Inicio

Despedida a un Camarada (*)

Querido camarada Heraldo Romero:

Entre todos los deberes que nos ha impuesto la revolución ninguno más penoso que éste de devolver a la tierra tus despojos mortales.

No conseguimos atinar por qué extraño giro del destino nos encontramos de pronto privados de la compañía y el sostén de tan entrañable camarada. No estamos despidiendo a quien hubiese recorrido el cielo de la existencia y llegado al fin, por ley natural, a la hora del reposo, sino a quien apenas avanzaba en la senda de la vida y hacía brotar por doquier hermosas esperanzas. No damos sepultura a un carácter melancólico o pusilánime, sino a un hombre extraordinariamente activo que con su alegría embriagó siempre a cuantos le rodearon.

Tampoco estamos frente a uno de tantos del montón que aceptan dócilmente el papel alienante que a cada cual le reserva esta sociedad caótica y rapaz, sino ante el rebelde que descolló en la brega por transformar el mundo en beneficio de las mayorías menesterosas. No contemplamos la partida de un compañero más, sino la de un forjador del movimiento proletario y un genuino fogonero de la causa de los desposeídos. Nos ha dejado un valiente. Hemos perdido a uno de nuestros conductores más promisorios. Por miles de razones nos cuesta aceptar este cruel golpe del infortunio.

Nadie lo hará mejor que tú ni más entusiastamente. Muchos trataremos de cerrar filas en tu nombre pero jamás lograremos llenar el vacío, que queda con tu ausencia.

La hechura de un partido revolucionario obrero, que crece proscrito en franca hostilidad con los poderes establecidos y que funde su suerte con la de las fuerzas esclavizadas y oprimidas, consiste en el fondo en la formación de unos cuadros lúcidos ideológica y políticamente, disciplinados y leales, capaces de vincularse y guiar a las masas a través de las tormentas de clase y dispuestos a arrostrar cualquier sacrificio y deponer sus intereses particulares por los del común. Dichos cuadros se convierten en el tesoro más preciado del Partido, puesto que su desarrollo requiere varios años y dedicación permanente. En los momentos cruciales será la destreza de aquéllos la que decidirá el porvenir de la contienda. Para el MOIR, cuyos componentes han jurado destronar a los explotadores y verdugos del pueblo y sólo aspiran a la victoria total, la muerte de Heraldo Romero representa un revés incalculable.

Sin escatimar esfuerzos dedicó sus vitales energías y su brillante inteligencia a las tareas de la construcción partidaria. Cuando la enfermedad minaba sus carnes, el batallador nato que había en él se resistió a postrarse, y hasta el último instante estuvo pendiente de los problemas del Partido y preocupado por sus camaradas. Las labores militantes las llevó a efecto sin falta en el seno de las masas populares. Dentro del estudiantado veló sus armas de eximio paladín y fue uno de los primeros líderes del caudaloso movimiento juvenil de comienzos de la década del 70, en el que se mostró ya como gran orador y combatiente insobornable contra el oportunismo. Innúmeras veces se halló al frente de heroicas jornadas del pueblo nariñense, lo mismo en paros cívicos de envergadura departamental que en movilizaciones locales en pro de básicos derechos de la ciudadanía. En más de una oportunidad las multitudes enardecidas lo rescataron de las prisiones del régimen. Se desveló por las masas campesinas e indígenas a las que respaldó y orientó en sus múltiples batallas por la tierra y la organización, abriendo brecha hacia el agro y encabezando la consigna de enraizar el Partido en las zonas, rurales. En otras ocasiones lo vimos ligado personalmente a las lides del proletariado colombiano, alentando a los obreros, instruyéndolos e intercambiando criterios con ellos sobre las cuestiones fundamentales de la emancipación. Prestó su concurso a tantas peleas memorables que creo no exagerar si afirmo que las gentes perseguidas de Pasto, Túquerres, Ipiales, Tumaco, Orito, Puerto Asís y del resto de poblaciones de Nariño y Putumayo supieron invariablemente de Heraldo Romero cada vez que se levantaron en protesta por alguna iniquidad de los gobernantes de turno. ¿Puede haber acaso para un partido revolucionario un pionero, un puntal, un propagandista, mejor? Mas esto no es todo.

A cada paso propendía por la línea antiimperialista y de salvación nacional defendida por el MOIR, y sus ojos se iluminaban de júbilo al saber o al narrar algún episodio de repudio de los sectores patrióticos y democráticos contra los monopolios extranjeros y sus testaferros criollos. En sus luchas por la liberación y la soberanía del país rechazó las posturas engañosas del nacionalismo y proclamó invariablemente la unión de los obreros y pueblos del planeta.

Estudió y propagó las enseñanzas de los ideólogos del socialismo científico y él mismo fue un marxista-leninista consecuente. Nunca le conocimos una vacilación en la dura refriega contra las contracorrientes revisionistas, cuya derrota la consideró siempre como una condición indispensable del éxito de la revolución colombiana. Alertó al pueblo sobre los peligros de la expansión soviética y denunció sin tregua las pretensiones de sus agentes en el Hemisferio. Aunque comprendía como el que más que Colombia atraviesa aún en su evolución histórica por la etapa democrática y que nuestro objetivo estratégico actual radica en la constitución de un frente único de liberación nacional, rechazó firmemente los postulados burgueses de quienes sustituyen la revolución por la reforma en aras de una inconsistente alianza de las clases explotadas y oprimidas. Dentro del MOIR se distinguió por el trato fraternal con sus compañeros y por el celo que puso en la salvaguardia de la unidad del Partido.

La única manera de reparar en parte la pérdida que hemos sufrido con la prematura desaparición de Heraldo Romero es resaltar y cultivar su ejemplo en cuanto simboliza. No habrá monumento superior a su memoria Tendremos que seguir adelante si aspiramos a que sus vigilias y empeños no hayan sido en vano. Y triunfar como él, que se marchó victorioso pues alcanzó todo lo que se propuso. Sólo las limitaciones de tiempo y de lugar le impidieron ver el radiante amanecer de la libertad sobre el territorio patrio. Le correspondió combatir en un largo trayecto de reflujo y de acumulación de fuerzas, empezando por la necesidad de disipar las tinieblas y suplir la inexistencia de una vanguardia revolucionaria. Consciente de las condiciones políticas que le correspondieron cumplió su misión sin desesperos ni pedanterías. Y en los principales pasajes de su vida trazó el modelo de la conducta de un verdadero comunista para los períodos prerrevolucionarios.

El MOIR, que es tu obra, encenderá la pradera y escribirá los capítulos que te quedaron inconclusos por un designio inescrutable.

Querido camarada Heraldo Romero:

Al concluir en esta hora aciaga el balance obligado de tu práctica, no descubrimos una sola mácula que obscurezca el conjunto de tu epopeya revolucionaria. Seguramente los enemigos, en el afán por atacamos, hallarán gratuitamente fallas o excesos qué atribuir a tu comportamiento acrisolado. Eso se descarta. Los defectos y las cualidades de los hombres, al igual que los demás hechos sociales, están sometidos inexorablemente a los juicios de clase. Nosotros te admiramos, te respetamos, procuramos imitarte, porque asumiste cabalmente la posición de la clase obrera y luchaste con acierto por la felicidad del pueblo. Ello nos reconforta. Para nosotros encarnas las excelsas virtudes de tu raza y de tu estirpe. Ello nos basta.

En la certeza de que continuaremos amando lo que amaste y odiando lo que odiaste, no te decimos adiós sino hasta siempre.

Septiembre 8 de 1980.

--------------

(*) Tomado de Resistencia Civil. Bogotá: Ediciones Tribuna Roja, 1995. Discurso pronunciado por Francisco Mosquera en la Plaza de la Pola de Ipiales, en el homenaje a Heraldo Romero, el 8 de septiembre de 1980.