¿QUÉ ES
LA PAZ? (*)
I
DOS
NECESIDADES COINCIDENTES
En medio
de la encrucijada de la quiebra económica, el régimen
de Belisario Betancur se aferra con angustia de
náufrago a una de las pocas políticas suyas que
sobreaguan: la de pacificar el país a través de la
transacción con los grupos insurrectos. La desventura
estriba en que después de tantos imprevistos e
improvisaciones, cuando comienzan a aparecer los
síntomas inequívocos del envejecimiento prematuro de
su prestigio y todavía le falta buen trecho de su
existencia institucional por recorrer, el presidente
sigue a la espera del resultado del carisellazo de la
"paz", soportando a una centena de comandantes que,
con cualquier petición a los delegados
gubernamentales, todos los días someten a prueba la
virtud de la paciencia, y sufriendo la inquisitiva
vigilancia de las capas adineradas, cuyos sectores
menos complacientes no disimulan el disgusto porque la
función no termina.
Lo cual
no significa que las propuestas de entendimiento no se
hubieran tramitado años atrás. De creer en las
declaraciones de los dirigentes de las Farc, desde el
"mandato de hambre" empezó el carteo de éstos a las
altas esferas del poder oligárquico en procura de un
cese negociado de las hostilidades, Luego Turbay Ayala
constituiría la primera de las muchas comisiones para
tales fines, poniendo a presidirla a su porfioso
contrincante, el señor Carlos Lleras Restrepo, quien,
como era de preverse, pronto discrepó y renunció
fulminantemente. No obstante, bajo él anterior período
se abrió el "diálogo" a raíz de la toma de la embajada
de la República Dominicana, ¡según lo pregonan los
mismos integrantes del M-19; y las Cámaras
Legislativas dieron asomos de inclinarse al perdón,
sancionando normas absolutorias que si no surtieron
efecto se debió a las restricciones estipuladas,
principalmente en lo tocante a la exclusión de
determinados delitos y al peliagudo asunto de las
armas.
Aunque
en los comicios de 1982 todas las agrupaciones y
tendencias, a excepción del MOIR, invitaron a sosegar
la república mediante un gran acuerdo colectivo, y el
propio candidato reeleccionista estampó el lema de que
"la paz es liberal" por esos albures de la lucha
política y merced al fallo de las. urnas, le
correspondería a un jerarca conservador quedarse con
el distintivo y, peor aún, tratar de cristalizarlo en
el momento menos auspicioso; durante una coyuntura en
la que Colombia corre hacia su completa bancarrota, la
descomposición social se precipita aluvionalmente y el
imperialismo y sus intermediarios vendepatria acuden,
tras la reanimación de las actividades productivas y
de los negocios, a un recorte sustancial de las
asignaciones de las masas trabajadoras de la ciudad y
el campo. Con todo, al actual mandatario, bajo el
impacto de las tremendas tribulaciones de la hora,
incluido el agobio de que cada vez coinciden menos sus
palabras con sus logros, le reporta, innegables
ventajas conseguir presentarse cual el mesías de la
reconciliación y la tranquilidad ciudadanas. Máxime
teniendo en cuenta que la violencia, en sus más
crudas, abigarradas y caóticas manifestaciones, ha
proliferado a lo largo del cuarto de siglo de haberse
convenido la concordia del Frente Nacional y que desde
antes la anormalidad jurídica, congénita a un estado
de sitio prácticamente crónico, ha sido la única
manera de regir sobre los colombianos.
Lejos de
lo que muchas mentes acaloradas piensan, está dentro
de los prospectos de la minoría privilegiada la opción
de un pleno retorno a los cauces habituales del orden
constitucional y legal. Para el buen suceso de las
operaciones económicas burguesas siempre será
preferible un clima de calma y transigencia a otro de
zozobra y pugnacidad. El ambiente explosivo y la
inseguridad de la que tanto se quejan los gremios
ahuyentan más inversionistas extranjeros de los que
atraigan las modificaciones a la Decisión 24 del
Acuerdo de Cartagena, anunciadas por las burocracias
de los países andinos tras la mira de equilibrar sus
balanzas cambiarias y de salir de la recesión.(1) No
ha de extrañarnos escuchar con frecuencia voces
provenientes de las filas del capitalismo, tanto en
las naciones oprimidas como en las opresoras, que
llaman a velar por la observancia de las normas
democráticas y hasta recalcan el pro de los reajustes
sociales enderezados a promover la convivencia de las
clases. Desde sus albores, el modo de producción
erigido sobre la esclavitud del trabajo asalariado no
sólo proclamó la 1ibertad% sino la "igualdad" y la
"fraternidad" entre los hombres. Pese y debido a que
estas prédicas nunca dejaron de, ser una forma de
dominación, meras formulaciones escritas para azote y
escarnio de la población laboriosa, los expoliadores
las mantienen enhiestas. Asiduamente se refieren a
ellas como a pautas primordiales del andamiaje estatal
interno e incluso de las relaciones internacionales,
siendo que en la era del imperialismo, con el saqueo
de continentes enteros por parte de los monopolios de
unas cuantas metrópolis, la contradicción entre los
postulados republicanos y "humanitarios" de la
burguesía, de un lado, y la vida de penuria y
sojuzgación de miles de millones de habitantes del
planeta, del otro, se hace palmaria e irreconciliable
en absoluto. Obviamente lo expuesto no niega que las
fuerzas dominantes arríen sus apreciadas enseñas,
suspendan sus melosas convocatorias a la unión sin
distingos y lancen por la borda los códigos, el
certamen electoral, las instituciones, la Constitución
íntegra, cuando el desarrollo de los conflictos
interiores y exteriores que atentan contra las
primacías y las subordinaciones establecidas requiera
de un tratamiento directo, rápido y quirúrgico.
Argentina,
verbigracia, con el triunfo de Raúl Alfonsín, acaba de
emerger de una noche de terror castrense que arrojó un
balance de miles y miles de personas asesinadas y
desaparecidas, el costo del aniquilamiento de las
organizaciones de extremaizquierda de corte ERP,
Ejército Revolucionario del Pueblo, y también, desde
luego, de la sofocación de las luchas populares. La
oligarquía de aquella porción de América, al volver
por los fueros de la democracia representativa, no
efectúa otra cosa que acomodarse a las mudables
circunstancias, recuperando de pasada su relativo
ascendiente entre las multitudes, con cuya compañía
marcha hoy hasta los estrados judiciales a juzgar a
sus espadones caídos en desgracia, los mismos que ayer
la salvaron de los brotes disolventes. Utilizar
primero los métodos duros y luego los blandos, o
viceversa; alternar la tiranía militar con la civil,
la represión abierta con la encubierta, el "gran
garrote" con la "zanahoria", simplemente obedece al
comportamiento característico de los adalides de la
sociedad burguesa, y en nuestro caso de la sociedad
neocolonial y semifeudal, que pugnan por fortalecer su
supremacía y con ella sus beneficios pecuniarios.
Ignorar esta experiencia tan común y corriente,
formando cauda tras los capitalistas cuando éstos, o
parte de éstos se deciden por la segunda categoría de
los métodos señalados, y hacerlo en nombre de la
revolución, configura una falta imperdonable, para no
hablar de traiciones.
Sea como
fuere, la "paz" se convirtió en una de aquellas
obsesiones típicamente colombianas que de vez en
cuando contagian por igual los campamentos de las
distintas parcialidades contrapuestas. Refleja la
conjunción de dos necesidades coincidentes. La de un
bipartidismo tradicional que acosado por las quiebras
y el endeudamiento urge de arreglar la casa y serenar
los espíritus; y la de una guerrilla que hostigada sin
piedad por los aparatos represivos está lista a pulir
su conducta y amoldarla a una atenuación de las
confrontaciones internacionales, sugerida por sus
preceptores extranjeros ante el contraataque de Ronald
Reagan, particularmente en América Latina. Consciente
o inconscientemente, llevados por la curiosidad o
arrastrados por los acontecimientos, desde doña Berta
hasta el llamado ML, con la solitaria omisión del
moirismo, las banderías de todas las cadencias han
echado su cuarto a espadas respecto a la novedosa
estratagema. Merced a ello, en los complicadísimos
regateos encaminados a suplir la controversia bélica
con el debate incruento, hemos visto disputándose la
gratitud republicana y el elogio de la "subversión" a
jefecillos de la talla de un Germán Bula Hoyos, la
horma por excelencia del atrabiliario cacique de
provincia; de un John Agudelo Ríos, otro intonso y
obediente peón de brega de los trajines antinacionales
y antipopulares, de sus superiores; o de un Otto
Morales Benítez, el insaboro, voluble y frustrado
precandidato del llerismo, últimamente en pos de la
representación de las facciones partícipes de la
legitimidad de su partido. Las caprichosas expresiones
del caleidoscopio pacifista no devienen ni datan,
pues, del fracaso en las urnas del continuismo
liberal-conservador de López frente al intempestivo
repunte de la renovación conservadora-liberal
betancurista, aun cuando el cabecilla del Movimiento
Nacional estime desde sus letárgicas alturas que puede
sacarles mejor tajada que el resto de sus coterráneos
y coetáneos. Si para los simples manzanillos de
profesión simboliza un hito en sus anodinas
trayectorias coadyuvar a tan procero empeño de la
democracia prevaleciente, para el primer magistrado,
quien a similitud de Marco Fidel Suárez reclama el
mérito de haber asido una a una las oportunidades que
la república de la libre competencia les depara a sus
vástagos predilectos, y que ocupa el solio como salida
pantomímica de la crisis y sin otra misión factible
que la de ahondarla, el ostentar el título de
pacificador, o de apaciguador de 25 años de conatos
insurgentes representa no sólo una proeza
consagratoria sino un contrapeso a los incontables
descalabros de su "sí se puede".
II
LA
DILACIÓN DE LOS PROCEDIMIENTOS
El mismo
7 de agosto, ambicionando adueñarse del sentir
general, el vencedor del 30 de mayo izó la bandera
blanca y arrancó con la tortuosa cruzada. "No quiero
que bajo mi gobierno se derrame una sola gota de
sangre de ningún compatriota mío, de ningún soldado...
ni de ningún guerrillero, que también son hermanos
nuestros", dijo en la Escuela Militar de Cadetes, a
los tres días de posesionado, delante de unos
regimientos que lo atisbaban entre remisos e
incrédulos. (2) Lloverían de inmediato las demandas de
tres o cuatro ejércitos del pueblo, cuyos estados
mayores vislumbraban en los labios disertos del señor
Betancur el badajo de la campana anunciadora de las
prologales conquistas de la revolución. A partir de
entonces la empresa conciliatoria entraría en una
nueva etapa, un lento y complejo torneo de aguante, no
tanto por las disparidades como por las concordancias.
Mientras la rebelión armada se decide a vender caro su
aplacamiento, el presidente se resigna a pagar lo que
cueste amansarla. Con la resignación de éste crece el
precio de aquélla y a la inversa. Al extremo de que el
proceso está bastante lejos de tocar a su fin, a causa
de la infinidad de materias previstas en las agendas
de discusión, y a la abundancia de requisitos, pasos,
prórrogas e intervalos por cumplir. ¿Se prefiere
pintar la paloma a echarla a volar? ¿O será que los
padres de la publicitada apertura democrática obtienen
más beneficios de los dolores del parto que de la
criatura? Para resolver el misterio al país no le
queda otra que la de aguardar a la culminación del
suspenso. Hasta ahora conoce únicamente cuanto se han
dignado avisarle los meticulosos alarifes de la
conciliación: que la "paz" es muy difícil, los
trámites muy prolijos y las condiciones muy
perentorias. No necesitamos reconstruir toda la trama,
puesto que sus bulliciosos y festivos episodios
permanecen frescos aún en la memoria de las gentes que
los han vivido y padecido minuto a minuto durante más
de un trienio. Basta enumerar sus principales pasajes,
junto a las disensiones generadas en el seno de
diversos estamentos y entidades, con el objeto de
disponer de un telón de fondo que nos sirva de
referencia para el examen y las conclusiones de rigor.
De
entrada hay que anotar cómo los surtidos matices del
anarquismo criollo, apenas con la ausencia del ELN y
de un ala disidente de las Farc, deponiendo antiguas
rencillas se afanan en unificar sus reclamaciones,
coordinar sus maniobras y respaldarse mutuamente; lo
que ha redundado en el abultamiento de las exigencias
elevadas a las autoridades y en la dilación de los
procedimientos propuestos. Levantado el estado de
sitio en el atardecer de la administración Turbay
Ayala y suprimido el nefasto Estatuto de Seguridad, el
altercado giró entorno a la libertad de los presos
políticos y a la condonación de delitos como el
secuestro, la extorsión y el asesinato fuera de
combate, que los legistas de la parte opositora
identificaban con el eufemístico calificativo de
"anexos" a la rebelión, mas para los jurisperitos y
centuriones del régimen eran escuetamente "crímenes
atroces". El Ejecutivo accede y el Parlamento vota la
Ley de Amnistía conforme a los pedidos de los
sublevados. Cada quien creyó reafirmar lo suyo, un
presidente bufo escenificando el papel de campeón de
la confraternidad nacional; unos congresistas borregos
sublimando las magnanimidades del despotismo burgués,
y unas oligarquías impotentes, gloriándose no de
eximir de culpa a unos cuantos adversarios detenidos 0
interdictos sino de perdonarle la existencia a una
revolución arrepentida. En lo atinente a los
activistas rehabilitados, éstos, una vez abandonaron
las cárceles, se calaron sus brazaletes y volvieron a
enmontarse, tras la determinación de continuar
combatiendo a tiros por los acuerdos entre gobernantes
y gobernados y antes de que la patria llegue "al punto
del no retomo". Muchos actores y espectadores de la
originaria ronda de la "paz" cayeron presa de las
naturales sensaciones del desconcierto. La nación se
sentía asaltada en su buena fe. Cuanto se negoció y
discutió, pública y privadamente, lo convenido y
aprobado en el Capitolio, las concesiones ofrecidas,
todo, se había llevado a efecto sobre la base de que
cuando menos los petardos se acallarían y los
favorecidos con la gracia oficial no reincidirían en
las andanzas por las que se les absolvió. Plumas
exentas de cualquier sospecha de inquina contra el
pensamiento y las guapezas de los amnistiados no
vacilaron en catalogar de "grave error político" la
burla a las expectativas creadas. Esgrimieron razones
como éstas: "Se están entregando en bandeja de plata
argumentos a la reacción".(3) Ciertamente la
ultraderecha, ni corta ni perezosa, ante un país
enterado de los litigios por la armonía, saltó a
sindicar a los contingentes de la extrema contraria, y
una vez más a través de ellos al movimiento
revolucionario en su conjunto, de otra atrocidad, la
de mofarse de la palabra empeñada. A los pocos días de
sancionado el texto legal por el cual se amnistiaban
las infracciones de cinco lustros, englobadas las
menos defendibles, y cuando ya era del dominio público
que las guerrillas no renunciarían a sus azares y
rebatos, El Tiempo pronosticó desde su editorial del
25 de noviembre del 82: "El Ejército de Colombia
tendrá que afrontar, con el respaldo absoluto de las
grandes mayorías nacionales, una lucha abierta que,
como todas las de ese género, desatará mucha violencia
y generará no pocos muertos". Fue así como aun al
diario de los Santos, la conciencia liberal hecha
tinta, hasta la fecha parco en sus juicios sobre los
desplantes belisaristas, se le exaltó la bilis,
llegando al extremo de aguijonear a los militares para
que procedan con vehemencia y sin contemplaciones de
ninguna índole.(4)
Con la
indignación de quienes inútilmente condescendieron y
la perplejidad de los que consideraban un éxito sin
paralelo la completa exculpación de los rebeldes, se
cerró el capítulo introductorio a este novelado
esfuerzo por la convivencia civil. Una incógnita sí
había sido despejada: la amnistía no era la "paz". ¿En
qué radica entonces? A la audiencia en ascuas los
miembros del M-19 replicaron desde las puertas de La
Picota con otras interrogaciones. "¿Quién se puede
acoger a la amnistía en zonas de guerra si no hay cese
del fuego?" "¿Qué vamos a hacer nosotros al salir de
la cárcel si sabemos que a nuestros compañeros los
están atacando en muchos frentes?" "¿No se está
convirtiendo esta situación en un nuevo trampolín
hacia la guerra?".(5) Con tales reflexiones quedó
inaugurada la fase subsiguiente, cuyo objetivo
consistiría en obligar a los dignatarios de los sumos
poderes a suscribir una tregua que se tradujera en un
tácito reconocimiento de los brazos armados como
fuerzas beligerantes. En el lapso anterior la puja se
había cifrado en el olvido de todas y cada una de las
conductas delictivas; ahora se centraría en la no
entrega de los fusiles y en la desmilitarización de
las áreas neurálgicas. Nadie descartaba que la Casa de
Nariño convendría en agotar otros arbitrios. Mucho
antes de la promulgación de la amnistía con que el
presidente, a través del Congreso, dispensó todas y
cada una de las faltas de sus impredecibles
interlocutores, aquél había divulgado sus teoréticas
nociones acerca de que el generoso gesto no sería
suficiente para ponerle coto a las desconfianzas. Idea
que con gusto y al unísono esparcieron a los vientos
los propagandistas de la "paz", desde los obispos
católicos hasta los pontífices del revisionismo,
pasando por la gama intermedia de exégetas y arúspices
del emblema que haya despertado las mayores ilusiones
en la crónica contemporánea de la nación.
Empero,
curiosamente, entre más intérpretes coinciden respecto
a los medios y propósitos, el apaciguamiento menos
descifrable se torna. Si la primera solicitud de los
insurgentes requirió alrededor de tres meses para ser
satisfecha, la segunda habría de demorar año y medio
en concretarse. Mientras la una cosechó las
instigaciones de los gacetilleros de la élite
ilustrada en pro de una pacificación a lo Pablo
Morillo y se enteró muy pronto del arrepentimiento de
la Cámara de Representantes por haber prestado oídos a
Belisario Betancur, la otra, ocasionando en su retardo
serias fisuras entre la cúpula cuartelaria y su jefe
constitucional, repercutiría en la repentina
sustitución del ministro de Defensa y en el apremiante
licenciamiento de un peligroso trío de generales
identificados con las quejas de su superior
jerárquico.(6) Landazábal, en declaraciones
ampliamente reproducidas por los medios informativos y
en juntas reservadas de orden público, precisó de
continuo cómo el perdón concedido por la Ley 35 del 21
de noviembre de 1982, regía hacia el pasado y no hacia
el futuro de su promulgación, pugnando por una tónica
diferente a la presidencial en los tratos con los
"subversivos", a los que, en las brigadas, no se les
ha dejado de equiparar con la delincuencia común, y
ante quienes, por consiguiente, no caben delicadezas
ni miramientos singulares. El 17 de enero de 1984,
cuando las discrepancias lucieron demasiado obvias e
insoslayables, a los oficiales de alto rango se les
llamó a calificar servicios.
Temiendo
un eventual pleito entre las dos investiduras, los
distintos estratos oligárquicos saltaron a apuntalar
los fundamentos jurídicos del sistema, así tuvieran
que renovarle de relance el respaldo a la
administración responsable de empollar tantos
entuertos en un tiempo tan relativamente escaso. A la
aguda recesión, a los trastornos de los entes
bancarios, al insondable déficit fiscal, a la enorme
deuda externa y al resto de las falencias materiales
ningún burgués deseaba añadir la conmoción anímica de
una cura castrense, que en lugar de componer los
negocios podría empeorarlos. Las anomalías económicas
le ayudaron a neutralizar los enredos políticos al
presidente, y éste, por lo menos momentáneamente, se
sintió reconfortado para no decaer en su ingrata faena
de abogado del diablo.
Sobre
las carreras muertas de cuatro militares de tres soles
dados de baja por Betancur se convino al fin el alto
al fuego, en desarrollo del pacto de La Uribe,
suscrito el 28 de marzo entre la Comisión de Paz y las
Farc. Pero el alto no se selló definitivamente, como
cabría esperarse, sino por un "período de prueba o de
espera" de doce meses y a partir del 28 de mayo. A
este armisticio lo seguiría el firmado durante la
penúltima semana de agosto por el EPL, el M-19 y un
fragmento del ADO, completándose el mosaico de los
grupos insurrectos que optaron por tender un puente de
tupidas relaciones con el régimen belisarista. De los
acuerdos se desprende que los alzados en armas las
"depondrán pero no las entregarán", para repetirlo con
el giro empleado por algunos de ellos; que habrá otra
considerable tardanza con el objeto de verificar la
suspensión de las hostilidades, y que las partes
involucradas propiciarán más convergencias, de aquí en
adelante tras la hazaña de ver por aproximarse a
escarificar las purulentas llagas de la Colombia
neocolonizada y atrasada, y esto conjuntamente, o sea
el país redondo y sin reparos de clase.
En suma,
el forcejeo, en lugar de simplificarse y acortarse a
medida que transcurre, se ha enmarañado y dilatado
enormemente. En compensación, los colombianos
consiguieron saber que la tregua tampoco era la "paz".
Resuelto dichosamente el segundo equívoco, los
infatigables compromisarios de la reconciliación se
aprestaron a entrar en el tercer laberinto: el Gran
Diálogo Nacional, con mayúsculas. Cual su nombre lo
indica, esta secuencia reside en emprender una
intrincada polémica acerca, de los candentes
antagonismos políticos y de las profundas privaciones
económicas y sociales del país, con la participación
de todas las fuerzas vivas, comprendidos los gremios
patronales y los sindicatos obreros, los directorios
partidistas y las asociaciones de consumidores, los
cuerpos colegiados y la acción comunal, la curia y los
usuarios campesinos, la guerrilla y el ejército. La
autoría de la ingeniosa fórmula pertenece al M-19 que
la concibió con bastante anticipo, mientras que la
supresión previa de los combates y la verificación de
la misma por un año fue más bien inventiva de las
Farc. Cada estado mayor insurgente se arrima a la mesa
de negociaciones con su propio portafolio de
requisitos y reclamos, de cuyo estricto acatamiento
depende la conservación de su autonomía e identidad. Y
puesto que la alianza los obliga a secundarse entre
si, refrendando sin falta las varias peticiones, por
redundantes o engorrosas que fueren, el proceso
pacificador con cada etapa vencida no gana ni en
concisión, ni en rapidez, ni en claridad.
No
obstante los dones milagrosos y la desusada ocurrencia
que les atribuyen sus promotores a las conversaciones
entre las diferentes clases y corrientes políticas,
los intentos de amortiguar el choque de los intereses
encontrados mediante la persuasión de la plática son
tan viejos como el "contrato social" de Rousseau. En
el Continente no hay burguesía que en cierto momento
histórico no hubiese puesto en vigor el cacareado
"diálogo" y algunas, incluso, a semejanza de lo
acaecido en el Perú bajo la férula del general Velasco
Alvarado, han conseguido rubricar compromisos de
reformas con estamentos organizados de la población.
Entre nosotros, y sin ir más allá del interregno del
Frente Nacional, el mandatario de turno con frecuencia
habla y propicia la "concertación" o el "pluralismo
ideológico" sin necesidad de abrumarlo con operaciones
terroristas.
López
Michelsen, inmediatamente después de ascender al solio
en 1974, en un arranque de contagiosa demagogia llamó
a un entendimiento global entre los principales
sectores vinculados a la producción, conformando la
célebre "comisión tripartita" que agrupaba a patronos,
sindicalistas y gobierno, y a la que un buen día
recibió en la residencia presidencial para avisarle
que la nación atravesaba por un período crucial, ante
el cual se requería del noble renunciamiento de
magnates e indigentes por igual. El mamertismo, que
integraba la comisión y asistió a la reunión de
Palacio, dejó una lastimera constancia en protesta por
la burla de que había sido objeto la membrecía
revolucionaria. Luego se decretaría la emergencia
económica con su rosario de impuestos y alzas contra
el pueblo, de prebendas para los grandes potentados y
demás medidas antinacionales y antipopulares que
distinguieron al "mandato de hambre". Y en lo que
llevamos del "sí se puede" ya hubo un primer ensayo de
las discusiones multilaterales, cuando se convocó en
septiembre de 1982 la "cumbre" de colectividades
partidistas. Fuera de los funcionarios gubernamentales
y de algunos de los fragmentos en que se hallan
divididos el liberalismo y el conservatismo,
concurrieron el Partido Comunista y el M-19,
encabezados por Gilberto Vieira y Ramiro Lucio,
respectivamente. Que valga destacar, el señor Vieira
"pidió romper el monopolio bipartidista en la Comisión
Asesora de Relaciones Exteriores", es decir, cursó la
solemne demanda de una silla para su agrupación en
dicho organismo; y el señor Lucio anotó que "en los
diez puntos del ministro de Gobierno están contenidos
los problemas fundamentales de la vida colombiana".(7)
Los contactos, el intercambio de opiniones y los
concursos de oratoria entre clases y entre gremios,
congregados de trecho en trecho por las burguesías
dominantes, no tipifican, pues, ninguna
revolucionarizaci6n de las modas democráticas, ni en
Colombia, ni en América Latina, ni en el resto del
mundo. Además, al cierre de tales floreos los
trabajadores de ordinario confirman cómo se les ha
extraviado algo de sus magras entradas o de su
independencia política.
III
EL
DESGASTE DEL AGUANTE
Acciones
de la espectacularidad de la toma a bala del municipio
vallecaucano de Yumbo, a cargo de un comando irregular
y la ruidosa permanencia guerrillera durante casi una
semana en las poblaciones de El Hobo y Corinto,
autorizada por Betancur, al lado de la proliferación
intempestiva de los secuestros, la extorsión y el
"boleteo" preludiaron los sobresaltos y sinsabores que
habrán de plasmarse en el tercer acto del drama de la
"paz", el de los coloquios. Iniciado de modo formal
sólo el 1º de noviembre, en el recinto de la Casa de
Moneda, estuvo antecedido de tres pertubaciones
estrechamente interconectadas: el incremento de las
discrepancias entre los militares y su jefe supremo;
la cascada de enconados mensajes emitidos por
financistas, industriales y terratenientes que no
encuentran otra explicación a la ola de inseguridad
que las ingenuas tolerancias del primer magistrado, y
los reiterativos rumores de un golpe cuartelario,
proveniente de la descarada conspiración de acuciosos
gamonales de los dos bandos de la coalición
oligárquica gobernante.
Tan pronto entró en vigor la tregua convenida, Miguel
Vega Uribe, entonces comandante general de las Fuerzas
armadas, redactó una circular recordándoles a las
tropas bajo su mando la razón de ser del ejército
perenne de la nación y los cometidos esenciales de
éste, entre los cuales enfatiza los de garantizar las
"instituciones patrias" y preservar el "orden
interno". Determina por tanto el despliegue de
"operaciones permanentes de control militar en las
zonas de influencia de las cuadrillas de las Farc",
haciendo la salvedad de que el aplastamiento de las
"otras formas delictivas de características
diferentes" les atañe a las "autoridades civiles o de
Policía Nacional"(8) Con los nuevos eventos cada vez
había menos duda respecto a que los uniformados no
solamente continuaban negándose a compartir el
lenguaje y los enfoques de su alegre presidente, sino
que estarían dispuestos a ir hasta la desobediencia
con tal de no regalarles a los insurrectos ni una sola
región colombiana, por deshabitada o improductiva que
ella fuere. En su puntillo de honor los gendannes del
régimen se ven estimulados con los clamores crecientes
de unos ricachos que no comprenden por qué el Estado,
con el objeto de satisfacer las exigencias de los
alteradores de la tranquilidad pública, se atreve, así
sea temporalmente, a quitarles la vigilancia a que
tienen derecho y dejarlos inermes en manos del Señor.
En
efecto, desde cuando se suscribieron los armisticios y
se sopesó en concreto su factible incidencia, en las
filas de empresarios y finqueros empezaron a cundir
las reservas sobre la eficacia de los mismos. Para
ellos, que habían accedido a acolitar los inagotables
pujos pacifistas de la administración del "cambio con
equidad" y lo único que apetecen en el mundo es poner
a salvo sus humanidades y sus bienes, ningún progreso
se obtuvo a no ser permitirles a las guerrillas
conservar los fusiles y, de propina, certificarles que
durante un año no sufrirán asedio bélico por parte de
la autoridad legítima. Ante todo les encrespa que la
figura que saludaron alborozados un 30 de mayo ya no
tan venturoso, pretenda acumular méritos jugando con
los haberes y el pellejo ajenos.
Por
primera vez desde su asunción al poder el loado
carisma del señor Betancur recibiría una descarga
cerrada de apóstrofes y censuras procedentes de la
masa de grandes y medianos propietarios que estimaron
llegada la hora de amonestar al mandatario por sus
equívocos, veleidades y candideces. Y esto
paradójicamente a raíz de conocerse la primicia del
alto al fuego, convenido al cabo de las incontables
acrobacias; en la esquiva y feliz oportunidad en que
aquél podría vanagloriarse de presentar por último a
sus gobernados algo palpable, los textos de unas actas
de acuerdo debidamente aprobadas y signadas por los
grupos insurgentes. Pero, no. A muchos de sus
distinguidos y pesados patrocinadores hoy por hoy no
les hacen ningún chiste sus gestos populacheros de
candidato de vereda en trance electora1, ni sus frases
de mostrador con que instruye a alcaldes y
gobernadores, ni su huero optimismo para rellenar los
arriscados abismos económicos del país, ni sus
imprevisiones en el tratamiento con los organismos
internacionales de crédito y en particular eón
Norteamérica, ni su secreta ambición de lucir sobre la
banda el Premio Nobel de la paz. Ni siquiera su
afición por la poesía, por la mala poesía. El
prestigio del presidente ha descendido varios puntos
en el concepto de los estratos elevados, sin que haya
forma tampoco de que se sostenga ante los ojos de las
clases menos favorecidas y más estrujadas por el
desastroso ejercicio belisarista. Y este aspecto del
análisis no resulta irrelevante puesto que sin lugar a
especulaciones la táctica de una pacificación
parlamentada descansa en buena parte, como se ha
demostrado, en la capacidad de aguante y en la
tolerancia de la cúspide del órgano ejecutivo.
En
drástica carta remitida al inquilino de la Casa de
Nariño, las agremiaciones del Huila prorrumpen: "No
estamos dispuestos a ceder ni un milímetro del
territorio del departamento ni vamos a ofrecer más
vidas inútilmente con su burlada política de paz. Lo
que suceda de aquí en adelante será exclusivamente
responsabilidad de su gobierno". En misiva parecida,
los ganaderos de Córdoba puntualizan: "Con el respeto
debido le comunicamos que no estamos dispuestos a que
el fruto de nuestro honrado trabajo nos sea
esquilmado. Creemos tener el derecho a que el gobierno
nos dé la protección a nuestra honra, vida y bienes, a
que está obligado por mandato de la Constitución". Los
cafeteros del Quindío se apresuraron a denunciar el
"aumento inusitado en la región de la extorsión, el
chantaje, los secuestros y la violencia en la gama más
amplia de sus manifestaciones". Y en el mismo tonillo
de agresión y disgusto se pronunciaron portavoces, de
los hombres de negocios del Valle y Cauca, de la
Sabana de Bogotá y del Magdalena Medio, de Antioquia,
Caldas, Sucre y otros departamentos de la de la Costa
Atlántica. La Sociedad de Agricultores de Colombia y
la Federación Nacional de Ganaderos, luego de
exteriorizar en mensaje conjunto sus preocupaciones
por el alarmante deterioro de1a seguridad, sobre todo
en los campos, y no obstante haberse pactado el cese
de las hostilidades, afirmaron concluyentemente:
"Reprimir a quienes no cumplan con la tregua, o a
quienes al amparo de ella violen la ley, es
indispensable para aclimatar y afianzar la paz que
todos los colombianos estamos buscando".(9)
Aunque
la extremaizquierda intente minimizar los alcances de
los anteriores reproches, encasillándolos sin mayor
detenimiento, maquinalmente, dentro de las obvias y
acostumbradas reacciones con que las esferas más
oscurantistas suelen afrontar los desarrollos de
cualquier campaña de innovación, hay un hecho de
bulto. Turbas de burgueses y terratenientes, en
persona, no ya sólo a través de sus orientadores
ideológicos o de sus líderes políticos, han resuelto
terciar en la trifulca, conminando al despacho
presidencial con virulentas requisitorias para que
cese no el fuego sino el juego, no la violencia sino
la benevolencia. Su argumentación: que se realicen las
promesas comiciales pero que se cumplan los juramentos
constitucionales. Y la conclusión: de lo contrario se
verían en la inexorable disyuntiva de proveerse de
regimientos privados y administrar justicia por cuenta
y riesgo propios.
Con la
propagación de cuadrillas de matones a sueldo en
extensos perímetros de la geografía patria, análogas a
las que han devastado algunas áreas campesinas, como
los "campovolantes" en los Llanos Orientales, los
"tiznados" en Santander y el mismo "Mas" en el
Magdalena Medio, se columbra una perspectiva demasiado
comprometedora para el movimiento revolucionario
colombiano en las actuales circunstancias, dados los
vacíos organizativos, la dispersión, los rudimentarios
niveles de conciencia y la indisponibilidad para la
guerra de las mayorías laboriosas. El desbordamiento
de aquellos géneros de terror blanco y su aclimatación
en otros ámbitos departamentales nada positivo
traerían, salvo impedir la libre actividad de las
vanguardias contrapuestas al régimen y entorpecer
enormemente el reagrupamiento de las fuerzas del
pueblo. Y así se pregone con bombo la "apertura
democrática", habrá importantes extensiones prohibidas
a la agitación y la propaganda que no sean las de los
directorios bipartidistas, en proporciones superiores
al número de las que pian piano se han ido clausurando
como represalia a la aventuras y las listezas de los
núcleos foquistas, inclusive bajo el reinado del
apaciguador y pese a la amnistía, la tregua y el
diálogo.(10) No se trata meramente de cuerpos
paramilitares que la Procuraduría no desarticula con
sus fofas investigaciones. Estas bandas que actúan en
la penumbra pero que están dotadas de una precisa
estructura de unidades y de mandos, y que culminan
imponiendo su vandálica voluntad en comarcas enteras,
gozan de un patrocinio muy definido, acaso sin
parangón en la historia reciente de la república, y es
el que les proporcionan los latifundistas y magnates
exasperados de tributar tras cualquier especie de
chantajes. Los cuales están decididos a ponerle punto
final a sus sobresaltos, blandiendo el cuchillo y la
horca contra quienes ellos identifican con el genérico
vocablo de "subversivos". Junto al agravante de que
esta sublevación de los potentados, prevalida de los
ingentes recursos que coloca a su disposición el
dinero y la complicidad de las tropas y funcionarios
locales, se halla en condiciones de aglutinar con
relativa prontitud a los campesinos medios halagados o
atemorizados, a la vez que arrincona, desmoraliza y
apabulla al antojo a los jornaleros y campesinos
pobres. Los terratenientes se sacuden el hostigamiento
de los francotiradores enmontados, mientras que la
población trabajadora, con cuyas lágrimas paga la
vindicta, siente sobre los hombros cómo aprieta más la
coyunda de la explotación de los patronos. Desenlace
previsible cuando las revoluciones se lanzan por el
atajo de una insurrección imaginaria, extreman las
formas de lucha o se lumpenizan.
Si en el
prólogo de la crónica de la "paz" nos tropezamos con
un fervor contaminante, convertido en mandato por los
comicios presidenciales de 1982; y si en el capítulo
inicial leemos cómo se concibió y aprobó con notoria
aquiescencia la ley que puso en la calle a la
totalidad de los detenidos políticos a la sazón
existentes en Colombia, que eran los sindicados de
pertenecer, con verdad o no, a las agrupaciones
insurrectas tantas veces nombradas, o de participar en
acciones terroristas; y si por las páginas referentes
a las contingencias que precedieron a la suspensión de
los enfrentamientos tuvimos noticia de los primeros
respingos de la gran prensa y del relevo inopinado de
cuatro generales, en la parte dedicada a los
preparativos y desenvolvimientos del "gran diálogo"
nos encontramos con que desde diversas esquinas del
país burgueses y terratenientes confabulados zahieren
al presidente, concitándolo a que se ciña a las
disposiciones constitucionales, y dentro de ellas, a
cooperar con la versión pacificadora de las Fuerzas
Armadas, o atenerse en su defecto a las consecuencias
de los amotinamientos desde arriba. El espacio para
los malabarismos se estrecha sin que de ningún lado se
avizore la coronación de la cima.
Lo que
arrancara con un asentimiento casi unánime tras la
estrepitosa derrota del turbolopismo, se ha vuelto una
encerrona para el caudillo vencedor. Privado
precozmente de los mágicos atributos de la
popularidad, víctima de los caprichos exegéticos de la
Corte Suprema de Justicia que echó a tierra su segunda
emergencia económica, sujeto a los pupitrazos de un
Congreso mayoritariamente regido por los clientelistas
liberales, centro de las murmuraciones y recelos de su
propio partido, sin un peso en el fisco con qué saciar
las fauces de la gula oligárquica y concluir sus
proyectos piloto, con el fracaso de Contadora a
cuestas y la desconfianza gringa pendiente sobre sí
como una espada de Damocles, transformado en blanco de
la sigilosa vigilancia de los oficiales que lo
escoltan y hecho ya pasto de los chascarrillos del
ingenio bogotano, testimonios vivos de su
desprestigio, Belisario Betancur ha tenido que
devolver a pedazos la supremacía usurpada y sofrenar
poco a poco su complejo de Núñez. Por dos veces se ha
visto en la premura de redistribuir las carteras
ministeriales con el objeto de aplacar las molestias
del socio destronado. Menguada su ascendencia,
semiinmóvil, ahora aguarda con los brazos cruzados a
que otros dispongan sobre asuntos en torno de los
cuales su despacho sentaba cátedra en medio de los
aspavientos de la demagogia. Bien podría afirmar lo
que Turbay Ayala les replicó a los periodistas de
Europa que lo acosaban con cuestionarios capciosos
respecto a los sesgos represivos de su gobierno: "el
único preso político que hay en Colombia soy yo".
Misael
Pastrana, el fiel y desvelado padrino, hubo de
adelantar por meses, contra todos los pronósticos, la
candidatura de Alvaro Gómez, persuadiendo con este
movimiento a la godarria alebrestada de que el
tinglado belisarista, en vía de extinción, servirá de
conducto para el pleno y posterior predominio de la
doctrina azul. Y al ministro Jainie Castro, ave canora
del gabinete y cuota clave del legitimismo liberal le
tocó salir a la pantalla chica a dar satisfacciones a
la insubordinación de los plutócratas y asegurarles
que la política conciliadora del Ejecutivo contempla
antes que nada la "presencia permanente y acción
decidida de la fuerza pública en todo el territorio
narional".(11) Aquélla nunca fue ciertamente la
explicación de la Presidencia, pero era lo que
esperaban oír quienes han insistido en aplicar mano de
hierro contra la delincuencia subversiva, y oírlo de
una garganta autorizada y sobre todo cuerda de la gran
coalición.
Cuando,
consternado frente a tantas incomprensiones, el pobre
de Betancur, en epístola al general Matamoros, quiso
constatar su inocencia arguyendo que las Cámaras
amnistiaron a los guerrilleros sin condicionarlos al
desarme, éste le respondió recordándole los artículos,
2, 166 y 48 de la Carta, concernientes a las bases
exclusivas de la soberanía, al papel del ejército y a
la no posesión de armas de guerra por parte de los
particulares, e igualmente el artículo 7º de la Ley de
Amnistía, en el cual se fijó entre dos y cinco años de
cárcel para quienes violen la prohibición
antedicha.(12) La historia se repite. El oficial de
más alto rango vuelve y rechaza los evasivos
razonamientos que en su ayuda trae el atribulado
comandante en jefe, saca a relucir sus lagunas en las
materias del derecho, lo refuta directamente,
paladinamente, ante la presencia toda de la nación
expectante, y en esta ocasión tal vez con menos venias
a como lo hiciera Landazábal Reyes. Sin embargo, al
presidente le queda embarazoso sustituir cada seis
meses a su ministro de Defensa. Y todavía peor si
éstos se cobijan con el palio sacrosanto de la ley de
leyes. Una cosa es botarlos cuando amenazan el
entramado institucional y otra muy distinta cuando
personifican la postrera opción de vigencia del mismo.
Está
visto que los principales exponentes de la casta
militar no se demoraron en aprender las lecciones de
la crítica jurídica. Si somos hechura y protectores de
la Constitución, ¿por qué no parapetarnos tras los
artículos de ésta? ¿De dónde acá la iterativa sospecha
sobre los móviles de nuestros riesgosos menesteres, si
nos compete por encargo indelegable reprimir los
estallidos anárquicos y someter a los infractores,
apellídense como se apelliden y hállense donde se
hallen? ¡Que no se nos siga zarandeando y destituyendo
en bien del funcionamiento legal del país, siendo que
nosotros constituimos la ley armada!
En esta
comedia de las equivocaciones hace rato que se
trastrocaron los parlamentos. Desde la platea la
concurrencia, en el clímax del espectáculo, observa
cómo los alféreces les enseñan a los leguleyos que la
Constitución configura un todo compacto de libertades
y proscripciones, y que si las unas son permisibles
las otras son indispensables. Que no hay nada más
constitucional que la persecución y el castigo del
delito, al igual que el estado de sitio, las brigadas,
los panópticos y el resto de los instrumentos
coercitivos con los cuales se limpia y se cautela a
diario la república inundada de elementos
indeseables.(13) Dentro del malestar en aumento de las
clases pudientes, el deslustre progresivo del
caudillaje belisarista y la insignificancia de los
frutos de la escurridiza "paz", al generalato le han
reportado valiosos dividendos sus incursiones en la
jurisprudencia y sus aires de severidad republicana.
Septiembre fue, por decirlo así, el mes de las
charreteras. Por doquier se exhalaron alabanzas a los
mandos castrenses que, según los antiguos y recientes
áulicos, habían hecho realidad el milagro de una
angustiosa y desesperante búsqueda de la concordia,
aun soportando las injurias de sus proverbiales
malquerientes.(14)
¡Y ahí
fue Troya! El aspirante secreto al Nobel de la paz, en
impetuosa embestida por recobrar las riendas sueltas
de la situación, atronó el 24 de septiembre desde las
llanuras de Arauca, adonde se había trasladado a
reconocer los promisorios yacimientos de petróleo allí
descubiertos; escenario y motivo no impropios para
tratar de impresionar a la oligarquía contrita y con
líos económicos. Luego de admitir que las fuerzas
militares han sido "vilipendiadas" alertó que ahora
son "aduladas sólo para incitarlas demencialmente,
inútilmente, al golpe de Estado". Vaga aunque
corrosiva imputación. Que conllevaba además la
imprudencia de poner en boca de todos lo que a la
chitacallando se departía en los salones.
Betancur
esboza la contraofensiva con los mismos hierros y en
el campo escogido por sus censores. Persigue un voto
de confianza presionando una definición en cuanto a si
la constitucionalidad reside más en los albedríos
presidenciales emanados del sufragio democrático, o en
la soldadesca por excelencia subordinada, obediente y
no deliberante. Pero esto, lejos de ser una estrategia
para recuperar los terrenos invadidos por unas
conjuraciones compuestas por hombres de carne y hueso,
con intereses muy tangibles y dotadas de medios
poderosos de lucha, le parece más a las disquisiciones
del tinterillo que apela en segunda instancia. Encima
de que si las pólizas de los espadones suben y bajan
en la bolsa de la controversia pública, ganan o
pierden simpatías, se debe a que forman parte y a
veces hacen de jueces del conflicto. Forman parte,
entre otras cosas, porque el jefe supremo los provoca
a que hablen y tomen posición, dirigiéndoles misivas
eminentemente polémicas; los senadores y
representantes los citan a menudo a que debatan en el
Capitolio sus cargos y descargos, y hasta el M-19 los
convida a que destapen en el "diálogo nacional" sus
tesis sobre lo divino y lo humano.(15)
Todo,
por supuesto, sin importar una híga que los cánones
fundamentales e incluso el reglamento interno les
veden de modo tajante a soldados y policías la
intervención en política. Y a veces hacen de jueces en
el conflicto porque empuñando las armas de la
república, cuentan con qué acallar cualquier
discusión, abolir cualquier cabildo y deponer a
cualquier mandatario. No pasemos por alto que cuando
la mamertería latinoamericana, siempre de gancho con
los demócratas liberales del Continente, se hacía
lenguas enalteciendo el profesionalismo del ejército
chileno, y visualizaba en éste a un providencial
soporte para la vía pacífica de la revolución de
Allende, el general Augusto Pinochet dio su jaque
mate, del cual no se acaban de reponer aún los
pobladores del hermano país.(16)
El
trompetazo de Arauca aguzó los instintos pesquisidores
de los periodistas, quienes se entregaron a la tarea
de seguir los rastros dejados por la conspiración e
identificar a los cabecillas. La gente no tardó en
enterarse de que un conjunto de 40 parlamentarios
conservadores organizaron a hurtadillas de la
presidencia un "desayuno de trabajo" con los mandos
castrenses, tras el propósito de obtener un informe de
primera mano sobre los brotes de la inseguridad y con
su concurso entrever las secuelas cabales de la paz
belisariana. No obstante aclarar que por razones
ocultas los generales al fin no concurrieron, los
implicados aceptaron el ágape matinal como un hecho
cumplido, o una intriga frustrada. Asimismo, otros 60
congresistas de ambos bandos de la coalición dominante
redactaron una nota comprobatoria de sus acendradas
lealtades hacia el estamento militar, y con la cual se
proponían tachar por improcedentes las investigaciones
de verificación que, a raíz de los encuentros bélicos
acaecidos días antes en la localidad de Riosucio,
habían emprendido algunos de los comisionados ad hoc.
Y para consumar esta juntura de cabos, durante la
última semana del mes de las charreteras se comentó
con maliciosa insistencia el banquete que, en
desagravio al ejército y a través de Vega Uribe,
brindaron los miembros de la Comisión II
constitucional del Senado, presidida por el liberal
Eduardo Abuchaibe. Conociéndose la dimensión de la
conjura y a diferencia de la actitud asumida ocho
meses atrás ante las escaramuzas que confluyeron en el
relevo de Landazábal, los comentaristas de oficio del
cuarto poder le restaron trascendencia al asunto.
Algunos aseguraban que eso no era un golpe sino un
autogolpe; y otros se deleitaban recabándoles a los
secretarios de Palacio la lista de los complotados, en
el entendido de que el gobierno no podría admitir
impunemente una horadación tan extendida de sus
sustentáculos social y político.
Así, en
semejante clima, Colombia se acercó de puntillas,
temerosa y dubitativa, a los portales del Gran Diálogo
Nacional. Los mejores hervores del entusiasmo se
habían extinguido. El taumaturgo de la odisea, el
garante de los copiosos compromisos, de la tregua
cronométrica, de los trámites interminables, de las
ofertas extracontractuales, el buenazo del señor
Betancur, ya no lidera con su bandera blanca; se
limita a disuadir a sus escapadizos prosélitos de que
cometen un error cuando malician de las competencias,
las aptitudes y las intenciones de su presidente. Al
dialogante decisivo le quedan arrestos sólo para eso,
dialogar.
IV
PÓCIMAS
VIEJAS CON MEMBRETES NUEVOS
Pero,
¿el diálogo será la "paz"? Incuestionablemente no.
Quien repase el pacto de La Uribe y demás documentos
transaccionales notará que la consagración definitiva
de los augurados goces del sosiego, tal cual lo
avistamos atrás, se supedita a la suerte de un
policromo, ramillete de reivindicaciones tanto
económicas como políticas. Las unas, conforme rezan
los convenios con las Farc, abarcan tópicos que se
extienden desde la reforma agraria y el mejorestar
campesino, hasta los "constantes esfuerzos por el
incremento de la educación a todos los niveles" y de
"la salud, la vivienda y el empleo"; y las otras
comprenden desde "garantías a la oposición", "elección
popular de alcaldes", "reforma electoral", "acceso
adecuado de las fuerzas políticas a los medios de
información", "control político de la actividad
estatal", "eficacia de la administración de justicia"
e "impulso al proceso de mejoramiento de la
administración pública", hasta "iniciativas
encaminadas a fortalecer las funciones
constitucionales del Estado y a procurar la constante
elevación de la moral pública". A su vez, el acuerdo
con el M-19 y el EPL pormenoriza los temas objeto del
"gran diálogo": "la discusión y desarrollo democrdtico
de las reformas políticas, económicas y sociales que
requiere y demanda el país en los campos
constitucional, laboral, urbano, de justicia,
educación, universidad, salud, servicios públicos y
régimen de desarrollo económico".
Difícilmente
un experto en renovaciones y enmendaduras superaría la
desbocada imaginación de nuestros heraldos de la
concordia civil. Fuera de la lista no hay en verdad,
esferas, órbitas y ámbitos dignos de mencionarse y
sobre los cuales no se piense verter la savia
vivificadora de la pacificación. La "paz" siempre ha
estado ligada de manera indisoluble a la mudanza del
país. Y ésta es la única verdad de fondo que dilucida
por qué el itinerario seguido, distante de conducir a
un pronto y cabal arreglo, se empantana a medida que
transcurre. Los grupos guerrilleros, no obstante
acariciar, por lo menos de dientes afuera, la
posibilidad de incorporarse a las actividades legales,
no lo harían merced a la falta de condiciones para
sostener la contienda armada, sino, por lo contrario,
en virtud de sus éxitos y de los golpes infligidos a
un enemigo al cual han puesto a discutir con ellos, de
tú a tú y de pe a pa, cada una de las cuestiones
medulares de la república. En lugar de corregir con
mesura los descarrilamientos de su táctica, andan a la
caza de enmendarle la plana al régimen, reafirmándose
en el desafío implícito de no prescindir del manual de
Ernesto Che Guevara. Y con ello se colocan muy por
debajo de la comandancia foquista latinoamericana de
la década del sesenta que, pese a sus concepciones
antimarxistas sobre el Estado y la revolución, al cabo
de torturantes lucubraciones y desgarradores
enjuiciamientos internos, planteó, "sencillamente",
cual lo refiere Teodoro Petkoff, "trasladar la lucha
desde el terreno específicamente militar al político,
para salir del callejón ciego donde se
encontraba".(17)
En
Colombia todavía los dirigentes de la extremaizquierda
defienden las explosiones insurreccionales con el
simple y metafísico considerando de que la miseria y
la brutalidad propias de la sociedad explotadora de
por sí ameritan las más contundentes o descabelladas
respuestas de las organizaciones revolucionarias. A su
juicio, cuán viables y útiles resultan, en cualquier
contingencia histórica y por caros que sean, los
operativos para hacer propaganda marcial entre los
moradores de los pequeños poblados, proveerse de
millonarios recursos financieros, repartir bolsitas de
leche en las barriadas famélicas, ajusticiar a los
esquiroles de las centrales patronales, secuestrar a
los avaros gerentes de las empresas monopólicas que se
resistan a subir los salarios, caer a la brava sobre
los liceos y arengar a sus alumnos... Estilos de
beligerancia que en lugar de descalificarse por
improcedentes o extemporales se les estima más bien
rentables. De ahí que esta "guerra" habrá de ser
permutada por el "cambio social" y la "apertura
democrática" o no se le erradica.
Dilema
rotundo y aparentemente incontrastable. Pero aun
cuando a las fajas más exaltadas de la pequeña
burguesía estudiantil y profesoral les parezca la
mejor confirmación de la entereza de los insurgentes y
les suene en sus oídos como un enriquecimiento
original de la "combinación de todas las formas de
lucha" tal alternativa, por mucho que se le envuelva
en un estridente radicalismo, no añade nada sustancial
a las proclamas distribuidas por los combatientes del
ELN a los somnolientos habitantes del olvidado
municipio de Simacota en aquel amanecer del 7 de enero
de 1965. Envasa, al revés, añejas y dañinas creencias
en modernas y más absurdas versiones.
Dentro
de su rústica visión, Fabio Vásquez Castaño y
seguidores se hallaban convencidos de que los
adelantos ideológicos y organizativos, el paciente
aprendizaje a través de la pelea cotidiana en contra
de las tropelías y en pro de los derechos, la
contraposición pública y en la más amplía escala de
los programas y soluciones de las diversas vertientes,
el ánimo de las masas de derrocar a sus expoliadores y
llevar el combate hasta las últimas consecuencias,
amén de las ventajas que en una coyuntura precisa y
sin escapatoria ha de permitir el Estado despótico,
debido a las crisis, divisiones, desbandadas y demás
impedimentos para movilizar sus unidades y repeler el
asalto del pueblo enfurecido, no eran requisitos
básicos de las hazañas por la liberación. En suma, que
los factores atañederos a la correlación de fuerzas
ningún rol desempeñan en el desencadenamiento de la
insurgencia civil, destinada a imponer, tras el
triunfo, las transformaciones revolucionarias
correspondientes. Que el tableteo de las
ametralladoras sacaría al país de su marasmo secular y
depararía, como por generación espontánea, cada uno de
los elementos imprescindibles para el estallido
general. Con arreglo a tales desvaríos no es la lucha
política la escogida para desobstruir la senda del
levantamiento insurreccional sino éste el encargado de
promover aquélla. La insurrección no depende de la
política. Allí la política depende de la insurrección.
¿En cuántas asambleas o foros no se habrá querido
enmudecer al MOIR a causa de la carencia de un brazo
armado con qué darle brillo y realce a la justeza de
sus asertos? Pues bien, durante más de dos decenios
los colombianos han venido curioseando el desfile sin
fin de grupos, grupitos y grupúsculos que en este
siglo de las siglas, con diferencias de denominación,
acento e insignias, se obstinan en incendiar la
pradera al margen o en contra de la voluntad de las
mayorías. Si entre nosotros los precursores y
herederos del infantilismo de "izquierda" han
justificado al unísono sus declaratorias
insurreccionales con las urgencias del cambio, hace
poco los segundos, en una aplicación innovadora del
argumento, resolvieron extenderlo a la "paz". Pero
como algo va de la victoria a la transacción, las
enmiendas han de circunscribirse a aspectos
tangenciales, a tiempo que se guardan o abandonan las
de mayor enjundia. Y esto, a su vez, no puede menos
que reflejarse en un raro amoldamiento de la consigna
central. Antes se pregonaba a voz en cuello: ¡A las
armas por la revolución! Ahora se amaga: ¡Reforma o
"guerra"! Desde el punto de vista teórico semejante
transmutación conduce a un exabrupto menos
inteligible. La acción armada se ponía ayer a la orden
del día dándole la espalda a la lucha de clases y
mirando exclusivamente la perentoriedad de los vuelcos
estructurales que requiere Colombia. Hoy, aunque se
continúan ignorando los zigzagueos de la contienda y
las disponibilidades de los contendientes, la
prosecución o no de la labor militar se subordina ya a
unas cuantas reparaciones circunstanciales; algunas de
estirpe constitucional, pero de todos modos enmarcadas
dentro del orden jurídico imperante.
A los
lectores reticentes les basta devolverse unos cuantos
renglones y re leer los pedidos y reclamos expuestos
en los convenios de la tregua. Verificarán que a pesar
de la apretada enumeración ninguna de aquellas
pretensiones rebasa los mojones de la sociedad
neocolonial y seinifeudal; ni implicarían, de
concederse, la mínima merma del dominio de los
estratos oligárquicos. Unas, a la inversa, tienden
intrínsecamente a perfeccionarlo y robustecerlo, como
las enderezadas a impulsar el proceso de mejoramiento
de la administración pública" o a "fortalecer las
funciones constitucionales del Estado" y la "eficacia
de la administración de justicia". Tampoco tienen por
qué debilitarlo la "reforma electoral", la "elección
popular de alcaldes", las "garantías a la oposición"
el "control político de la actividad estatal", o el
"acceso adecuado de las fuerzas políticas a los medios
de información". Incluso, luego de instarse a que, al
tenor del estatuto constitucional y "para la
observación y restablecimiento del orden público, sólo
existan las fuerzas institucionales del Estado", se
concluye que de su "profesionalismo y permanente
mejoramiento depende la tranquilidad ciudadana". El
punto alude lógicamente a las camarillas
paramilitares, pero se optó no por la negativa sino
por la positiva -decimos positiva en sentido
metafórico- de admitir la bondad y abogar por la
cualificación de los custodios de la ley. Hay también
formulaciones completamente etéreas cual la de
"procurar la constante elevación de la moral pública",
que, fuera de su vaciedad, parte de la rectitud
inmanente del gobierno, y en este caso del reato y la
predisposición a autorregenerarse de los escalones más
encumbrados y corruptos de la burocracia oficial, la
manzana podrida que contagia al resto.
Acaso la
única demanda cuya cristalización podría relacionarse
con un problema de estructura es el de la "reforma
agraria". Sin embargo, los tratados pacificadores no
especifican el modelo ni la cobertura de la misma, ni
cabría esperar que apunten a una repartición de las
incultas y grandes propiedades rurales a favor de los
pobres del campo, con el móvil de barrer el sistema de
explotación terrateniente, el minifundio improductivo
y los remanentes de servidumbre; o sea derribando una
de las trabas ancestrales que, aunada al saqueo
imperialista, condena a la nación a la ruina económica
y a las clases laboriosas a las terribles situaciones
de vida derivadas de aquellos yugos. Ni soñarlo. Cada
vez que el reformismo echa a volar sus sofismas acerca
de "cerrar la brecha" o reducir los desequilibrios del
agro colombiano y cacarea con la distribución de
tierras, sus audacias no pasan de la titulación de
baldíos o del reparto de unos cuantos eriales
comprados a sobrecosto a los latifundistas. Por ningún
sitio afloran indicios de que el pródigo señor
Betancur se haya comprometido a trasponer tales
fronteras, habida cuenta además de que sus
delegatarios son los firmantes y no él, y los
documentos, escritos con sutileza de notario, están
salpicados de ambigüedades y giros nebulosos de este
cariz: "La Comisión de Negociación y Diálogo tiene la
certeza de que el gobierno buscará lograr, con el
concurso de los partidos políticos, el congreso y la
participación ciudadana, un amplio acuerdo que permita
modernizar y fortalecer la vida democrática del país".
0 esta otra: "La Comisión de Paz da fe de que el
gobierno tiene una amplia voluntad de... ". Y todo se
esfuma en "hacer constantes esfuerzos por... ",
"mantener su propósito indeclinable de... ", etcétera,
etcétera.
Empero,
supongamos que los guerrilleros sabían qué estaban
pactando cuando se avienen a propugnar una reanimación
y un acoplamiento de los planes agrarios oficiales,
tras la voz de socorrer al campesinado de las zonas
afectadas por el flagelo de la violencia. ¿Con qué se
sufragarán los gastos? Las chapucerías del Incora han
valido sumas astronómicas, provistas con préstamos
extranjeros y partidas del erario, que son saldadas
por el país, y en últimas por el pueblo, sobre quien
recae básicamente la carga impositiva. Los déficit
presupuestarios del mandato del "sí se puede" se
contabilizan en cientos de miles de millones de pesos,
los más altos en los anales de la república. El
Ejecutivo pena por que las Cámaras le permitan emitir
ininterrumpidamente moneda sin respaldo, esa alquimia
de los tiempos nuevos con que desde hace rato se
defrauda a los colombianos, y que se tornó a la postre
en la fuente discrecional de finanzas del régimen
oligárquico, ante la restricción de los empréstitos
foráneos, la insuficiencia de los recursos tributarios
y el incesante acrecentamiento de las erogaciones. Y a
la par, todo gestado por la bancarrota en que se
debaten las naciones del Tercer Mundo y en particular
Latinoamérica. Si Betancur no ha logrado sacar a flote
los dos o tres rótulos llamativos de su plataforma
electoral; pasa tramojos aliviando los desmesurados
faltantes de banqueros e industriales o reuniendo la
modesta paga de los trabajadores del servicio público,
y ha de resignarse a mantener clausurados centros
educativos y hospitalarios por inopia física, ¿con qué
subvencionará las concertaciones del "gran diálogo" en
materia de salud, educación, vivienda y empleo, o en
temas como el agrario, laboral y urbano? Valga
insistir en que los avances o retrocesos en cualquiera
de tales asuntos no han de sustraerle ni agregarle un
gramo de hegemonía a la alianza burgués-terrateniente
mangoneadora del poder, aunque las conquistas
económicas, y desde luego las políticas, faciliten las
palancas y los puntos de apoyo con los cuales habremos
de centuplicar el empuje de la gesta libertaria. Pero
de ahí a exigirlas cual cláusula sine qua non de la
"paz", denota francamente un desconocimiento supino, o
de los parámetros rectores de la actual sociedad
colombiana, o de sus fases evolutivas.
Cuán
vitales se nos revelan aquí las guías de una
estrategia y de una táctica correctas, compendiadas a
partir de la irradiación de los principios universales
del marxismo sobre las peculiaridades del país.
Gracias a las primeras comprendemos que el desempleo,
por ejemplo, tan severo y crónico en una neocolonia
atrasada y exprimida como la nuestra, no puede
remediarse ni paliarse sin el rescate de la soberanía
nacional y la supresión del semifeudalismo y del
capitalismo, al igual que de todos los otros álgidos
problemas de índole económica. No ahondaremos en
predicamentos que forman parte del abecé y aguardemos
a que los grupos insurgentes, al convenir con los
delegados de Betancur en "hacer constantes esfuerzos"
por el empleo, no hayan aspirado a que la ANDI amplíe
gradualmente sus cupos laborales hasta absorber el
paro y a costa de sus dividendos, pues ello
significaría ordenar la eutanasia del sistema, y
ordenarla por decreto.(18) Pero de no ser esto así,
entonces la paradoja planteada, reflexiva o
irreflexivamente, sí es ¡reforma o "guerra"!
El
enfoque táctico nos advierte sin embargo que el
cuatrienio belisarista, con todo y deberle su
apoteosis a la perdición del continuismo de sus
predecesores, y haberse beneficiado de las felonías de
Carlos Lleras Restrepo, el reformador, no cuenta ni
remotamente con las holguras que a éste le
posibilitaron sus remiendos y corcusidos sobre la red
de los institutos del Estado; entre 1966 y 1970 el
régimen de la Transformación Nacional estatuyó
entidades a granel espesando la fronda burocrática
-una manera de dar ocupación-, y derrochó caudales en
sus distritos de riego e indemnizaciones a los
finqueros incorados, en sus unidades agrícolas
familiares y empresas comunitarias, en sus comités de
usuarios campesinos y demás trapisondas agraristas. En
la actualidad, antes que discurrir sobre el futuro,
han de cancelarse los débitos legados por las
administraciones anteriores. Si se presta será para
cumplir, primordialmente con las cuotas de los
intereses vencidos. Aunque- no se haya protocolizado
todavía la capitulación frente al Fondo Monetario
Internacional, el curso de la economía lo determinan
ya, conforme a sus ávidos y mezquinos cálculos, los
linces de las agencias prestamistas internacionales.
En Colombia a las efímeras pompas del reformismo les
pasó calendarios ha su cuarto de hora histórico, y
nuestros estafetas de la reconciliación tomaron
demasiado a pecho los motes propagandísticos, del "sí
se puede" y estuvieron muy de malas al pensar que éste
era el período de las oportunidades. Mientras ellos
platican sobre el cuándo y el dónde recomponer la
república maltrecha, los hacendistas del gabinete se
devanan los sesos ingeniándose el cómo recortar la
nómina, suspender subsidios, subir precios, tarifas y
gravámenes. De suerte que si las comandancias
guerrilleras se oponen a enmendar, no el país, sino
sus erróneas apreciaciones, la "paz" nunca llegará a
conferirse. Puesto que, desde la más vasta y
estratégica perspectiva, el belisarismo en el
gobierno, no dejará de ser, con sus malabaristas,
magos, enanos y payaso, una de las tantas variedades
del Estado de los negreros de la época contemporánea,
y desde el ángulo de un escrutinio táctico e
inmediato, el agobiado de Betancur no tiene
prácticamente con qué comprarle alpiste a la paloma.
Lo
insólito de toda esta torre de Babel es que no
obstante expresarse cada quisque en su jerigonza
partidista, los animadores de la pacificación
dialogada se identifican en que la patria no se hará
acreedora a la tranquilidad entretanto no repare la
casa y subsane o mitigue los desajustes y las
injusticias. Con ello creen abastecer de profundidad a
sus superficialidades, sin percatarse de que no hacen
más que alzar un murallón inexpugnable a los
preconizados reposos de su concordia ciudadana.
Liberales y conservadores, generales y civiles,
capitalistas y revisionistas, ministros del despacho y
ministros de Dios, editorialistas y suscriptores,
todos a una, como en Fuenteovejuna, con la excepción
dos veces dicha del MOIR, han rivalizado casi tres
años en rodear el proceso pacificador de tan rígidos
condicionantes, rebuscadas razones y dotes
prodigiosas, que el país cónico rodó hacia el
despeñadero que él mismo cavara insensata y
parsimoniosamente: que no habrá "paz" porque no habrá
reformas, ni techo, ni drogas, ni parcelas, ni
trabajo. Y no los habrá más de cuanto los hubo bajo
Turbay, López o Pastrana, sino menos, merced a que la
sociedad colombiana se halla aún en la cresta de la
crisis, quizá tan demoledora como el crac de 1929, que
no acaba de transcurrir, y, de encima, ha de
desembolsar anualmente, por concepto del servicio de
su elevada deuda externa, una cifra próxima al valor
de sus exportaciones cafeteras. Un pantanero en el que
las oligarquías intermediarias de los monopolios
imperialistas, al contrario de aflojar la clavija,
restablecen su cuota de ganancia y la de sus amos
redoblando el desvalijamiento de Colombia y reduciendo
al máximo los exiguos ingresos del campesinado y de la
clase obrera.
El
propio presidente, tratando de darle contenido y
lustre a su cruzada del apaciguamiento, improvisa y
ensarta uno a uno apotegmas parecidos a éste: "En
muchos casos son más subversivas las situaciones que
las personas envueltas en ellas". E increpa: "...cómo
no va a ser subversiva la situación en que América
Latina está enfrente de las grandes potencias". Para
él los quebrantos de la tranquilidad, el incesante
derramamiento de sangre, se originan tanto en los
"agentes objetivos" como en los "subjetivos". Los unos
"son las condiciones de desigualdad, injusticia y
carencias en que viven grandes núcleos de la
población"; y los otros "están constituidos por la
inconformidad que aquellas injusticias producen". Y
luego de sus cabriolas por los cielos de la sociología
ha de aterrizar inevitablemente en la fatal sentencia:
la "paz" anhelada "no va a lograrse solamente con las
fórmulas de la amnistía, sino con el implantamiento de
sustanciales reformas en los campos político,
económico y social". De ahí que sus disertaciones,
muchas por cierto, estén atiborradas de solemnes
juramentos alusivos a que satisfará a los "agentes
subjetivos" o "personales" destruyendo los "objetivos"
o "impersonales", es decir, al sistema, para lo cual
tendrá que obtener desde la baja de los altos índices
del interés bancario hasta la modernización de
Colombia, pues "el subdesarrollo es por sí
subversivo".
Con las
argucias presidenciales sucede a la pequeña escala de
nuestro solar patrio lo que acontece con los infaustos
yerros en que ha incurrido la humanidad en su sinuoso
devenir, que, por la apariencia de las cosas, sus
manifestaciones exteriores o los visos efectistas de
veracidad que ostentan, se las abraza, se las
santifica y el vulgo se embarca en ellas sin reparar
en su exactitud, en su utilidad o en sus efectos.(19)
Pero el pensamiento revolucionario tanto más se
engrandece cuanto más enormes y contumaces sean las
mentiras contra las que combate. ¿No fueron finalmente
tumbadas de su pedestal tesis tan duraderas y tan
falsas cual las del origen divino y la inmutabilidad
de las especies, registrándose así un salto gigantesco
en las ciencias naturales del siglo XIX? ¿No
llegaremos los marxistas colombianos a despejar los
infundios tejidos por el pacifismo en boga y
contribuir correspondientemente al acervo teórico de
los trabajadores? El país ya aprenderá que en los
asuntos de la guerra y de la paz, aunque se hallen
relacionados con los fenómenos económicos, el inicio o
el término de las hostilidades no han de subordinarse
directamente a aquéllos, ni más ni menos a como la
revolución, que se ejecuta para desobstruir el
desarrollo, estalla no por la trascendencia de sus
épicas tareas sino por la potencialidad real de
acometerlas en unas circunstancias dadas.
Ignoramos
cuál será el epílogo de la comedia de las
equivocaciones y no está en nuestras apetencias
aventurar ningún tipo de profecías al respecto. No
resulta lo mismo escribir sobre los acontecimientos
cuando éstos pertenecen a la historia que cuando aún
no culminan su ciclo. Ateniéndonos, sin embargo, a las
dilaciones del evento, al hecho irónico de que los
guerrilleros requieren ahora un indulto, porque la Ley
de Amnistía obviamente no regía para el porvenir;
remitiéndonos a los pululantes resquemores
exteriorizados por los burgueses y terratenientes que
le achacan a la blandura del Ejecutivo la promoción
del secuestro y demás eclosiones delictivas; tanteando
el debilitamiento acelerado de Betancur y sus
crecientes dificultades para hacer aprobar del
Congreso cualquiera de las propuestas esbozadas en los
acuerdos, y especialmente circunfiriéndonos al
desatino de mezclar el regreso a la acción legal con
los cambios sociales, cuando el gobierno no ha
cumplido o no ha conseguido cumplir siquiera con el
levantamiento del estado de sitio, podemos afirmar, a
estas alturas, tal cual están echadas las cartas por
los augures de la reconciliación y de no desecharse
las concepciones ilusas, que la "paz" es la "guerra".
V
EN LUGAR
DE AVANZAR, SE RETROCEDE
Entrado
el mes de septiembre de 1982 el despacho presidencial
configuró lo que motejara de "Comisión de Paz Asesora
del Gobierno Nacional", y en la cual, de manera
inconsulta y antojadiza, incluyó al compañero Marcelo,
Torres, miembro de nuestro Comité Ejecutivo Central.
Prestos, rechazamos la enconosa distinción, explicando
que nunca se nos había pasado por la mente asesorar a
administración alguna, ni en tales ni en otros apuros.
Por lo demás, no teníamos velas en el entierro, ya que
"el MOIR -dijimos- no ha impetrado la paz, entre otras
cosas porque no ha declarado la guerra".
Desde
entonces nos hemos limitado a una distante y hasta
cierto punto benigna expectación, cuidando eso sí que
los frentes de masas bajo la influencia revolucionaria
del Partido no sucumban a la embriaguez colectiva, ni
mucho menos se involucren en las diligencias de un
anarquismo envuelto a las veinte en tratos y tretas
contemporizadores. Quedó expreso de modo diáfano que
prohijábamos "1asjustas exigencias por la
excarcelaci6n incondicional de los presos políticos y
por el cese inmediato de los asesinatos y torturas de
los guerrilleros y demás luchadores que han caído en
manos del régimen".
Empero,
conocíamos bastante bien las tendencias y los
personajes que iban a encerrarse a negociar. Estábamos
en antecedentes del ideario profesado y de las
demandas proferidas por quienes ahora tremolan los
ramos de olivo. Creíamos muy poco en la autonomía de
vuelo de un presidente sin votos propios que arribaba
al solio gracias a los insustituibles y puntuales
espaldarazos de las dos alas unidas del conservatismo,
y cuyas intemperancias habrían de amoldarse
indefectiblemente a las correas del artículo 120 de la
Carta, que consagra "con carácter permanente el
espíritu nacional en la Rama Ejecutiva", o sea la
regencia compartida de las castas políticas de
siempre, pertenecientes a las colectividades
tradicionales y a la vez estipendiarias de los
saqueadores de afuera y de adentro. Debido a todo ello
hicimos un voto y formulamos una exhortación. Eran, de
un lado, la esperanza de que a la postre salieran
favorecidos "unos métodos y una táctica
revolucionarios y correctos", y, del otro, el temor a
que las gestiones emprendidas sirvieran para ocultar
aún más "la índole antinacional y antipopular de los
nuevos administradores de la vetusta república"(20)
Así fijó
nuestra dirección sus puntos de vista, llanamente, si
se quiere en tono menor, acerca y al comienzo de las
conversaciones entre las siglas armadas y el régimen
betancurista recién establecido. No por discretos,
dichos conceptos fueron menos oportunos, claros y
premonitorios. Con la última sustitución en la cumbre
del poder oligárquico de rostros, retóricas y sones
particulares de gobernar, se inauguró aquel 7 de
agosto de 1982 un trayecto en el que pusiéronse
simultáneamente de moda, tanto las cábalas alrededor
del eventual marchitamiento en Colombia de la muy
cubana teoría del foco y de las acciones terroristas,
como los espejismos, por lo común cuatrienales, de que
tras el relevo del mandatario sobrevendrían los
respiros económicos y la apertura democrática. En
cuanto a las primeras, a la revolución colombiana le
interesa vivamente que desaparezcan modalidades de
combate que, por su extemporaneidad o incongruencia,
en vez de jalonarla, le crean infinitos y artificiales
escollos en su desenvolvimiento. Y en cuanto a los
segundos, tampoco registraremos progresos
significativos en la organización de una corriente
revolucionaria verdaderamente de masas, mientras no
seamos capaces de sembrar entre obreros y campesinos
pobres el criterio científico y básico de que la
catadura del Estado imperante, cual maquinaria de
dominación y de fuerza de la minoría expoliadora, no
se trasmuda por el simple hecho de que tome el control
de la misma una u otra de las fracciones políticas de
la burguesía.
Lamentablemente
ninguna de estas contradicciones ha evolucionado en el
sentido favorable al que nosotros propendemos. La más
trascendente y antigua de las batallas ideológicas que
hubimos de librar se llevó a cabo precisamente en el
terreno de la táctica y tuvo que ver con el rígido e
infantil modelo entronizado por los rebeldes de la
Sierra Maestra, cuyo triunfo marcó época, avivando el
sentimiento antiimperialista del Continente e
imprimiéndole una singular dinámica a la contienda
revolucionaria. Por la excepcional experiencia y la
inmadurez circunstancial de un movimiento al que todo
le había salido tan rápido y bien a pesar de sus
lances y temeridades, los postulados de los héroes del
Moncada no se traducirían sólo en regocijo y
entusiasmo. Al caer su casuística en el surco abonado
de una pequeña burguesía puesta al margen de las
realidades de tiempo y lugar, aun cuando ávida de
redimir a la patria mancillada e impaciente por imitar
las proezas de sus ídolos favoritos, daría pábulo a la
floración de vanguardias extremoizquierdistas en
infinidad de naciones de América Latina. Pero acaso en
ninguna parte con tal exuberancia y recurrencia como
en Colombia.
La lucha
interna desatada en 1965 en las filas del extinto
MOEC, luego de los incontables y calamitosos fracasos
de una línea en esencia militarista y anárquica,
obedeció a los esfuerzos preliminares de un pequeño
núcleo de cuadros que llamaban la atención sobre la
necesidad de hacer un alto en la marcha, rectificar en
serio y poner en práctica las sabias enseñanzas del
marxismo-leninismo, en lo concerniente al carácter
obrero y la estructura centralizada y democrática del
Partido; a la preponderancia de la acción política en
las labores de movilizar al pueblo y enraigarnos en
él; a lo valioso de una plena comprensión de las
complejidades nacionales y de un robustecimiento
progresivo del nivel teórico y cultural de militantes
y activistas; a la justeza de atenerse a los aportes
de las bases y a los esfuerzos propios en el
sostenimiento financiero, sin vivir dependiendo del
apoyo internacional, o de disparatados operativos de
azarosa realización y consecuencias liquidacionistas.
Y ante todo trazar el rumbo estratégico a partir del
análisis de las clases y de su comportamiento dentro
de la sociedad, y escoger los medios tácticos de pelea
conforme se vaya desencadenando el pugilato entre esas
mismas clases. Mas no al contrario, seleccionando a
prior¡ la lucha armada cual el modo predilecto o
impostergable, y concluyendo de antemano la naturaleza
no de nueva democracia sino socialista de la
revolución. Par de peregrinas invenciones que
colocaba.
Lamentablemente
ninguna de estas contradicciones ha evolucionado en el
sentido favorable al que nosotros propendemos. La más
trascendente y antigua de las batallas ideológicas que
hubimos de librar se llevó a cabo precisamente en el
terreno de la táctica y tuvo que ver con el rígido e
infantil modelo entronizado por los rebeldes de la
Sierra Maestra, cuyo triunfo marcó época, avivando el
sentimiento antiimperialista del Continente e
imprimiéndole una singular dinámica a la contienda
revolucionaria. Por la excepcional experiencia y la
inmadurez circunstancial de un movimiento al que todo
le había salido tan rápido y bien a pegar de sus
lances y temeridades, los postulados de los héroes del
Moncada no se traducirían sólo en regocijo y
entusiasmo. Al caer su casuística en el surco abonado
de una pequeña burguesía puesta al margen de las
realidades de tiempo y lugar, aun cuando ávida de
redimir a la patria mancillada e impaciente por imitar
las proezas de sus ídolos favoritos, daría pábulo a la
floración de vanguardias extremoizquierdistas en
infinidad de naciones de América Latina. Pero acaso en
ninguna parte con tal exuberancia y recurrencia como
en Colombia.
La lucha
interna desatada en 1965 en las filas del extinto
MOEC, luego de los incontables y calamitosos fracasos
de una línea en esencia militarista y anárquica,
obedeció a los esfuerzos preliminares de un pequeño
núcleo de cuadros que llamaban la atención sobre la
necesidad de hacer un alto en la marcha, rectificar en
serio y poner en práctica las sabias enseñanzas del
marxismo-leninismo, en lo concerniente al carácter
obrero y la estructura centralizada y democrática del
Partido; a la preponderancia de la acción política en
las labores de movilizar al pueblo y enraigarnos en
él; a lo valioso de una plena comprensión de las
complejidades nacionales y de un robustecimiento
progresivo del nivel teórico y cultural de militantes
y activistas; a la justeza de atenerse a los aportes
de las bases y a los esfuerzos propios en el
sostenimiento financiero, sin vivir dependiendo del
apoyo internacional, o de disparatados operativos de
azarosa realización y consecuencias liquidacionistas.
Y ante todo trazar el rumbo estratégico a partir del
análisis de las clases y de su comportamiento dentro
de la sociedad, y escoger los medios tácticos de pelea
conforme se vaya desencadenando el pugilato entre esas
mismas clases. Mas no al contrario, seleccionando a
priori la lucha armada cual el modo predilecto o
impostergable, y concluyendo de antemano la naturaleza
no de nueva democracia sino socialista de la
revolución. Par de peregrinas invenciones que
colocaba.
Lamentablemente
ninguna de estas contradicciones ha evolucionado en el
sentido favorable al que nosotros propendemos. La más
trascendente y antigua de las batallas ideológicas que
hubimos de librar se llevó a cabo precisamente en el
terreno de la táctica y tuvo que ver con el rígido e
infantil modelo entronizado por los rebeldes de la
Sierra Maestra, cuyo triunfo marcó época, avivando el
sentimiento antiimperialista del Continente e
imprimiéndole una singular dinámica a la contienda
revolucionaria. Por la excepcional experiencia y la
inmadurez circunstancial de un movimiento al que todo
le había salido tan rápido y bien a pegar de sus
lances y temeridades, los postulados de los héroes del
Moncada no se traducirían sólo en regocijo y
entusiasmo. Al caer su casuística en el surco abonado
de una pequeña burguesía puesta al margen de las
realidades de tiempo y lugar, aun cuando ávida de
redimir a la patria mancillada e impaciente por imitar
las proezas de sus ídolos favoritos, daría pábulo a la
floración de vanguardias extremoizquierdistas en
infinidad de naciones de América Latina. Pero acaso en
ninguna parte con tal exuberancia y recurrencia como
en Colombia.
La lucha
interna desatada en 1995 en las filas del extinto
MOEC, luego de los incontables y calamitosos fracasos
de una línea en esencia militarista y anárquica,
obedeció a los esfuerzos preliminares de un pequeño
núcleo de cuadros que llamaban la atención sobre la
necesidad de hacer un alto en la marcha, rectificar en
serio y poner en práctica las sabias enseñanzas del
marxismo-leninismo, en lo concerniente al carácter
obrero y la estructura centralizada y democrática del
Partido; a la preponderancia de la acción política en
las labores de movilizar al pueblo y enraigamos en él;
a lo valioso de una plena comprensión de las
complejidades nacionales y de un robustecimiento
progresivo del nivel teórico y cultural de militantes
y activistas; a la justeza de atenerse a los aportes
de las bases y a los esfuerzos propios en el
sostenimiento financiero, sin vivir dependiendo del
apoyo internacional, o de disparatados operativos de
azarosa realización y consecuencias liquidacionistas.
Y ante todo trazar el rumbo estratégico a partir del
análisis de las clases y de su comportamiento dentro
de la sociedad, y escoger los medios tácticos de pelea
conforme se vaya desencadenando el pugilato entre esas
mismas clases. Mas no al contrario, seleccionando a
priori la lucha armada cual el modo predilecto o
impostergable, y concluyendo de antemano la naturaleza
no de nueva democracia sino socialista de la
revolución. Par de peregrinas invenciones que colocaba
a la justa libertaria, tanto por el contenido como por
la artificiosa radicalización de la lucha, más allá de
los intereses y de las disponibilidades reales de las
masas.
Estos
desenfoques, engendrados en los finales de los
cincuentas y principios de los sesentas, no fueron
jamás corregidos crítica y conscientemente. Con cada
descalabro, con cada agrupación desaparecida, se les
introducían ciertas adiciones conceptuales para
perpetuarlos. ¿Cuánto no habremos oído eso de
"combinar todas las formas de lucha", sin parar
mientes en que la una pueda contraponerse a la otra?
Aunque se haya aceptado verbalmente la supremacía de
lo político sobre lo militar, el viraje no ha ido más
lejos de la caricaturesca conformación de aparatos
legales paralelos a los ilegales. Muchos de los menos
moderados, luego de hartas vueltas y revueltas,
llegaron hasta inclinar sus prejuicios sectarios y
admitir en sus prédicas la conveniencia de un frente
amplio, inclusive con la participación de la burguesía
nacional, mas sin advertir que con sus miopes y
desaforados extremismos impiden de entrada y de facto
cualquier acercamiento hacia los campesinos ricos o
empresarios consecuentes y demócratas. Peripecias
políticas que han tenido en las capas medias de la
población, y sobre todo en los estamentos
estudiantiles e intelectuales, una nutriente
inacabable, un soporte histórico relativamente
vigoroso dentro del innato atraso de un semifeudalismo
en decrépito esplendor. De ahí que tales desviaciones,
en lugar de baldarse con los reveses, recuerdan más
bien a la lagartija que reproduce su cola.
Efectivamente,
desde hace veinticinco años rasga el panorama de
Colombia un montón de ejércitos del pueblo, comandos
de autodefensa, brigadas urbanas militares, etc.,
perfilando con su cruce meteórico una tendencia fija,
de muy marcados ribetes de clase; políticamente
domeñable, por supuesto, pero indestructible hasta
tanto prevalezcan los sustentos de linaje social que
la reanudan sin descanso. El que su tránsito haya sido
a colmo regresivo, se palpa en la intensificación
cronológica de sus peores trazos izquierdistas. Por
obra de lo cual hemos visto ofrendar en los supuestos
altares de la insubordinación de los desposeídos,
desde el asesinato de un exministro y el
ajusticiamiento de un personero de las carnarillas
patronales, hasta los frecuentes asaltos a bancos y la
perpetración cotidiana de secuestros en campos y
ciudades. Mecanismos proscritos por las revoluciones
que en el mundo han estado a la altura de su nombre, y
que en nuestro trópico cobran categoría de sublimes
recetas para ennoblecer y popularizar la causa de la
emancipación.(21) ¡Ah engorroso que las gentes fíen su
destino al buen juicio de quienes incursionen por
semejantes parajes, echen mano de procedimientos que
lindan o se confunden con los de la delincuencia
común, le den a la represión institucionalizada
excusas a granel para atacar y silenciar el
descontento, o tercamente insistan en suplir la acción
de los contingentes populares con los golpes
cinematográficos de unos cuantos iniciados, por más
sinceros y agalludos que éstos sean!
Cuando
anticipamos hace más de dos años nuestro agrado por
que el enjuiciamiento de la "guerra" concluyera sin
más escarceos ni demoras en la extirpación de todas
esas expresiones del anarquismo criollo, nos
alumbraban cinco lustros de dolorosa escuela. Sabíamos
de memoria que el campesinado de las comarcas
atenazadas por la violencia, antes de aglutinarse y
lidiar con alguna eficacia contra los terratenientes,
la gran burguesía y el imperialismo, sus tres
mortíferos enemigos, zozobraba irremisiblemente en la
disgregación o el caos. Y lo testimoniábamos con
conocimiento cercano de causa. Allá donde el MOIR
había obtenido algún grado de integración de las
familias en las ligas, en las cooperativas, o en torno
de cualquier otro tipo de actividades comunitarias, y
no nos fue factible evitar el entrometimiento de las
contracorrientes extremoizquierdistas, sin escape los
preludios de un quehacer coordinado se echaron a
perder, los mejores y más aguerridos paladines
perecieron y las regiones quedaron indefensas entre
los garfios del terror. En contraste con las ilusorias
divulgaciones pacifistas de los grandes rotativos,
llega, por ende, desde los cuatro horizontes del país,
un rabioso clamor: que se les ponga punto final a los
devaneos, tan estériles y tan contraproducentes, del
oportunismo de "izquierda". Nosotros añadimos que se
los cancele sin. someterlos a las ofertas cumplidas o
incumplidas, pactadas o por pactar con los órganos del
régimen. Que se los arranque de cuajo, no tras muchas
o pocas condiciones, sino en pos de la condición
suprema de que la revolución colombiana ha de imponer
una táctica concordante con las fluctuaciones de la
lucha de clases y con la correspondencia de las
fuerzas, desterrando de su vera las convocatorias a
insurrecciones imaginarias que no hacen más que
coadyuvar a soltar los mastines de la represión; y
ciñéndose a un vasto plan de trabajo a largo plazo,
que se base en la paciente, esmerada y efectiva
organización de los destacamentos del pueblo, así como
en las movilizaciones de éste tras sus conquistas y
derechos elementales. Única forma de enfrentar con
éxito a la coalición oligárquica, usufructuaria aún de
un enorme poder, pero corroída dentro de su
parasitismo y arrinconada por la insoluble crisis
económica de un sistema estancado en lo interno y
exprimido sin tasa ni medida por los monopolios
internacionales.
No le
prestemos a la reacción motivos innecesarios para que
saque a relucir sus cláusulas intimidatorias y pueda
desbaratar en un santiamén y sin mayores apremios lo
que las masas han labrado con tantos sacrificios.
¡Basta de gratuitos pretextos, de inocentes
complicidades a cuyo amparo se autentican los brutales
atropellos del despotismo al mando! Que los fariseos
burgueses paguen políticamente cada vez que conculquen
las exiguas garantías ciudadanas abreviadas en los
códigos; exhiban, a sus expensas y ante la faz del
país, la endeblez y la doblez de su republicanismo,
cual corresponde a los manipuladores de un Estado
edificado sobre la desdicha de las mayorías
laboriosas. Se arranquen ellos mismos la careta,
demostrando la incompatibilidad de la democracia con
sus traiciones a Colombia y a sus gentes. Reconozcan
con sus hechos: "La legalidad nos mata".(22) No nos
apresuremos a correr tras la batalla decisiva, que
ésta acaecerá inexorablemente; afanémonos más bien
para arrostrarla a su hora lo mejor preparados posible
y con el respaldo seguro no de miles, o de cientos de
miles, sino de millones y millones de seres.
Mas todo
indica que al proletariado colombiano y a su Partido,
en calidad de forjadores de la brega libertaria, el
porvenir les reserva aún duros retos ideológicos y
políticos, antes de que el grueso de los oprimidos se
ponga de pie al tenor de una táctica coherente e
invencible. La extremaizquierda, al rehusarse en sus
variables tonalidades a deponer, no digamos las armas,
sino sus m‚todos subjetivos y disolventes, que sería
lo óptimo, continuar torpedeando por algún rato la
solidez de un movimiento revolucionario de
envergadura. Las sagacidades dilatorias no se
abandonan. El 26 de noviembre de 1984 la prensa
sorprendió con el parte de que en una de las tantas
comisiones, la de Verificación, se había puntualizado
que el cese de hostilidades con las Farc se contaría a
partir del lº de diciembre y no del 28 de mayo,
conforme lo dejaban entrever los acuerdos de la Uribe
de finales de marzo pasado. ¿Al principio se concertó
un "alto al fuego" y últimamente "una tregua"? Aunque
entre estos términos no media distinción alguna, o
cuando menos nadie se ha tomado la molestia de
explicarla, por ella, al parecer, se le han refundido
al proceso otros seis meses. Abarcando las diligencias
y los contactos emprendidos en el ocaso de la
administración Turbay Ayala, el país lleva tres años
en el peregrinaje del apaciguamiento, a los cuales
prácticamente habremos de sumar uno más, puesto que
ahora el "el período de prueba o de espera" sólo se
cumple hasta diciembre próximo. Entonces sí
conoceremos el verdadero rostro de la esquiva y
fomentada tranquilidad, bajo la presunción, desde
luego, de que los asuntos anden sobre rieles. Pero en
las postrimerías de 1985 el "cambio con equidad"
estará ya haciendo maletas entre la chiflatina del
público y su maniobrabilidad habrá finiquitado por
completo. Ignoramos si las prórrogas responden o no a
un astuto y preconcebido diseño de las comandancias
guerrilleras para conducir las discusiones con el
gobierno; en todo caso el transcurso del tiempo ha
marcado un endurecimiento de la posición oficial. El
presidente, en medio de las furibundas impugnaciones
de los señores del agro y de la urbe, despidió 1984
vociferando despechadas amenazas, inéditas dentro de
la prosa belisarista, contra quienes habiendo
"resuelto voluntariamente actuar y vivir dentro de las
instituciones" persisten en "mantenerse fuera de la
ley", y, en consecuencia, les dio largas a las tropas
para rastrillar, los asentamientos de las agrupaciones
insurgentes.(23)
El que
la reacción poco se haya entusiasmado con las
larguezas presidenciales y juzgue demasiado flacos los
logros después de semejante ajetreo, no significa que
desprecie la oportunidad para llenarse de razón antes
de acometer cualquier represalia. No hay que olvidar
cómo en definitiva quienes pasaron por indulgentes y
generosos fueron los caimacanes del Poder, mientras
que la revolución ha ocupado el banquillo del reo
convicto y confeso al que se le exime graciosamente de
su condena. Los tiranuelos ufanándose de compasivos,
la intransigencia vistiendo las galas de la tolerancia
y los extorsionadores perdonando la extorsión, un
gusto que se prodigaron los seculares verdugos del
pueblo en este tira y afloja de la pacificación
dialogada, y que a punto fijo harán valer el día de su
noche de San Bartolomé. Será una forma de adelantar
negociaciones pero no luce gananciosa para la masa
desvalida y discriminada.
Además,
el sendero de la inasible concordia civil se ha visto
adornado de encomiosas insinuaciones a los órganos
constitucionales, de cortesías para mucho patricio a
cargo del funcionamiento de las instituciones y, sobre
todo, de lisonjeras reverencias ante quien por
jerarquía representa a dignidades y dignatarios, el
primer magistrado de la nación. Él ha sido
inobjetablemente el cid campeador de la jornada.
Gilberto Vieira lo definió como "gobernante sincero".
Alfredo Vázquez Carrizosa, otro bizarro espadachín de
la "apertura" y de la "paz" no vaciló en pedir, en
tono histórico y a favor de la convergencia
democrática, "una marcha de todo el pueblo colombiano
detrás de Belisario Betancur". Jaime Bateman declaró
sin ambages: "Vamos a apoyar todas las medidas
positivas del gobierno. Absolutamente todas. Creemos
que se ha creado un ambiente positivo, y esa es la
mejor actitud que nosotros podemos asumir".(24)
Naturalmente el incienso se ha ido apagando con las
ominosas disposiciones del Estado no sólo en cuanto a
materias económicas y sociales, o a la privación de
los derechos, derivada, entre otros factores, de la
permanencia del 121, sino respecto a la humillante
resignación de la soberanía nacional ante el
imperialismo norteamericano, en tópicos como el
paulatino acatamiento a las exacciones del Fondo
Monetario Internacional, la "descolombianización" de
la banca, los leoninos estímulos al capital extranjero
y la extradición de ciudadanos sub júdice para ser
juzgados en las cortes estadinenses en lugar de las
colombianas. No estamos en los fastos del apogeo del
"sí se puede" cuando se vaticinaba que la
"modernización" de la república sería sinónimo de
"belisarización". Precisamente por eso, y aunque las
ovaciones hayan de tasarse ya con la cautela y los
considerandos del crítico momento, ¿qué mejor
tonificante para el achacoso régimen bipartidista que
quienes se proclaman contradictores suyos susurren
palabritas al oído de su presidente?
Asimismo,
las reformas por las que contienden las guerrillas se
amalgaman a la extraña reivindicación de rescatar el
obsoleto y podrido Congreso oligárquico; rescate que
se introduce sutilmente, mas no por ello de manera
menos inaudita, cual lo efectúan por ejemplo las Farc
en su comunicado a senadores y representantes: "La Paz
Democrática para Colombia se conquista con lucha y el
Parlamento debe ocupar un sitio de honor en esta
bat«l1a". La exaltación de la cavernaria asamblea,
timbre y orgullo de la democracia burguesa, controlada
aplastantemente por la coalición liberal conservadora
y a la que los trabajadores y el pueblo no le adeudan
más que golpes arteros, obedece a que por su tamiz ha
de pasar el sartal de enmiendas previstas en las actas
de los convenios pacificadores. No hace falta predecir
de qué jaez serán las decisiones de tan magno cuerpo,
ni cuál el "sitio de honor" que le conferirá el
mañana. Deseamos apenas referir hasta dónde el
desmantelamiento del foquismo se entrevera además del
pingüe repertorio de transformaciones, con el respaldo
ostensible al alto gobierno y la velada rehabilitación
de los consustanciales instrumentos de la caduca
sociedad. Pero hay más. Los alzados encuadran su
retorno a la vida civil dentro de la perspectiva de
una acariciada intervención popular en las potestades
del Estado, vale decir, de su intervención; y por lo
cual ha de arreglarse la democracia imperante y
ampliar los canales de entronque y confluencia con las
gestiones oficiales. En cuanto al reconocimiento y a
la sustentación de apetitos tan singulares, también
son las Farc las más francas y las menos inhibidas. En
un solemne memorando presentado por su plana mayor a
los comisionados de la "paz" se plantea que la
"Reforma de las Costumbres Política" ha de quebrantar
las preeminencias del bipartidismo y abrir "cauce a la
participación de las grandes mayorías nacionales en
los asuntos del gobierno".(25) Con disimulo, y a ratos
no tan discretamente, se han ido ampliando los
alcances del vocablo apertura. Si en un comienzo se
exigía abolir las medidas coercitivas emanadas de los
decretos de excepción, junto al establecimiento de
determinadas garantías democráticas, y todo dentro del
sano criterio de obtener herramientas legales
propicias para el combate de los oprimidos contra los
opresores, gradualmente las transiciones van
implicando la urgencia de un gran entendimiento con
las clases dominantes que modifique las costumbres y
la moral públicas, reduzca el monopolio oligárquico
sobre la opinión y hasta viabilice una extraña
modalidad de cogobierno.
Para la
insurgencia bélica, que desde su nacimiento a fines de
los cincuentas se mostraba reacia frente a cualquier
tipo de actuación política, pero que en el último
lustro remeda cada día con menor escrúpulo las
artimañas de los propugnadores del reformismo, tal
vuelco patentiza no un avance sino un retroceso. A la
vez, sus retrógradas mutaciones han estado
químicamente catalizadas por el influjo nocivo de los
revisionistas, con los que la extremaizquierda viene
manteniendo una tácita y febril alianza y quienes son
los indefectibles tramitadores de una avenencia en
regla con los círculos pudientes, o parte de ellos,
que, fuera de proporcionarles las canonjías buscadas,
contribuya a inclinar la balanza del régimen
colombiano hacia una ubicación propiciatoria o por lo
menos neutralizable, ante los proyectos de expansión
en el Continente del socialimperialismo soviético y de
su amado satélite, Cuba. De ahí que para todas estas
vertientes la campaña de la "paz", lejos de tener como
Norte el entierro voluntario de las desviaciones
anárquicas, surja al abrigo y dependa de la ola
pacifista promovida por Moscú con el objeto de
contener la contraofensiva del imperialismo yanqui,
principalmente en Latinoamérica, y no descarte el
apoyo interesado a las instituciones vigentes y la
utilización oportunista de la accesible burguesía
liberal, liberal en sentido genérico.
Este
contubernio, por lo demás, tampoco constituye una
novedad en Colombia. La degenerativa conducta de
cerrar filas alrededor de uno u otro bando de la
política oligárquica, aduciendo la mejor protección de
las prerrogativas de los desheredados de la fortuna,
se remonta a las calendas de la fundación de la
república. Sólo que en las últimas décadas le ha
correspondido al Partido Comunista revisionista la
justificación y propagación del pernicioso hábito. El
ardid consiste en sujetar las reclamaciones mediatas e
inmediatas de los desvalidos y de la nación al despeje
del dilema "dictadura o democracia" haciendo caso
omiso de que estas dos voces conciernen, en cuanto a
la cuestión del Estado, al mismo fenómeno, la una
referida al predominio de clase y la otra a la
estructura de dicho predominio. La única diferencia
entre ambas radica en lo siguiente: toda democracia es
una dictadura, pero no toda dictadura es una
democracia. Movilizar las multitudes tras la
democratización del régimen obviando o diluyendo el
decisivo problema de que por más democrático que éste
fuere no dejará de ser el avasallamiento de la mayoría
por la minoría, significa postrarlas ante sus
expoliadores, a saber, la coalición
liberal-conservadora reinante.
Los
foros de los derechos humanos y sus respectivas
comisiones, la extinta Unión Nacional de Oposición, el
Frente Democrático alineado, las plataformas
electorales seudorrevolucionarias, el apoyo a las
facetas positivas de las administraciones de turno,
las "aperturas democráticas" y hasta los festivales de
la esclerótica facción han plasmado el fraude del
siglo de hacer circular las pretensiones de una
burguesía "avanzada" y de un imperialismo "socialista"
bajo la etiqueta de la emancipación social y política.
Por ello el mamertismo, a semejanza de Diógenes, ha
trasegado con linterna en mano indagando por los
hombres situados a la izquierda de la derecha. Y en
concordancia, siempre detectaron a quién respaldar o
alentar, no importa la rama del Poder, la dependencia
y el nivel donde se hayan guarecido las bandas
supuestamente susceptibles de ser auxiliadas. Hubo un
López M., "en parte el presidente del descontento y la
esperanza de grandes masas" enfrentado al ultramontano
de Alvaro Gómez que compartía constitucionalmente con
aquél los atafagos del mando; así como hubo primero un
enaltecido general Landazábal Reyes con sensibilidades
sociales y luego otro reprensible general Landazábal
Reyes adversario jurado del proceso de "paz".
Imposible describir los interminables hallazgos hechos
por la lamparilla, de la vulgar dialéctica mamerta;
entre otras razones porque los rebeldes colocados a la
extrema izquierda de la "izquierda" aprendieron
también a aplaudir los rasgos prometedores del
discurso oficial y exhortan a que "la pelea entre
democracia y dictadura no se ha ganado todavía", tal
solía repetirlo en vida el comandante Jaime Bateman
Cayón. Y eso que llevamos, desde el Congreso de
Cúcuta, 164 años de sojuzgación republicana.(26)
NOTAS
1 En la
reunión de Palacio del 7 de octubre de 1983 con los
gremios empresariales, invitados por Belisario
Betancur a objeto de limar asperezas con éstos y
contrarrestar sus crecientes sobresaltos tras el
acentuamiento del receso económico y las repetidas
laxitudes oficiales en aras de la "paz", se trajo a
cuento el platillo de la inversión foránea, una
inquietud avivada de continuo por la administración
del "cambio con equidad". El representante de la Exxon
aseveró tajantemente: "El capital extranjero tiene
miedo de venir a Colombia". La información la
suministró La República al otro día, de donde la hemos
extraído.
El
diario complementó así su noticia:
"Hablando
durante el controvertido desayuno de Betancur con los
empresarios, el presidente de Intercol (una de las
subsidiarias de la Exxon), Ramón de la Torre, le dijo
al propio jefe del Estado que el país no ha tratado
con suficiente rigor el problema del secuestro y que
hoy en día hay un gran miedo dentro de los círculos
internacionales.
" 'Yo
diría que hoy en día desafortunadamente vendría al
país menos inversión extranjera por ese problema que
por cualquier otro', declaró, e incluso recordó que
una entrevista concedida por Betancur a la revista
norteamericana Newsweek, hizo aumentar el miedo de los
zares de las finanzas".
2 El
Espectador, agosto 11 de 1982.
3
Aludimos a una columna de Daniel Samper Pizano,
difundida por El Tiempo del 26 de noviembre de 1982.
Samper colaboró con su colega Enrique Santos Calderón
en la fundación del grupúsculo hipomamerto Firmes, al
que luego renunciaron ambos, dejando el malogrado
ensayo partidista en manos de Gerardo Molina, Diego
Montaña Cuéllar y Jorge Regueros Peralta, miembros
supérstites de la generación de la "revolución, en
marcha" de los años treintas.
Cinco
días antes Santos Calderón también había comentado que
"no entiendo el recrudecimiento de acciones armadas
por parte de movimientos guerrilleros que vienen
hablando de paz y apertura democrática. A veces da la
impresión de que el gobierno, de Betancur les hubiera
cogido la caña al promulgar una amnistía para la que
en el fondo no estaban preparados, o que tal vez no
esperaba".
En igual
forma se expresaron otras personas a las cuales nadie
podrá tachar de propugnadores de la represión
anticomunista. El candidato presidencial del señor
Gilberto Vieira en 1982, Gerardo Molina, según,
noticia de la fecha arriba mencionada y de la sección
política de El Espectador a cargo del redactor Carlos
Murcia, "pidió a Jaime Bateman y sus compañeros que
recapaciten porque sería un grave error político que
rechazaran la amnistía que se les brinda de manera tan
amplia y que la utilizaran sólo como una treta para
obtener la libertad de sus presos".
Y el 29
de noviembre, por información de El Tiempo, el mismo
Molina se atrevió a asegurar los siguiente:
"...tal
vez por las condiciones en que ha vivido en los
últimos años distanciado del país, metido en el monte,
sin referencias de lo que se vive en las ciudades-,
Bateman no está en condiciones de darse cuenta de lo
que la opinión nacional desea.
"Me da
la impresión de que es un hombre temperamentalmente
inestable, que fluctúa mucho, y eso lo lleva a que
adopte en poco tiempo líneas de conducta muy
diversas".
El 26 de
noviembre, la articulista de El Espectador, María
Teresa Herrán, exhaló así su desencanto: "A la opinión
pública le queda la impresión amarga de que, en cierta
forma y mientras no se le demuestre lo contrario, el
M-19 le ha estado mamando gallo al país. La expresión
muy criolla y muy colombiana es la precisa para
calificar esa inconsistencia en las determinaciones, o
esa manera poco franca de ir sacando las cartas poco a
poco para ridiculizar a la contraparte".
Hasta
doña Clementina Cayón, la señora madre del entonces
jefe máximo del M-19, en entrevista concedida a El
Espectador del 24 del mes referido, manifestó su
sorpresa: "La verdad que he quedado completamente
desconcertada, ya que yo estaba convencida de que él
se acogería a la amnistía en esta semana aquí en Santa
Marta y más concretamente en la Quinta de San Pedro
Alejandrino, pero tal parece que cambió de pensamiento
y eso en realidad me tiene bastante preocupada y me ha
puesto muy triste y no sé lo que pueda pasar de aquí
en adelante".
Las
anteriores opiniones son apenas unas cuantas de las
muchas propaladas a raíz de la expedición de la última
amnistía y de la respuesta que a ésta le dieron los
alzados. Las traemos para ilustrar los aturdimientos
que, entre los más sinceros defensores de una
pacificación voluntaria, produjeron los rumbos
inusitados hacia los cuales confluyó el primer intento
de "apertura" de Belisario Betancur. Testimonios
irrefragables en los que falta, por supuesto, el no
menos autorizado de Gabriel García Márquez, quien,
asimismo, plantó sus pinitos críticos por aquella data
y en idéntica dirección.
4 No
obstante el riesgo de aburrir a los lectores a punta
de citas, recordemos algunos de los pronunciamientos
de los otros matutinos de la capital, a guisa de
prueba del enojo oligárquico. Conste que nos limitamos
a un sector representativo sí pero reducido de la gran
prensa, cuando 1982 agonizó en medio de las
sanguinolentas amenazas de célebres figuras de la
alianza bipartidista dominante que se sintieron
majaderamente engañadas con los precarios frutos de la
amnistía.
La
República, órgano de la antigua vertiente ospinista
aliada cercana del pastranismo, estuvo permanentemente
objetando la suavidad del gobierno frente a la
insurgencia guerrillera. El 25 de noviembre de 1982 se
reafirmó todavía más en sus malos augurios:
"La
actitud de los alzados en armas que orienta Bateman no
nos sorprende. Nunca creímos en su sinceridad y en sus
deseos de regresar a una vida normal y civilista.
Distantes de este tipo de ingenuidad así lo creímos y
por ello nunca nos arrebató el lirismo de la operancia
de la amnistía (...).
"Se
impone una vez más, algo que permanece irreductible en
nuestras convicciones: el total apoyo e irrestricta
confianza para nuestro ejército".
Ese
mismo día El Espectador, a pesar de haberse
constituido en un apoyo constante para Betancur desde
las toldas liberales, de todas maneras conminó al
presidente a salvaguardar la "integridad nacional":
"...a la
actitud asumida por los dirigentes del M-19, no se
puede dar más que el calificativo de una treta
inaceptable para el país y el Gobierno. Porque,
sencillamente, esconde una burla y pone de bulto una
contradicción flagrante en sus propósitos (...)
"No se
hace así la paz. Entre otras razones, porque la
Constitución Nacional ha erigido al Presidente de la
República en jefe supremo de las Fuerzas Armadas, y le
ha confiado la guarda de la integridad nacional, que
no se vulnera sólo cuando el extranjero huella su
territorio, sino también cuando se consiente por
omisión o por gratuita dádiva el cogobierno paralelo".
Y el 23
de noviembre, El Siglo, por ser el vocero de Alvaro
Gómez Hurtado, ex embajador en Washington, ex
designado y virtual candidato único del conservatismo
para las elecciones presidenciales de 1986, había
fijado su posición en términos un tanto diplomáticos:
"Sería
inapropiado que insistieran en otros puntos
adicionales para plegarse a la amnistía. Primero que
todo porque ella no es una negociación entre el Estado
y los grupos guerrilleros, sino una concesión de la
autoridad legítima a quien no la tiene. Y en segundo
lugar porque la 'tregua' que solicitan los
guerrilleros, y que implica una desmilitarización de
los territorios donde se desarrolla la lucha,
equivaldría a otorgarle a la guerrilla, en su aspecto
militar, un carácter de beligerancia idéntico al del
estamento militar legítimo del Estado, y a entregarle,
por lo tanto, un importante territorio de la nación.
La amnistía no puede convertirse en una
descalificación del Ejército colombiano, ni es una
tregua entre dos fuerzas enfrentadas. El Ejército
tiene la misión constitucional de velar por la
integridad del territorio patrio, y esa misión es
inalienable y por lo tanto debe cumplirse".
5 El
Espectador, noviembre 24 de 1982.
6
Decimos que hubo arrepentimiento de la Cámara porque,
como se recuerda, la corporación, con todo y haber
expedido alborozadamente la amnistía, aprobó poco
después una destemplada proposición contra la
Presidencia de la República, rechazando casi que por
unanimidad la invitación a que una comisión de
parlamentarios asistiera al "Banquete de la Paz",
organizado en el Hotel Tequendama por Belisario
Betancur. Aunque el choque entre los dos órganos del
poder debióse en realidad a que el Ejecutivo objetaba
las dietas del Congreso, los representantes decidieron
desquitarse evocando la memoria de Gloria Lara,
asesinada no hacía mucho por el grupo que la había
secuestrado, y vaticinando el fracaso de la política
pacificadora. El 2 de diciembre de 1982, El Tiempo
reveló apartes de la proposición de la Cámara.
7 El
Tiempo del 16 de septiembre de 1982 dio una detallada
informaci6n sobre los inocuos resultados de la "cumbre
política".
8 El
Tiempo, en su edición del 1' de junio de 1984, publicó
el texto íntegro de la extensa circular del general
Vega.
9 Leímos
los pronunciamientos de los gremios huilenses, de los
hacendados de Córdoba y de los cafeteros del Quindío
en las correspondientes ediciones de El Tiempo de
septiembre 13 y 15 y de octubre 2 de 1984. El mensaje
conjunto de la Sociedad de Agricultores de Colombia,
SAC, y de la Federación Nacional de Ganaderos,
Fedegán, lo reprodujo El Tiempo, del 28 de septiembre.
Las otras desobligantes declaraciones contra la
gestión oficial a que hicimos referencia pero que no
extractamos por falta de espacio físico, al igual que
los múltiples comentarios críticos y satíricos
proferidos por elementos decepcionados de los partidos
tradicionales, fueron publicados en la prensa de los
meses posteriores a los acuerdos firmados en La Uribe,
El Hobo, Corinto, Medellín y Bogotá. Personajes de
marras, cual Germán Bula Hoyos y Otto Morales Benítez,
precursores de la cruzada apaciguadora, formularon
incluso sus reparos. El primero rechazó el
marginamiento de la fuerza pública en algunos casos y
la aparición de las guerrillas como guardianes del
orden, anotando que en la aplicación de la amnistía ha
habido "procedimientos que dejan mucho qué desear" (El
Tiempo, septiembre 19 de 1984). El segundo testimonió
que "el país está asustado por lo que ha visto a lo
largo del proceso de paz, y entre los colombianos
aflora el temor de que el Estado ha cedido ante las
pretensiones de los alzados en armas". (El Tiempo,
septiembre 14 de 1984).
10
Gilberto Vieira, en un debate en la Cámara de
Representantes, denunció a mediados de octubre la
desaparición en Puerto Boyacá de un miembro de su
partido, de nombre Faustino López, quien, junto a un
compañero suyo también posiblemente muerto, había
regresado a dicho municipio mucho tiempo después de
haberlo abandonado a causa de las matanzas del "Mas".
Confiesa en su discurso el parlamentario Vieira que el
militante desaparecido retornó a la ensangrentada
población porque "creyó que había cambiado de
ambiente", refiriéndose a la firma de los pactos entre
las Fare y la Comisión de Paz. Finalmente narra cómo
una nutrida delegación que en varios vehículos se
transportara a la localidad, pensando en sentar el
repudio por los dos crímenes y en hacer acto de
presencia pública al amparo del proceso pacificador,
fue recibida a palos por energámenos manifestantes de
una facción del Oficialismo liberal y obligada a salir
al vuelo. Tales incidentes ilustran a cabalidad lo que
venimos señalando. En el Magdalena Medio el trajín
guerrillero dio prácticamente al traste con el trabajo
legal. Allí han inmolado sus vidas miles de luchadores
del pueblo sospechosos de colaborar con los secuestros
y la extorsión, ya que las batallas propiamente
militares han ocurrido en cuantía harto menor a la de
aquellas modalidades delictivas que tanto enardecen a
los grandes y medianos propietarios; y a los
integrantes conocidos del PC se les ha exterminado y
perseguido con tal saña en toda la región, que casi no
quedan, por lo menos en forma visible. La intervención
en el Congreso del secretario de la agrupación
revisionista se halla impresa en Voz, de octubre 25 de
1984.
11 El
Espectador, octubre 1 de 1984.
12 Un su
edición del 7 de septiembre de 1984, El Tiempo insertó
los textos completos de la cartas cruzadas entre
Belisario Betancur y Gustavo Matamoros.
13 El
ponente de la ley de amnistía, Germán Bula Hoyos, sin
el menor inconveniente sintetizó en la siguiente frase
lapidaria la susodicha inversión de funciones,
transfiriéndole a la maquinaria militar las facultades
interpretativas de la Corte: "La misión de las Fuerzas
Armadas no consiste únicamente en preservar la
Constitución y el orden establecido, sino en
asegurarse de que éstos sean correctamente
interpretados" (Reportaje a El Tiempo, septiembre 26
de 1984).
14 Las
revelaciones de simpatía con los militares van desde
el apoyo de la Asociación Algodonera del Sinú al
ministro Matamoros por "su solicitud al doctor
Belisario Betancur, presidente de la República, para
que se respete la Constitución en lo relativo al uso
de uniformes y porte de armas de uso privativo de las
Fuerzas Armadas del país" (El Tiempo, septiembre 15 de
1984), hasta el siguiente convencimiento de García
Márquez: "Las Fuerzas Armadas han acatado la autoridad
del presidente Betancur y están colaborando con él,
para consolidar su política de paz. No reconocer eso
sería una injusticia" (El Espectador, septiembre 2 de
1984).
En su
columna de El Tiempo del 2 de septiembre pasado, por
ejemplo, Enrique Santos Calderón declaró: "Nunca he
sido apologista de las Fuerzas Armadas, sino más bien
su crítico constante y en ocasiones tal vez excesivo.
( ... ) Pero al conocer mejor su trayectoria y vida
interna, y al ver su conducta de fondo frente al
complejo proceso de la paz, hay que agradecer de veras
el que tengamos el ejército que tenemos" .
Y si a
estos reconocimientos les sumamos las muestras de
solidaridad que por aquella fecha les hicieron llegar
a los uniformados los consabidos dirigentes de la
reacción, no le falta piso al general Vega Uribe al
alardear de "este gigantesco respaldo que nos están
dando" (El Espectador, octubre 28 de 1984); o al
general Valencia Tovar cuando anota: "Hay virajes
evidentes. ópticas nuevas para juzgar a las Fuerzas
Militares y de Policía, que se registran con agrado
por la prestancia de quienes lo expresan, su
influencia en la opinión pública y la calidad de sus
escritos" (El Tiempo, septiembre 7 de 1984).
15 El 12
de septiembre el Comando Superior del M-19 le remitió
una carta al ministro de Defensa Nacional, en la cual,
después de aclamarse que el diálogo "es el camino
nuevo y realmente democrdtico que Colombia puede abrir
para América Latina", se consigna: "El respeto que a
los milit res colombianos hemos mantenido como hombres
y como contrarios en el campo de batalla, y la
oportunidad excepcional de este tratado de cese
alfuego, nos mueve a reafirmar nuestra disposición a
un didlogo directo con las Fuerzas Armadas, sea donde
sea, y a insistir en que el gran didlogo es el
instrumento, la fórmula y la oportunidad para que
todos, Congreso y pueblo, Iglesia y gremios, Gobierno,
Ejército y guerrillas, hagamos el esfiterzo grande de
buscar caminos nuevos para un viejo problema: la
Patria que a todos nos duele" (Tomado de El Tiempo, 21
de septiembre de 1984).
16 Antes
del asesinato del presidente Salvador Allende,
Gilberto Vieira sostuvo: "Un factor verdaderamente
decisivo en Chile es el Ejército. Lo han demostrado
los hechos. La reciente visita de una misión militar
chilena a Cuba me parece un acontecimiento sensacional
y significativo de todo ese proceso. 0 sea, no es
fácil que el imperialismo pueda movilizar al ejército
chileno, en su conjunto, contra el gobierno de la
«Unidad Popular», y esa es una de las ventajas más
grandes con que cuenta el pueblo chileno" (Reportaje
concedido a U. Valverde y 0. Collazos a principios de
1972 y publicado en 1973 en el libro Colombia tres
vías a la revolución, Círculo Rojo Editores, Bogotá,
págs. 76 y 77).
17
Teodoro Petkoff, Proceso a la izquierda, Editorial La
Oveja Negra, Bogotá, 1983, pág. 53.
18 El
inciso g) del punto octavo del Pacto de La Uribe
manda: "Hacer constantes esfuerzos por el incremento
de la educación a todos los niveles, así como de la
salud, la vivienda y el empleo". El Tiempo, del 28 de
mayo de 1984, publicó el acuerdo con las Fare y el 23
de agosto el suscrito con el M-19 y el EPL.
19 Esta
manía, tan belisarista, de subordinar el logro de la
"paz" a las reformas, a la transformación del país, a
la supresión del subdesarrollo y de las desigualdades,
campea en casi todas las exposiciones del presidente
sobre el tema. Los apartes extractados los tomamos en
su orden, de un reportaje suyo a Colprensa y publicado
en La República del 9 de agosto de 1982; una rueda de
prensa concedida en La Paz y reproducida por El
Espectador del 11 de octubre de 1982; un discurso ante
gobernadores y alcaldes y transcrito en El Tiempo del
18 de octubre de 1983, y una carta enviada al director
de El Tiempo y conocida el 7 de noviembre de 1982. Con
todo y lo absurdo que suena someter los convenios de
la pacificación a las conquistas económicas y
sociales, pues equivale a atravesar una talanquera
insuperable, difícilmente encontraremos quién no lo
haga. Con el objeto de convencer a los lectores de la
existencia de este enredijo universal, vertiremos a
continuación la opinión de dirigentes de las más
diversas procedencias, advirtiendo que la muestra se
queda corta para lo que hay por conocer.
El
general Bernardo Lema Henao cuando aún no había pasado
a las filas de las reservas: "Lema dijo que es un
convencido de la necesidad de la paz en el país,
'porque yo la concibo como el bienestar colectivo del
pueblo colombiano' " (La República, agosto 13 de
1982).
"La
amnistía no es la paz. En esto no debemos
equivocarnos. Es posible que ella pueda conducir al
restablecimiento de la paz, pero por sí sola no basta.
Para lograr ese beneficio es indispensable aplicar
otras medidas, como la integración ciudadana y una
justa ayuda a los sectores más necesitados" (El
Espectador, octubre 3 de 1982).
Jaime
Bateman Cayón:
"Para el
M-19 paz son libertades políticas, respeto a la vida
de los luchadores populares, es la participación del
pueblo en las riquezas nacionales, es una política
social que cubra las inmensas necesidades del pueblo
de pan, techo, trabajo, educación y salud" (El Tiempo,
agosto 19 de 1982).
"Paz y
democracia son posibles si el nuevo gobierno pacta con
el pueblo y se establece un compromiso histórico que
dirija al país por las vías de la justicia económica,
social y política" (Mensaje del M- 19 al Congreso, El
Espectador, julio 23 de 1982).
"La paz
hoy es el cese al fuego, pero también son salarios
justos, servicios públicos eficientes y al alcance del
pueblo, salud y educación para todos.
"La paz
hoy es la participación política de las mayorías
nacionales, es el respeto a la cultura y la tierra de
los indígenas, condiciones de vida y trabajo dignas
para los colonos y campesinos y es también la defensa
de la soberanía sobre nuestras riquezas naturales.
"Por eso
la paz debe ser el resultado de un gran acuerdo entre
gobernantes y gobernados, entre nación y gobierno,
producto de un proceso de conversaciones de paz al que
hemos llamado el Diálogo Nacional" (Carta a Betancur,
El Tiempo, noviembre 25 de 1982).
Monseñor
Mario Revollo Bravo:
"La paz
es fruto de la justicia y mientras haya injusticia
social, inmoralidad y un estado de depresión, no habrd
paz, por lo tanto, hay que acudir a la redistribuci6n
de la riqueza, hay que proporcionar trabajo y suplir
las necesidades más urgentes del pueblo" (El
Espectador, agosto 21 de 1982).
Gilberto
Vieira:
" 'Los
cambios políticos, económicos, sociales y culturales
enunciados anteriormente son factores esenciales para
la paz que todos los colombianos anhelamos, pues está
demostrado que ella no se logra mediante soluciones
militares y represivas', dice el documento" (Ponencia
ante la "cumbre política", El Tiempo, septiembre 16 de
1982).
Las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc:
"Nosotros
estamos en la lucha guerrillera no por idealismos sino
por situaciones concretas de este país como la injusta
concentración de las riquezas en pocas manos, en los
denominados grupos financieros ligados al capital
imperialista, todo ello posible por la política
económica gubernamental, mientras la gran mayoría del
pueblo colombiano se debate en medio de la miseria y
el empobrecimiento progresivo" ( ... )
"Por lo
anterior decimos que toda acción en la búsqueda de la
paz debe incluir medidas económicas, sociales y
políticas tendientes a modificar favorablemente la
grave situación de los colombianos y requiere además
de un efectivo desmonte de los mecanismos represivos.
La paz no se logra con simples ejecutorias de acción
cívico-militar porque ella no va a la causa de la
problemática social para resolverla" (Carta a
Betancur, El Espectador, octubre 13 de 1982).
Declaración
de las cuatro centrales, UTC, CTC, CGT y CSTC:
"Recogemos
el clamor de las mayorías de nuestro país en el
sentido de que la amnistía general es un paso
importante pero no suficiente para conseguir la paz,
ya que ésta supone realizar transformaciones de orden
social, económico y político que aseguren a todos los
colombianos el disfrute de unas mejores condiciones de
vida y de trabajo" (El Tiempo, noviembre 5 de 1982).
Oscar
William Calvo, vocero del EPL y del PCC ML
"Cuando
firmamos este acuerdo, es porque somos luchadores y
amantes por la paz. Pero no por eso, podemos afirmar
que el hecho de firmar este acuerdo, signifique la
conquista de la paz en el territorio nacional. Es un
paso importante, pero no es la culminación de las
bases mismas que generan1a violencia, porque es la
miseria, la carencia de derechos políticos, porque es
el desempleo, el incremento de los impuestos, los
azotes de la deuda externa, las precarias condiciones
de salud, las deficiencias en la educación, todos
estos factores traen consigo la violencia y propician
la delincuencia. Por ello, decimos que no se ha
logrado la paz" (El Mundo, agosto 24 de 1984).
Gabriel
García Márquez:
"...como
tanto se ha dicho en Colombia, en estos días, la
amnistía es sólo parte de los elementos para que la
paz reine en Colombia. Los otros elementos ya se sabe
cuáles son: una mayor justicia social, en fin, son
temas ya bastante conocidos en Colombia" (El
Espectador, octubre 25 de 1982).
Dentro
de la copiosa literatura escrita respecto al asunto,
extrañamente nadie ha caído en cuenta de que
condicionar el proceso pacificador en tal forma,
consiste en ubicarlo en una sinsalida. Exceptuando las
objeciones muy marginales de algunos liberales,
interesados mejor en contradecir a Betancur que en
arrojar luz sobre el problema, sólo hemos encontrado
un comentario de José Arizala, aparecido en Voz del 6
de septiembre último, en el que fustiga la trillada
incoherencia de que "mientras haya hambre no habrá
paz". No obstante, se la imputa única y exclusivamente
al ELN, cual si no fuese el más generalizado de los
dogmas colombianos de los tiempos actuales. Al
dirigente revisionista no le preocupa otra cosa que
descalificar al grupo guerrillero porque éste no quiso
integrarse a la campaña nacional de reconciliación.
Explica cómo las sociedades explotadoras de hoy
conllevan, por "situación inherente", los males que se
derivan de la sobreentendida expoliación. Y
complementa: "Si la causa de la lucha armada, de la
guerra civil, fuera la pobreza del pueblo, en todos
las países capitalistas habría o debería haber una
guerra revolucionaria". Aunque esta polémica del señor
Arizala no parece representar un bandazo de la
dirección del Partido Comunista, sí demuestra
fehacientemente que las estribaciones más primigenias
de la extremaizquierda en Colombia siguen, sin ninguna
otra contemplación, supeditando la "guerra" al cambio
de régimen, a la par que el mamertismo y sus adjutores
confían en que el régimen supedite el cambio a la
"paz". Puntos contrapuestos entre los cuales, a la
hora de nona, podría no haber mucha distancia.
20 Los
extractos transcritos pertenecen al pronunciamiento
expedido el 20 de septiembre de 1982 por el Comité
Ejecutivo Central del MOIR, y con el cual se
desautorizaba la pretensión del gobierno de designar a
Marcelo Torres para la Comisión de Paz. Tribuna Roja,
N* 44, febrero de 1983.
21Varias
agrupaciones extremoizquierdistas han reconocido
tácita o desembozadamente el uso y la utilidad de
estas modalidades de terrorismo. El M-19 de labios de
su ex máximo jefe, Jaime Bateman Cayón, reivindicó
así, en reportaje a la periodista Patricia Lara, la
ejecuición, durante el período de la administración
López, del entonces presidente de la Confederación de
Trabajadores de Colombia, CTC, José Raquel Mercado:
"Interpretamos
al pueblo cuando juzgamos y ajusticiamos a un traidor
de la clase obrera ... El juicio y ajusticiamiento a
Mercado le abrió nuevas perspectivas al movimiento
sindical ... Demostró hasta dónde llegaba su
podredumbre... Despertó a muchos dirigentes obreros
quienes se dieron cuenta de que su función no era la
de traicionar a los trabajadores colombianos. La gente
oyó nuestro mensaje:
( ... )
"-Hermano,
aquí hay que comportarse. Hermano, aquí no se le
pueden hacer jugadas chuecas a la clase trabajadora.
"No
quiero decir con eso que el movimiento sindical ya sea
puro ni que haya cambiado totalmente. Pero después de
la muerte de Mercado, se le abrieron nuevos caminos a
la unidad sindical colombiana".
"El M-19
despegó con la muerte de Mercado. ¡Despegó mil veces,
mil veces, mil veces!".
También
señaló que con el secuestro del gerente de Indupalma,
hecho en 1974 para presionar a la empresa a firmar el
pliego de peticiones de los trabajadores en huelga,
"apareció entonces un nuevo camino en la lucha
sindical el cual, desgraciadamente, no se continuó".
Luego de
realzar la importancia de aquel expediente para
proporcionarle bríos y cauces al sindicalismo
colombiano, el comandante del M-19. sin embargo,
vacila en cuanto a la validez de sus aserciones y las
atenúa un tanto al hablar de los métodos de
financiamiento:
"A
nadie, y menos a nosotros, le gusta el secuestro.
¡Nosotros preferiríamos mil veces no vernos obligados
a secuestrar gente! Pero como el Estado no tiene un
impuesto destinado a financiar la revolución de los
pobres; y como los que tienen dinero no lo aflojan a
las buenas; y como no queremos ser una organización
revolucionaria financíada por la Unión Soviética o
cualquier otro país extranjero y dependiente de él, no
nos queda más remedio que secuestrar a unos pocos
oligarcas".
Para
rematar más adelante en la misma entrevista:
"Queremos
hacer un secuestro más, uno sólo, pero uno que nos
deje tres millones de dólares... Así solucionaríamos
definitivamente, con un costo político muy bajo, el
problema económico de la revolución" (Patricia Lara,
Siembra vientos y recogerás tempestades, Segunda
edición, Bogotá, Editorial Punto de Partida, abril de
1982, págs. 116,117,118, 119, 120 y 121).
22 La
frase pertenece a Qdilon Barrot, premier del gabinete
del gobierno provisional surgido de la revolución de
febrero de 1848, en Francia, investidura que siguió
ostentando bajo Luis Bonaparte, luego del triunfo
electoral de éste en diciembre del mismo año, la
pronunció a la sazón, apenas nacida la segunda
república francesa, en el sentido de que el andamiaje
jurídico recién impuesto en cierto modo encarnaba un
obstáculo para las pretensiones de consumar un golpe
de Estado y restablecer la monarquía bonapartista,
como en efecto ocurrió más tarde, instaurándose el
reinado, así conocido, de Napole6n III.
Carlos
Marx cita la expresión de Barrot en sus artículos
titulados genéricamente Las luchas de clases en
Francia de 1848 a 1850, en donde expone, entre otras
tesis relevantes, importantísimas apreciaciones sobre
la táctica revolucionaria de la clase obrera. En su
concienzudo análisis de las fuerzas enzarzadas y de
los agudos duelos de aquellos días precisa cómo la
conspiración de los detentadores del poder podría
llevarse a cabo en la medida en que se presentara un
"motín", "un pretexto de salut public" (seguridad
pública), que les permitiera "violar la Constitución
en interés de la propia Constitución".
El
ministerio Barrot instigó en todas las formas a sus
oponentes, los irritó, los incitó a cometer
estupideces, a fin de que cayeran en el garlito y le
proporcionaran lo que quería: un "motín". "La
legalidad nos mata", razonaban los conjurados
oficiales, y hemos de deshacemos de ella, mas
necesitamos un porqué, pues la disculpa, el
subterfugio, no es menos trascendente que el
propósito, y un manejo adecuado de la situación nos
reportará puntos valiosos, definitivos, sobre la
contraparte.
Marx
concluye: "El proletariado no se dejó provocar a
ningún motín porque se disponía a hacer una
revolución"; y Engels, en su introducción a la obra
mencionada, se detiene en estas reflexiones y las
profundiza cual consejos fundamentales para ser
estudiados y aplicados por los estrategas del combate
del trabajo contra el capital.
A su
turno, Lenin, el aventajado discípulo y continuador de
la gesta comunista, tomó atento apunte de la clave
advertencia, vertiéndola y complementándola en
infinidad de textos suyos, polémicos unos, didácticos
otros, de carácter teórico los más. Como en Colombia
la batalla contra el régimen antinacional y
antipopular imperante ha adolecido ante todo de la
carencia de una línea táctica acertada, no sobra
transcribir aun cuando sea algunas pocas palabras de
aquellos escritos pertinentes. Hemos cogido casi que
por azar uno breve, acerca de "La II Duma y la segunda
ola revolucionaria". Dice allí el artífice de la
gloriosa Revolución Socialista de Octubre, vendida y
desconceptuada después por Kruschev y sus sucesores:
"...la
lucha en su forma más aguda es indiscutiblemente
inevitable.
"Pero
por eso mismo que es inevitable, no debemos forzarla,
apresurarla ni azuzarla. Dejemos eso a los Krusheván y
los Stolipin (personeros de la reacción y de la
autocracia zarista). Nuestra tarea es decir la verdad
al proletariado y al campesinado, de modo bien claro,
sin rodeos, franco e implacable; abrirles los ojos
sobre el significado de la tormenta que se avecina,
ayudarlos a enfrentar organizadamente al enemigo con
la serenidad de los hombres que van hacia la muerte,
como el soldado que espera al enemigo agazapado en la
trinchera y dispuesto, después de las primeras
descargas, a lanzarse a una furiosa ofensiva.
"
'¡Señores burgueses, tiren ustedes primero!', decía
Engels en 1894, dirigiéndose al capital alemán.
'¡Señores Krusheván y Stolipin, Orlov y Romanov, tiren
primero!', diremos nosotros. Nuestra tarea es ayudar a
la clase obrera y al campesinado a aplastar el
absolutismo de las centurias negras cuando él se lance
contra nosotros.
"Por
eso, ¡nada de llamamientos prematuros a la
insurrección! Nada de solemnes manifiestos al pueblo.
Nada de pronunciamientos, nada de 'proclamas'. La
tormenta se nos viene encima por sí sola. No hace
falta blandir las armas".
Agreguemos
que las anteriores amonestaciones de Lenin fueron
redactadas en febrero de 1907, cuando, como él lo
indica, "han pasado dos años de revolución" y "la
situación es indiscutiblemente revolucionaria". El
mero contraste entre los criterios anotados y los que
profesa la totalidad de la franja anarquista
colombiana es aleccionador. No hemos vivido en años un
verdadero auge del movimiento de masas y ya contamos
con un historial de levantamientos armados de tamaño,
aspecto, tinte, duración y fortuna diversos, quizás
sin parangón en el mundo. En contravía a las
universales deducciones del marxismo, lamentablemente
en Colombia a los insurrectos, insurrectos de cabeza
ardiente y frío corazón, que además no distinguen
entre la democracia de los explotadores y la de los
explotados y se confunden cuando aquéllos especulan
sobre lo preferible de una sojuzgación matizada, no
les ha temblado el pulso al acometer cualquier género
del acciones temerarias o de dudosas actividades que
enloden las banderas independentistas, sacrifiquen
alegremente fieles seguidores y desaten la cruenta
persecución contra las gentes del común.
El
ensayo de Carlos Marx lo consultamos en C. Marx F.
Enge1s Obras Escogidas, Tomo, 1, Moscú, Editorial
Progreso, 1973, págs. 190 a 306. Los párrafos de Lenin
los entresacamos de sus Obras Completas Tomo XII,
Buenos Aires, Editorial Cartago, 1960,
pág.
107.
23 En su
alocución televisiva del 2 de diciembre de 1984,
Relisario Betancur hizo esta "notificación perentoria
y categórica", o "advertencia clarísima y rotunda"
como él mismo la calificara:
"...en
adelante quienes han resuelto voluntariamente actuar y
vivir dentro de las instituciones, tendrán el espacio
político para moverse y serán estrictamente
respetados, pero siempre que lo hagan dentro de los
límites establecidos por la ley. En ese sentido,
quiero hacer una notificación perentoria y categórica,
una advertencia clarísima y rotunda:
"Quienes
persistan en la violencia, en el crimen, en el
secuestro, en la extorsión, sufrirán todo el peso de
la ley. Sobre esto no les quede sombra de duda: si
persisten en mantenerse fuera de la ley, sufrirán el
peso de esa ley. Esta es la orden irrevocable a la
totalidad de las autoridades. Boleteos, amenazas,
asaltos, narcotráfico, toda la gama de los delitos,
será castigada sin una sola excepción. Y quienes se
acojan a la ley y la respeten, ésos deben sentirse
protegidos por esa ley" (El Tiempo, diciembre 3 de
1984).
Entretanto,
los mandos militares, envalentonados por las
circunstancias, mostráronse muy activos maquinando sus
celadas en diversas regiones escogidas cuidadosamente.
El nuevo año se inauguró con un voluminoso inventario
de intermitentes violaciones a los armisticios. Aunque
el cerco de casi un mes a una columna del M-19,
tendido por el ejército en las inmediaciones de la
población de Corinto, configuró la refriega de mayor
calibre, el resto de grupos irregulares también
padeció con igual rigor su respectivo número de bajas
tras el hostigamiento bélico de las partidas del
régimen. Estos incidentes en la fase ulterior del
inconcluso pleito corroboran la sospecha de que la
"paz" pese a su fácil y espléndido despegue, discurre
no como la ciencia, de lo complejo a lo simple, sino
como la creación, de lo simple a lo complejo. De no
descomplicarse, de no invertir su malformación,
contingencia muy remota, la consigna, por mucho que
sea coreada a la colombiana por gobernantes e
insurrectos, fenecerá incluso antes y no después de
haber sido realmente aplicada.
24 Las
expresiones de Vieira, Vázquez y Bateman las
extractamos respectivamente de: Cromos, noviembre 23
de 1982; El Espectador, octubre 25 de 1982, y El
Tiempo, septiembre 18 de 1982.
25 Los
dos últimos apartes citados de los pronunciamientos de
las Fare los sacamos de publicaciones aparecidas en el
órgano del Partido Comunista, Voz. El primero salió el
19 de julio de 1984 y el segundo el 11 de octubre del
mismo año, y cuyo párrafo completo reproducimos:
"Dentro
del marco de la apertura democrática, las Farc, en
unión con otros partidos y corrientes de izquierda
lucharán utilizando todos los medios a su alcance por
una Reforma de las Costumbres Políticas en dirección a
desmontar el monopolio de la opinión política,
ejercido por los viejos partidos tradicionales en
beneficio de la oligarquía dominante, abriendo cauce a
la participación de las grandes mayorías nacionales en
los asuntos del gobierno".
Claro
está que las Fare no es la única sigla armada que haya
abogado por el perfeccionamiento de las instituciones
prevalecientes, o haya cifrado sus sueños
transformadores en los veredictos de éstas, e incluso,
en la injerencia o influencia de las vertientes
contrarias al régimen dentro de las actividades
gubernamentales de ese mismo régimen. Con obvias
variaciones de lenguaje y de énfasis, los otros grupos
comprometidos con la cruzada de la pacificación y el
pacto social igualmente lo han hecho, extrayendo, del
cuarto de aparejos de la burguesía, pendones raídos en
pro de una "democracia participativa" o "directa", en
la que el pueblo recupere su "soberanía", su "papel de
constituyente primario" y demás antiguallas por el
estilo. Esto de un lado, y del otro, recuérdese que
tales agrupaciones, no obstante presentar cada cual
sus particulares demandas, son solidarias entre sí. No
tenemos noticia de que los llamamientos de las Fare
hayan merecido reprobación alguna de sus ocasionales y
sufridos aliados. Salvo, tal vez, una convocatoria
signada conjuntamente por el Partido Comunista y
ciertos movimientos amigos suyos, como Firmes, el
Partido Socialista Revolucionario, Convergencia
Socialista, etc., en la que éstos, a raja tabla, le
impusieron a los mamertos la siguiente nota
refutatoría: "Alertamos contra las pretensiones de
imponer un remedo de democratización por parte de los
núcleos oligárquicos, como lo indican los últimos
pronunciamientos de destacadas figuras de los partidos
tradicionales y del gobierno, en los cuales no se
observa una voluntad expresa de respaldo a una
verdadera apertura política".
"En tal
contexto, no es posible esperar que el Congreso de la
República apruebe los cambios exigidos por las fuerzas
democráticas, que implique una reforma constitucional
y el desmonte del monopolio bipartidista" (Voz, mayo
24 de 1984). Empero el Partido Comunista no son las
Fare, ni los demás firmantes tampoco son grupos
armados.
De
contera, los revisionistas hicieron explícitas sus
"reservas" sobre la validez de los argumentos que
colocan en tela de juicio la capacidad innovadora de
las Cámaras, siendo que la glosa en cuestión no niega
de plano dicha capacidad, simplemente la supedita a la
buena disposición de los "núcleos oligárquicos" para
acabar con su propio "monopolio bipartidista".
Para
percatamos más de las afinidades ideológicas entre los
distintos sectores insurrectos partidarios de la
reconciliación nacional, releamos mejor un pasaje de
un documento del M-19, dirigido a los parlamentarios,
y del que da cuenta La República, del 22 de julio de
1982: "El Congreso de Colombia no puede rezagarse. El
Congreso debe responder a las expectativas y
esperanzas de un pueblo que lo eligió. El Congreso
puede y debe jugar el papel que le corresponde como
órgano legislativo y guardián de la democracia".
La
postura pueril de depositar la confianza en los
organismos estatales y en su cebada burocracia ya ha
cosechado sus primeros desengaños. Como seguramente
hojearon en la Constitución que el oficio de la
Procuraduría es "cuidar de que todos los funcionarios
públicos al servicio de la Nación desempeñen
cumplidamente sus deberes" y como en la actualidad ese
cargo está en manos de un picapleitos un tanto
díscolo, no obstante haberlo escogido el mismo
Betancur, los delegados del EPL y el M-19 resolvieron
hacer insertar en uno de los puntos del armisticio del
23 de agosto que aquella entidad recibiría el
"concurso" del gobierno para la afortunada
cristalización de dos tareas en concreto; investigar
sobre las personas desaparecidas y atender las
denuncias relativas a la violación de los derechos
humanos. En posterior despacho, a finales de octubre,
el Procurador, después de testimoniar que "nuestras
altas autoridades militares y policivas" realizan
cuanto pueden para "mantener a sus tropas dentro de la
moral y la ley", se abalanzó contra las "bandas
guerrilleras". Les atribuye la autoría de "secuestros"
o "desapariciones en las zonas rurales" y de toda
especie de crímenes, desde cobrar impuestos o
"vacunas" hasta de robo de ganado y animales de
corral. También las inculpa de la desolación económica
del campo. Y remata con esta andanada: "...la
subversión colombiana carece hoy y desde hace bastante
tiempo de toda autoridad moral para empuñar la bandera
de los derechos humanos, hablar a nombre de la nación
o sentar cátedra sobre la legalidad y la ética de la
violencia. La larga cadena de desafueros de toda clase
por ella cometidos la hacen históricamente responsable
de la desorganización de nuestra sociedad y de nuestra
economía y le niegan todo título para hacer un uso
acusatorio de hechos como el que ocupa el presente
informe" (El Tiempo, octubre 22 de 1984). En síntesis,
la oficina seleccionada de consuno por las partes para
supervigilar y frenar los desmanes de las huestes
envueltas en la pugna, sin más requilorios le quita el
piso de la credibilidad a una de ellas, mientras se lo
otorga plenamente a la otra. Si en tal forma se
comportan quienes por encargo jurídico actúan de
fiscalizadores, y cuando no se han esfumado del todo
las euforias por el apaciguamiento, ¿qué diremos luego
de las cuotas aportadas a la transformación de
Colombia por las otras corporaciones menos imparciales
del sistema, en desarrollo del quimérico contrato
social entre ahítos y hambrientos?
26 La
primera de las dos últimas citas pertenece al "Informe
al pleno del Comité Central del PC", de mayo 17-19 de
1974, y divulgado por Documentos Políticos, número
110. La segunda cita corresponde a un reportaje a
Jaime Bateman, hecho por El Pueblo de Cal¡ y
reproducido por El Tiempo, del 18 de septiembre de
1982.
Febrero
de 1985