En Respaldo
a Germán Arciniegas
Señor
Doctor Germán Arciniegas
E. S.M.
Apreciado
maestro:
Pocas mentes
como la suya han hecho tan portentosos esfuerzos para esclarecer
y cimentar los valores nacionales, y ningún otro
colombiano ha vinculado de tal modo su nombre y su obra
a la fecha mágica del 12 de Octubre. Por ello, nadie
admitió que el gobierno, sin motivo confesable, por
decreto del 21 de noviembre de 1990, le quitara a usted
la responsabilidad de conducir la Comisión Colombiana
para la Conmemoración del V Centenario del Descubrimiento
de América, poniendo en cambio a la señora
Ana Milena de Gaviria. De inmediato se conocieron las manifestaciones
de inconformidad de Carlos Lleras Restrepo, Otto Morales
Benítez, Hernando Santos, Germán Espinosa
y otros. Tampoco se hicieron esperar las renuncias irrevocables,
al comité preparatorio, de Pilar Moreno de Angel
y de Ramón de Zubiría.
La ofensa
inferida al país en su persona no careció
de causa bastante.
Desde antes
de la publicación de El estudiante de la mesa redonda,
en 1932, y después de El Embajador, editado en 1990,
usted ha escrito, fuera de miles de artículos, discursos
y conferencias, casi un libro por año, para el gozo
de sus incontables seguidores. Todo tras una sola respuesta,
"¿Qué es América?". "El
único continente con fecha de nacimiento", pues
"no la tienen Europa, ni Asia, ni Africa".
Un par de
esas ideas bullen en sus exposiciones. Que las tierras nuestras
eran el único escape de los seres zaheridos de entonces,
al otro lado del océano; y que aquí hicieron
su magistral actuación las muchedumbres y los sentimientos
más diversos. En 1946, por ejemplo, al inaugurar
la placa conmemorativa de Antonio Morales ante la casa del
florero, usted señaló cómo "el
grito de independencia lo daban en realidad los españoles
cada vez que se embarcaban para América en las naves
de la conquista. Y ese gritó fue ahondándose
por los aires de estas montañas, y se confundieron
en él las tres voces de las gentes de tres colores
que reunió este hemisferio para dar cumplimiento
al destino de la libertad". Luego habló del
"Continente de siete colores". Y, en Nueva York,
a comienzos del invierno de 1989, con ocasión de
recibir el premio que le otorgara The Americas Foundation,
ratificó, por enésima vez, que la efeméride
a la cual arribaríamos a la sazón dentro de
tres años, era el más glorioso de los festejos:
El de "La
liberación de los peregrinos. De los que siguieron
emigrando en cinco siglos. La fiesta de nuestros Padres
fugitivos. La de Europa emancipada, que es la de ustedes
y es la mía. La de lálibertád antevista
por Platón.
Fiesta de
todas las naciones. De españoles, italianos, portugueses,
ingleses, escandinavos, polacos, irlandeses... Aquí,
en las Américas. Ya no puede decirse sino así,
en plural, donde hay que ser anchos y generosos para gentes
de toda nación, color o secta."
Pero muy
en contra pensaban los girasoles recién llegados
al Poder. En lugar de imprimirle un sentido histórico,
global, a la, celebración, la encasillaron en el
reducido ámbito de las relaciones ibérico-latino-americanas.
Un enfoque por demás paradójico. Mientras
que a materias teóricas de semejantes incidencias
universales se las aborda con miopía infinita, excluyéndose
a los pueblos de lenguas no hispanas o portuguesas, también
artífices de primera fila en las aventuras de la
Conquista y de los progresos posteriores, al contrario,
frente a los peligros de la Iniciativa para las Américas,
liderada por Washington, y que implica la plena colonización
económica de las gentes pobres, se asume una posición
amplia,, liberaloide y obsequiosa. Quizás consideren
que España resulta un buen camino para llegar al
Norte; o que no se agravia a los estadinenses si con otros
expedientes se les satisfacen sus apetitos expoliadores.
Con el marginamiento
suyo de los eventos oficiales de la conmemoración,
el Primer Magistrado colombiano no solo desconocía
irrespetuosamente una patriótica labor investigativa
de más de sesenta años, sino que actuaba cual
un súbdito más de las Serenísimas Majestades
de la Península, puesto que aceptaba sin chistar
las irritantes demandas de Madrid, que pretende aprovecharse
de los fastos memorables para lucir los trofeos de su añorado
Imperio Colonial Español, La impronta de la época.
Hay que transferirles las responsabilidades a los elementos
emergentes que no les tiemble el pulso al festinar los haberes
públicos, y cerrarle el paso a toda tendencia que
tenga algo que ver con la nación o con su historia.
Lo dijimos al hacer el examen de la actual situación
planetaria y americana. Y estoy persuadido de que el desaire
a sus personales empeños emana de la lógica
de tales designios.
Los periódicos
del 24 de diciembre de 1990, que reprodujeron un reportaje
suyo concedido a Colprensa, en el cual usted se reafirma
en sus tesis, "así me tuviera que quedar absolutamente
solo", divulgaron al mismo tiempo un despacho de dicha
agencia noticiosa con la información de que Colombia
venía gestionando ante España una ayuda, para
la lucha contra el narcotráfico, de 3.000 a 4.000
millones de dólares. Otra curiosa coincidencia de
aquellos días consistió en que la conocida
revista española Cambio 16 designó al señor
Gaviria como el "hombre del año".
Inclusive
en la última reforma constitucional se reflejan las
rancias inclinaciones, al respecto, de las autoridades de
turno. Además de los errores de incoherencia, inexactitud
y mala redacción, la Carta de 1991 denomina Santa
Fe a la capital, restituyendo un apelativo que se suponía
borrado para siempre, desde cuando los miembros del Congreso
de Angostura lo suprimieron aquel 17 de diciembre de 1819.
Fue la denominación que terminó dándosele
a la aldea de doce bohíos de Gonzalo Jiménez
de Quesada, fundada en 1538 tras las extenuantes jornadas
de Santa Marta a La Tora y de La Tora a los dominios del
cacique Bogotá, quien perece por sus tesoros escondidos.
Así habían designado los Reyes Católicos
a la ciudadela en donde resguardaron sus tropas de asalto
durante el sitio de Granada, el postrer baluarte del reino
nazarí, con cuya caída, en enero de 1492,
acababan las casi ocho centurias de Reconquista. Allí
discutió y firmó Colón con los representantes
de sus monarcas las capitulaciones que abrirían la
senda hacia el Descubrimiento. Ese talismán de dos
palabras protegía a los convulsionarios de Roma y
de Castilla. Simbolizaba la fe católica, el rescate
del feudalismo, la contrarreforma, el Santo Oficio, la unidad
española, la creación del imperio. Por eso
nuestros abuelos fundadores lo regaron por doquier, junto
con el resto del santoral. La marcha hacia atrás
la determinaron el ascenso de Carlos V y la aparición
intempestiva de un segmento de la cara oculta de la Tierra.
Los comuneros de 1781 llevaban el somatén de pueblo
en pueblo, al pregón de "¡Guerra!, ¡Guerra
a Santa Fe!". Y sus dignos descendientes abolieron
muchos de estos apolillados emblemas y calificativos, para
que una minoría alucinada venga ahora a sacarlos
de entre las basuras de la sociedad.
Otro tanto
ha acontecido con la noción económica del
resguardo y con la figura jurídica de la tutela.
Dos instituciones extraídas de los precipicios perdidos
del pasado, y que los asambleístas del Hotel Tequendama
decidieron introducir en las normas de la Ley Fundamental
de la república. Sin excepción alguna, a los
sectores indígenas sobrevivientes se les debe respetar
sus tradiciones y cultura; pero algo muy distinto será
sembrarlos como plantas en las formas de producción
ya relegadas por los logros del desarrollo. A estos estamentos
no hay que negarles su condición de fuerza trabajadora,
con todos sus derechos y deberes, sin omitir la propiedad
privada, el comercio, la contratación laboral, el
conocimiento científico, la salud. Las expresiones
comunales de apropiación, típicas en los principios
de la noche colonial, se basaban en la antiquísima
organización gentilicia que hallaron los españoles
y obedecían a las necesidades monárquicas
de recoger tributos y utilizar la mano de obra de los naturales.
El papel de protector del indio, desempeñado por
el clero, alrededor del cual todavía se especula,
procuraba mantener intactos los ingresos de la Corona y
la Iglesia, sofrenando, de paso, la codicia de los encomenderos.
Los "benefactores" Bartolomé de Las Casas
y Francisco de Vitoria no se eximieron de la misión
de sostener con sus prédicas el andamiaje colonial.
Si acaso lo matizaron. El uno sostuvo que los primitivos
se convirtieron por derecho natural y divino solo en vasallos
directos y libres" del trono hispánico; el otro
elaboró toda una enmarañada doctrina para
sustentar cuándo tal sometimiento se podría
efectuar a "justo título", dentro del derecho
de gentes. El patronato eclesiástico sobre las Islas
Canarias y la violenta sujeción de los vástagos
de la raza Cro-Magnon que las habitaban, configuraron un
pequeño grande ensayo hacia fines del siglo XV para
las masacres posteriores de los amerindios.
Tras la
imposición de dicho orden jerarquizado y artificial,
los religiosos proclamaban que los aborígenes eran
menores de edad, incapaces absolutos que habrían
de ser sometidos a la tutela o al amparo de los preceptores
establecidos. El edificio feudal se erigió sobre
los cimientos precolombinos, al igual que Hernán
Cortés dispuso construir la ciudad de México
en los escombros de la Tenochtitlán de los aztecas;
o como los prelados del Perú levantaron en Cuzco
sus conventos y catedrales encima de los imponentes templos
del sol, hechos por los Incas. Semejante mezcla nació
herida de muerte. Lejos de conservar la situación
instaurada, agilizó el paulatino proceso de descomposición
de las obsoletas regulaciones europeas y de las seculares
costumbres americanas. Anhelarlas o adecuarlas a las realidades
de hoy representa un anacronismo incalificable. Colocar
a la población entera bajo un tutelaje indiscriminado
minimiza el precepto escrito, enreda la justicia y favorece
a los monopolios, que ya han empezado a valerse de este
artilugio para rematar sus ambiciosos propósitos.
Asuntos
de fondo y de peso están en juego. Cada vez un mayor
número de opiniones del Continente expresan, en relación
con la polémica, sus simpatías hacia la actitud
suya, maestro. Hasta el pueblo raso ha ido comprendiendo
qué relevar o no en la trascendental coyuntura.
Nada entenderíamos
si los anales americanos quedaran circunscritos a las hazañas
de los descubridores, conquistadores y colonizadores; si
permanecieran sepultos los aportes de más de la mitad
de los protagonistas; si siguieran desfiguradas las decisivas
influencias del Nuevo Mundo en el Viejo; si cayera un manto
de silencio sobre las batallas por la libertad, pretéritas
y presentes, en estas latitudes. Aunque el Descubrimiento
se deba a los adelantos de aquel período, parta de
la hipótesis de la redondez de la Tierra, corresponda
a la pericia y a la tenacidad de Colón e ilumine
la Era Moderna, lleva el timbre, si se me permite la licencia,
de las fascinantes realizaciones del Renacimiento: que sus
autores se planteaban los problemas, definían los
objetivos y los coronaban, pero sin dominar a ciencia cierta
el motivo y las repercusiones de sus triunfos, ni los basamentos
esenciales en que se sustentan. La llegada un tanto fortuita
de las primeras carabelas a nuestras costas de cualquier
modo fue una salida a las urgencias de la Europa del siglo
XV, en especial la de romper el cerco en que la habían
situado la toma de Constantinopla por los turcos otomanos,
que bloqueó sus rutas comerciales hacia el Oriente,
y el hecho de que los combatientes del Islam constituían
de suyo una barrera infranqueable en el Norte del Africa.
De ahí que exclusivamente restara buscar el "Levante
por el Poniente", según la conocida y certera
intuición del genovés. Sin embargo, al intentar
comprobarla, se le atravesó otro mundo, inmenso,
distinto al anhelado... y no lo supo nunca. Una meta fallida
que, fuera de encarnar uno de los más notables éxitos
del Hombre, da pábulo a otros desenlaces no menos
contradictorios y deslumbrantes.
Usted se
ha preocupado por arrojar luz sobre el bautizo del gigantesco
hallazgo, una controversia demostrativa de que en la empresa
de hender el Atlántico, moverse por la "cuarta
parte" del planeta y alcanzar el Pacífico, o
sea, abrir los horizontes del cosmos de Copérnico
y Galileo, colaboraron durante los siglos XV, XVI y XVII,
navegantes, razas y países distintos. No se propuso
el patronímico de Colombia, ni nada parecido, debido
a que el Almirante insistiera hasta el final, por el apego
a viejas creencias, por las equivocaciones de cálculo
y por los compromisos contraídos con los reyes, que
había puesto pie en Catay, o las Indias, cual llamaban
los europeos a Oriente. Al menos veía obsesivamente
en cada isla al Japón, o Cipango, desde el momento
mismo en que desembarcó en Guanahaní. El homenaje
se lo reservaron los monjes ilustrados de la abadía
francesa de Saint Die a Amerigo Vespucci, por intermedio
del cartógrafo y geógrafo alemán Martín
Waldseemuller, quien leyó las relaciones de los viajes
de aquél a las regiones de ultramar. El florentino
sostenía que cuanto vio no era Asia sino "otra
cosa". ¡Tratábase de América! ¡La
verdadera noticia! ¡Un descubrimiento del Descubrimiento!
Del cual tampoco se percató Fernando de Magallanes,
a pesar de atisbarlo entero desde sus navíos, cuya
tripulación cumplió después, completamente
diezmada, sin su capitán, la proeza de la primera
vuelta al globo; y, aunque, en compensación les facilitara
su apellido al turbulento estrecho austral de los pobladores
de la Tierra del Fuego y a las constelaciones más
cercanas a la Vía Láctea que se distinguen
desde esas lejanías. Mas se había producido
el reencuentro con la Atlántida soñada de
Platón, que usted menciona como una alegórica
referencia a los vínculos inextinguibles entre las
culturas.
Al fin se
dieron cita los continentes, cointegrantes de la ignota
Pangea, cuya desmembración, iniciada hace cien millones
de años, generó el Mar Océano de Colón
para concedemos a la larga el privilegio de los debates
del Quinto Centenario. Un desfile infinito de audacias,
complejidades e incongruencias que, no obstante, han mantenido
en lo sustancial una ilación permanente y suscitado
el más maravilloso desafío a la historia y
al pensamiento, en todos los campos: la astronomía,
la geología, la antropología, la teoría
de la evolución de las especies y el resto de las
ciencias naturales y sociales. "Muestrario" que
usted eslabona durante una existencia de fructíferos
afanes, sin pretender agotarlo, o llegar "a la proyección
de todas sus consecuencias".
Partiendo
de las hondas implicaciones que la leyenda cumplida a sangre
y fuego de El Dorado y el despojo de la masa indígena
tuvieron en la acumulación originaria del capital.
De los crímenes cometidos por los heraldos de Cristo
y del Rey, nos cuentan, en espeluznantes narraciones, multitud
de cronistas y testigos presenciales. Marx, en su obra cumbre,
los destaca entre los factores que engendraron la naciente
sociedad del siglo XVI: "El descubrimiento de los yacimientos
de oro y plata de América, la cruzada de exterminio,
esclavización y sepultamiento en las minas de la
población aborigen, el comienzo de la conquista y
el saqueo de las Indias Orientales, la conversión
del continente africano en cazadero de esclavos negros:
son todos hechos que señalan los albores de la era
de producción capitalista." A través
de las guerras, los empréstitos, las falencias productivas,
el entrabamiento comercial, dicha acumulación pasa
de España y Portugal a Holanda, Francia e Inglaterra.
Pero es en este último país donde ofrece su
mejor cosecha en las postrimerías del siglo XVII,
tras el refinamiento del sistema colonial, tributario, proteccionista
y de deuda pública.
De nada
les valieron, pues, las fabulosas riquezas a los españoles;
no lograron escapar pronto del feudalismo ni responder al
reto planteado por las naciones que se iban a la delantera.
Medió una particularidad muy extraordinaria. En las
partes de América en donde aquéllos se aposentaron,
los indígenas, en una buena proporción, eran
sedentarios, practicaban la agricultura, conocían
diversas técnicas artesanales, descollaban en la
arquitectura, la escultórica o la orfebrería,
tenían una metalurgia incipiente y, en suma, estaban
aproximándose a la civilización. Los encomenderos
y demás súbditos de la Corona encontraron
"siervos" disponibles, sobre cuyo lomo, o el de
sus sucesores, cabalgaron durante tres siglos.
Una cosa
muy diferente aconteció en el Norte. Allá,
en ese otro "refugio de los perseguidos", echaron
raíces gentes de condición distinta, con un
concepto social altamente avanzado para el momento histórico;
en su mayoría calvinistas, puritanos, representantes
de la reforma protestante y del combate contra la escolástica
y el oscurantismo, una de las grandes rebeliones de los
burgueses contra los señores. Las otras dos radicaron
en el Renacimiento y la Ilustración. Aquellos emigrantes
casi no contaron con fuerza de trabajo explotable. Los nativos
que les proporcionó la providencia por lo general
no habían superado, a la inversa de lo que ocurría
en el Sur, el salvajismo o los estadios bastante iniciales
de la barbarie, conforme a las divisiones y subdivisiones
obtenidas por Lewis H. Morgan, después de su convivencia
de decenios con tribus norteamericanas, especialmente los
iroqueses. Análisis que despejaron incógnitas
antes no descifradas, de la historia antigua de Grecia,
Roma y Alemania.
A los colonizadores
ingleses les tocó entonces abatir los montes, domeñar
las tierras y ganarse el pan con el sudor de la frente.
A falta de asalariados, la esclavitud del negro se fue convirtiendo
en una solera sin la cual Estados Unidos no hubiese abrazado
el capitalismo, ni llegado a ser, con el tiempo, un país
poderoso. La Declaración de Independencia, en 1776,
que tanto eco tuvo en los acontecimientos revolucionarios
posteriores de Europa y de las naciones latinoamericanas,
configura la culminación de lo dicho, cuyos rasgos
preliminares aparecían ya con nitidez en una que
otra carta real de las compañías comerciales
encargadas del transporte de los europeos expatriados, o
en los pactos que a veces éstos firmaban en los mismos
buques, y por los cuales se comprometían a ejercer
modalidades autónomas de organización, comprendidas
las estipulaciones de elegir sus funcionarios, escoger sus
jueces y promulgar sus leyes.
Desde muy
temprano se esparcieron en el hemisferio septentrional los
vilanos de la democracia, en contraste con cuanto aconteció
en las colonias españolas, francesas o portuguesas.
También recurrieron al escalpo, desde luego, pero
no mezclaron su sangre con la de los pobladores de su Atlántida,
ni calcaron las instituciones de la vieja Europa.
Todo esto
lo expongo con cierto temor reverencial, pero no percibo
otras diferencias mejores que las explicadas para resaltar
el auténtico y decisivo papel de los coterráneos
de George Washington, Abraham Linco1n y James Monroe, a
propósito de la celebración del Quinto Centenario,
y poner énfasis en las disparidades históricas
y en los desequilibrios presentes de las dos Américas,
que parten de una insalvable contradicción heredada':
el sector más progresista de Europa llegó
al lugar menos avanzado del nuevo continente y, viceversa,
el poder más reaccionario, a las culturas precolombinas
menos atrasadas. Las críticas del MOIR frente a las
actuales pretensiones neocolonizadoras del imperio del Norte,
a las que arriba hice referencia, no nos impiden, ateniéndonos
a la autenticidad del discurrir histórico, reconocer
e incluso nutrirnos, de las útiles lecciones de la
experiencia estadinense.
Pese a todo,
los vientos fueron propicios. Llevaron a Darwin a Galápagos;
robaron el rayo para Franklin; pavimentaron por Ford las
avenidas; les entregaron las alas de Pegaso a los hermanos
Wright; impelieron a Lindbergh por los aires a través
del Atlántico; revelaron a Watson y a Crick la doble
hélice de la genética; depositaron a Neil
Arinstrong sobre la superficie de la luna; inspiraron a
los Watson, padre e hijo, en el perfeccionamiento de las
computadoras; indujeron a Edison hacia la creación
de la lámpara maravillosa; les dieron asilo a Einstein
y von Braun; acogieron a Chaplin y a Cantinflas; admiraron
a Rivera, Siqueiros, Orozco y Arenas Betancur; leyeron a
John Steinbeck, Ricardo Palma, García Márquez
... ; auparon a Mutis y Caldas en sus inquietudes científicas;
promovieron el "pacto del ajiaco"; siguieron a
Bolívar, Santander, San Martín.... y rodearon
a Germán Arciniegas.
Probablemente
infinidad de marineros sentaron sus reales aquí,
antes o después de la presencia de Erico el Rojo,
pero le correspondió a Cristóbal Colón,
de verdad, el Descubrimiento y extender el panorama mundial.
Maestro
Arciniegas:
El 12 de
Octubre no debe ser una fecha límite. Los quinientos
años bien valen la pena para "hacer una historia
de América vista desde abajo". Le propongo que
hagamos un pastel gigantesco, hecho de nuestra propia masa,
y lo pongamos en San Andrés con el objeto de que
quinientas vírgenes apaguen sus velas.
Atentamente,
Francisco
Mosquera
Secretario
General del MOIR
Octubre
1 de 1992.