Nunca Transigió
con el Atraso (*)
El hombre
que hoy devolvemos a la tierra era un ser excepcional.
Bregó
siempre por la grandeza de su patria mancillada, desdeñando
las privaciones que nunca dejaron de asediarlo ni importándole
el anonimato en el que pretendieron recluirlo los poderes
establecidos.
La autodeterminación
de la nación y el desarrollo de las fuerzas productivas
constituían para él objetivos inmediatos y
básicos que habrían de consolidarse con el
triunfo del trabajo sobre el capital.
Estaba convencido
de que en el fondo la lucha se reducía a defender
el progreso y a derrotar el atraso, no sólo en el
terreno de las confrontaciones de carácter social
sino en el ámbito de las ciencias naturales. Por
eso dedicó su vida a la investigación y a
la divulgación.
Sus dos
principales preocupaciones fueron enseñar cuanto
sabia y aprender con sus alumnos; actividades que ciertamente
reditúan poco pero labran el porvenir de los pueblos.
Los resultados
de sus observaciones los convertía en sendos argumentos
a favor del cambio.
¿Cuántas
veces, al regreso de sus excursiones investigativas, no
le vimos exponer evidencias sobre nuestro deterioro ecológico,
para demostrar que la ruina de la naturaleza no es producto
de los adelantos de la técnica, sino del estancamiento
de ésta o de su ineficiente utilización?
Mas no se
vaya a creer que Hernando Patiño, por amar hondamente
a su país, profesaba un criterio nacionalista de
la cultura y despreciaba los aportes provenientes de otras
latitudes. Por el contrario, hacía gala de una visión
universal de las cosas, hallándose consciente como
el que más de nuestras propias limitaciones y de
la necesidad que tenemos de poder también aplicar
entre nosotros los enormes logros científicos que
las naciones avanzadas del orbe guardan celosamente para
sí.
No prescindía
tampoco de las enseñanzas legadas por el pasado pero
sabía precisarles su alcance histórico.
Ahora, respecto
a los exóticos frutos de la escolástica, el
oscurantismo o la superchería nunca cedió
un ápice.
En otras
palabras, fue partidario de que, en cuanto a la ciencia,
lo extranjero puede servir a lo nacional, el pasado al presente,
lo tradicional a lo moderno, el conocimiento empírico
a la ciencia propiamente dicha, y de que a excepción
de la primera de estas relaciones las otras no deberían
darse en sentido inverso. Merced a ello, aun cuando su labor
fuera la de la hormiga, sus verdades producían el
efecto del rayo.
No obstante
haberse dedicado en particular a la agronomía, la
botánica y la biología, a cada paso anotaba
que las fronteras entre las distintas ramas del saber se
han ido desmoronando con el transcurso del tiempo, al extremo
de que en la actualidad nadie consigue dominar una disciplina
sin el concurso de las otras.
A Patiño
semejante fenómeno lo colmaba de entusiasmo, por
constituir el indicio esplendoroso de que la concepción
materialista y dialéctica del mundo acabaría
por imponerse plenamente sobre la metafísica y el
idealismo.
Ya no es
posible explicar la formación de los elementos y
el origen de la vida sin estudiar las estrellas.
En el salto
de la mecánica de Newton a la relatividad de Einstein
está de por medio la velocidad de la luz, el nuevo
factor con el que analizamos el movimiento a las más
grandes distancias cosmológicas o a las más
cortas de la física de partículas.
Las leyes
de la conservación de la energía y de la transformación
de la materia se vieron enriquecidas con otra considerable
conquista del pensamiento humano: la de lograr medir la
energía en función de la masa.
Las geniales
intuiciones de Darwin acerca de que la evolución
de las especies dependía de la selección natural
adquieren en este siglo su base o causa interna en la biología
genética.
En fin,
Hemando Patiño esgrimía con decisión
éstos y los otros avances interdisciplinarios para
proporcionarles el soporte científico a sus inquietudes
de todas las horas, que iban desde profundizar en los secretos
de la "sopa primitiva" hasta alertar sobre la
fundamental importancia de mantener el equilibrio simbiótico
entre la rosa y el colibrí.
De ahí
que un buen día le propusiera a un grupo de amigos
picados por las mismas inquietudes la conformación
de una especie de ateneo para intercambiar opiniones en
torno a tales materias, arguyendo, entre otras razones,
la de que los revolucionarios que desean cumplir cabalmente
con su misión no pueden menos que interesarse en
los estelares avances de la ciencia contemporánea
y propiciar su divulgación.
Se han realizado
dos de estos ateneos: uno en Cali en octubre de 1985 y el
otro en Medellín en agosto de este año. Ambos
fueron preparados personalmente por Hernando Patiño.
El primero
lo inauguró con una exposición tendiente a
demostrar cómo Engels, no obstante las muchas imprecisiones
todavía existentes en su época, desde el siglo
pasado ya había hecho énfasis en el derrumbe
de las barreras entre lo orgánico y lo inorgánico,
en el intercambio de lo vivo con lo no vivo, en la ubicación
cósmica de la vida, en la célula llamada "cuerpo
albuminoideo", en el rol del trabajo en la transformación
del mono en hombre, en las raíces sociales de la
deformación ambiental, etc. Testimonio histórico
de la forma como un enfoque general dialéctico jalona
el incesante auge del pensamiento científico, y de
cómo aquél se sustenta en éste.
Su enfermedad
ya no le permitió a Hernando Patiño asistir,
al ateneo de Medellín.
He querido
resaltar el espíritu valiente y abnegado del entrañable
camarada, circunscribiéndome al campo que él
escogiera por trinchera.
Sé
que la semblanza resulta bastante corta, pero la iremos
completando conjuntamente con sus innumerables compañeros
y discípulos, entre los cuales tuve el honor de contarme.
De cualquier
modo la semilla sembrada por este hombre admirable germinará
para provecho de las futuras generaciones.
Agosto 29
de 1986
(*) Palabras
de Francisco Mosquera en Cali, en la tumba de Hernando Patiño.