasta
finales de abril para reunirse en Caracas a discutir
los pro y los contras de la apertura; o que su
secretario permanente, el señor Carlos Pérez del
Castillo, en dicha ocasión sostenga, como si tal, que
"la Iniciativa para las Américas excluye las
negociaciones en bloque" frente a Estados Unidos.
Tampoco
se compadece con las cruciales circunstancias el
comportamiento expectante y hasta permisivo que asumen
en el ámbito interno algunos contingentes de las
"fuerzas vivas". La jocosa vacilación de los
parlamentarios es una triste muestra. Tras de aprobar
cuanto golpe matrero el Ejecutivo se propuso
propinarles a las mayorías acalladas y sintiéndose
burlados en los cálculos de prolongar sus dietas aun a
trueque de sus lealtades, se declararon en abierta
rebelión contra la Asamblea Constituyente, el gobierno
y las jefaturas partidarias, a semejanza de los
alquimistas medievales que practicaban el arte de la
inmortalidad retornando sus cuerpos mundanos al
glorioso estado anterior al pecado original. Apenas
cuando quedan en entredicho los intereses más cercanos
se realza la gravedad de la conjura. Pero el país
entero, su estabilidad, su población, peligra.
La
reforma constitucional, encaminada hacia la
modificación o arrasamiento de los antiguos valores
económicos y democráticos, no habría dado un paso sin
la preponderancia del neoliberalismo. Así como no
hubiera ocurrido el relevo de tesis, de personajes, de
clases, de generaciones; ni el endiosamiento repentino
del M-19, esa patulea de amnistiados que ayudará a
consolidar la peor reacción a nombre de la revolución
y cuyas raquíticas unidades funcionan de mentores en
el Hotel Tequendama y de policías en Patio Bonito. La
"federalización ", otro solecismo parecido al del
"revolcón", y que dividirá a Colombia en territorios
autónomos después de 170 años de existencia de la
república unitaria, significa entregar desmembrado el
país al águila imperial. 0 sea el complemento de la
táctica de la Casa Blanca, que consiste,
internacionalmente, en convenir por separado Con cada
nación latinoamericana, e internamente, fraccionarlas
en Emiratos Árabes sin ninguna capacidad de réplica.
Igual acontece con la debilitación económica del
Estado y el fortalecimiento de los poderes ejecutivos,
para que aquél no ofrezca resistencias y éstos
esparzan todos los dones institucionales. 0 con el
auge de la microempresa, el medio previsto de atender
la desocupación que sobrevendrá con los cierres
fabriles, admitido aun por el titular de la cartera
del Trabajo, Francisco Posada de la Peña, quien, en un
seminario dedicado a la "Modernización" no tuvo reato
en recomendar ese ruinoso sistema de talleres como "la
forma más visible de inserción económica de las clases
de menores ingreso?.
El
país va, pues, a la carrera, hacia una emboscada
mortal. Y en consecuencia, el MOIR acude de nuevo a
los estratos y agrupaciones sociales que estén
dispuestos a evitar la consumación del atentado.
Empuñemos con firmeza el cometido de proteger las
actividades productivas e impidamos que se haga de la
conciencia patria un costal de carbonero.
Retomemos
lo rescatable del pasado y construyamos un brillante
porvenir. Forjemos el más amplio frente único por la
salvación nacional, en procura del cual venimos
combatiendo desde 1986, no al estilo de un Alvaro
Gómez Hurtado, a quien no le entablaremos demanda por
los derechos de autoría intelectual, pero sí le
recordamos que la consigna no se concibió para seguir
a Gaviria o redimir a Navarro, sino para velar las
armas dela grandeza de Colombia. Que Estados Unidos no
cure sus falencias, ni libre sus disputas comerciales,
ni salga de su actual cielo recesivo a costa de las
bancarrotas, las miserias y los sufrimientos de los
pueblos de América.
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Publicado en El Tiempo el 12
de mayo de 1991