Los
Colombianos Decidirán su Porvenir sin
Intromisión Ajena
Compañeras
y compañeros:
Advertíamos
el 18 de febrero que el movimiento unitario
que de tiempo atrás vienen gestando las
fuerzas revolucionarias colombianas se
desplaza a paso de carga, fortaleciéndose
cada vez que en su camino, brotan obstáculos
artificiales o reales que pretenden
vanamente contenerlo y ganando con el
transcurrir del calendario en extensión y
profundidad. Este 15 de julio vuelve y
ratifica la vigencia histórica de la unidad
del pueblo que estamos propiciando. Una
política consecuentemente unitaria, que no
inventa pretextos para excluir a las
organizaciones y personas dispuestas a
batallar hombro a hombro con nosotros contra
el imperialismo norteamericano y sus lacayos
que depauperan y deshonran a Colombia; una
política que no florece ni marchita
ramilletes de candidaturas presidenciales,
según vayan aconsejando circunstanciales
intereses de secta, ni sacrifica la gran
batalla por el frente único
antiimperialista, a cambio del inoportuno y
pequeño pleito por aislar a uno o varios
partidos susceptibles de contribuir al
debilitamiento de los enemigos principales;
una política, en fin, que no necesita
recurrir a la amenaza ni al halago,' porque
se halla sólidamente engastada sobre una
base inmodificable de principios, por los
cuales hemos luchado, hasta generalizar el
convencimiento de que la unidad del pueblo
únicamente será viable mediante la
observancia de tales principios mínimos y
definitorios.
Si echamos una mirada retrospectiva a los
últimos cinco años observamos cómo la
revolución colombiana ha obtenido
ciertamente conquistas de enorme
importancia. Después de haber hecho
conciencia de que su triunfo en esta etapa
será fruto de la alianza de todas las
clases, sectores y partidos
antiimperialistas, ha estado inclinando a su
favor la prolongada contienda porque dicha
alianza se concrete en tomo a un programa
que contemple las reivindicaciones
fundamentales económicas y políticas de las
diversas fuerzas integrantes del pueblo, y a
través de la estricta aplicación de unas
normas democráticas de relación y
funcionamiento. Los conatos de frentes
revolucionarios en Colombia han fracasado o
por falta de claridad acerca de los,
postulados programáticos o por
desconocimiento de la democracia en su
organización. Por eso no transigimos cuando
se intenta prescindir o socavar estas dos
piedras angulares dé la unidad.
Ustedes
recuerdan que no hace mucho ciertos grupos
de los que prefabrican argumentos para poder
combatirnos, nos increpaban injustamente el
que no tuviéramos una concepción de largo
alcance del frente, sino criterios meramente
electorales del mismo. Olvidando esta
acusación, algunos de ellos, ante la
evidencia de que los plazos de espera se han
vencido y de que entramos por la fuerza de
los días en el terreno de las definiciones,
nos han propuesto a última hora que
elaboremos una simple plataforma
programática electoral, sin pretensiones
estratégicas, a la cual nos sumemos todos e
impidamos la división de la izquierda. Es
decir, que se merme el programa para que se
engrose el frente. ¿Cuáles serían los
objetivos de semejante avenimiento? Batallar
contra la carestía, contra el desempleo,
contra el hambre, contra el analfabetismo,
contra el estado de sitio, contra las
reformas oligárquicas y en pro de una que
otra reforma progresista. En una palabra,
que utilicemos el debate electoral para
arremeter primordialmente contra los efectos
de la crisis de la sociedad que agoniza y
silenciemos las causas y las soluciones
revolucionarias de aquélla. Triste papel
para una revolución que además de ir a
elecciones manipuladas por sus enemigos y de
someterse por su relativa debilidad a
comicios cuyas reglas de juego son la
negación misma de la democracia, renuncia
voluntariamente a la única ventaja que le
reporta la lucha electoral, cual es la de
educar y organizar al pueblo con las
explicaciones justas concernientes al origen
de todos los males de la nación y de las
masas, sin dejar de condenar concretamente a
los beneficiarios y sustentadores del orden
caótico y despótico que languidece, y sobre
todo con la propaganda y agitación de las
transformaciones revolucionarias que pide y
permite el desarrollo social del país.
Lo
contrario sería contaminamos del oportunismo
de los partidos tradicionales que suelen
maldecir también los resultados de su
catastrófica gestión de más de siglo y medio
y ofrecen en cada período eleccionario
bálsamos que son peores que las enfermedades
que dicen atacar. ¡Acaso López Michelsen,
por ejemplo, no denunció el alto costo de la
vida legado por el gobierno de Pastrana y
alardeó demagógicamente con que su mandato
sería un paraíso de garantías y
buenaventuras! Y tras este mercader de
milagros hubo grandes romerías de creyentes,
incluyendo no pocos conmilitones de la
oposición que disimulaban su impudicia con
los conjuros de que apoyaban lo "bueno" pero
combatirían lo "malo" del lopismo. Hoy el
alza de los precios es varias veces superior
a la de cualquiera de los regímenes
frentenacionalistas y el estado de sitio, al
igual que en los tres decenios anteriores,
ha sido la forma, predilecta de gobernar por
los continuadores de la coalición
liberal-conservadora, proimperialista, con
su cuadro dantesco de obreros, campesinos,
estudiantes e indígenas asesinados,
sindicatos, ilegalizados, universidades
allanadas, dirigentes populares encarcelados
y poblaciones enteras reprimidas y
escarnecidas. Debido a ello, contra toda la
feria de ilusiones, levantamos la denuncia
de que este cuatrienio era antes que nada un
"mandato de hambre, demagogia y represión",
que hoy corean sin distingos los explotados
y oprimidos de Colombia.
Vale
la pena agregar y destacar que la campaña en
cuyos umbrales nos encontramos, a pesar de
sus complejidades y larga duración, se
llevará a cabo en condiciones excelentes
para las fuerzas revolucionarias. Desde los
cuatro vientos nos llega el mensaje del
descontento y la rebeldía creciente de las
masas trabajadoras; el proletariado reagrupa
sus filas bajo sus banderas de clase; los
campesinos impulsan sus organizaciones
independientes de la influencia oficial y
sus acciones estremecen las zonas rurales, y
los estudiantes, educadores y artistas
revolucionarios no le ceden al régimen y con
sus proclamas reavivan el pebetero de la
nueva cultura. La revolución avanza firme,
segura, inconteniblemente. Esto por una
parte, y por la otra, los imperialistas
norteamericanos y la minoría oligárquica
vendepatria que los sustenta afrontan
grandes dificultades en el obstinado empeño
de mantener a Colombia atada a su coyunda.
Sus medidas son cada vez menos efectivas
para apacentar el rebaño. la coalición
imperante se desgasta y fatiga en camorras
internas, sin hallarle una salida
satisfactoria a sus insalvables
contradicciones. La hidra de la corrupción
devora uno a uno los miembros del cuerpo
burocrático-militar del Estado, sin excluir
a la familia presidencial, que descuenta por
derechas sumas incalculables en escandalosos
negociados por los servicios cumplidos a la
patria de los Corleone de las altas finanzas
y de la gran propiedad inmobiliaria. El
pánico les sube con las mutifacéticas
manifestaciones cotidianas de la
descomposición prevaleciente, al ver cómo se
les va desplomando en sus propias narices el
reino dorado que creían sempiterno. Ni con
el espantapájaros del golpe cuartelario
lo-rarán restar el empuje a la revolución,
ya que los desposeídos de las estribaciones
de las tres cordilleras andinas también han
hecho suya la enseña inmortal de Espartaco:
los esclavos no tienen más que perder que
sus cadenas. Y tienen, en cambio, un mundo
por ganar. Por consiguiente saludamos
alborozadamente la crisis, hasta que toque
fondo, a sabiendas de que las cosas han de
dañarse por completo para que puedan
remediarse y comprendiendo que entre más
avanzada sea la noche más cercano estará el
amanecer.
¿En
tan favorable situación cómo vamos, pues, a
encarar los revolucionarios el debate
electoral? Cuando los politicastros de la
reacción han comenzado a hablar contra el
hambre y el paludismo, como lo han hecho
toda una vida, agregando que estas
calamidades del pueblo carecen de color
político, ¿nos limitaremos nosotros a
referirnos a los efectos, mas no a las
causas y soluciones de la crisis? De ninguna
manera. Desmontemos de una vez por todas
este embeleco tan manido. En Colombia el
hambre y el paludismo han sido
liberal-conservadores. Las dolencias del
país y de las masas obedecen a la política
antinacional y antipopular de los partidos
tradicionales, y de sus jefes
desacreditados, principalmente a la entrega
y sometimiento de la nación a la expoliación
del imperialismo norteamericano, a los
privilegios consentidos y multiplicados de
un circulo microscópico de grandes burgueses
y grandes terratenientes por parte de todos
los gobiernos, incluyendo desde luego a éste
que padecemos de la autodenominada
"esperanza" al que constitucionalmente
todavía le falta más de un año de
existencia, pero al que ya le están buscando
con afán en medio de estrepitosa gresca un
sucesor de su estirpe, de sangre fría.
Si
ésas son las causas de su postración, el
cambio salvador que requiere el país debe
partir de la independencia nacional y del
derrocamiento revolucionario de la minoría
acaudalada y tiránica a cargo del Poder
unido de obreros, campesinos y demás fuerzas
laboriosas y patrióticas. Trocar estos
planteamientos orientadores que la
revolución ha ido popularizando en un
proceso ganancioso, por un programa
electoral de reformas, resultaría una
transacción inadmisible. La conquista de la
república democrática de todas las clases
revolucionarias, en pie de igualdad,
representa en la Colombia actual el tránsito
obligado hacia el socialismo; y el logro de
la independencia nacional configura la más
valiosa ayuda que podamos ofrecer a los
pueblos que luchan contra el imperialismo y
por su emancipación. Además, la exhortación
al acatamiento a la soberanía y
autodeterminación de las naciones no es
exclusivamente la bandera para enarbolar
ante los piratas del capital internacional,
sino que debe ser el principio básico del
internacionalismo practicado por los países
socialistas. Sin la defensa consecuente de
la consigna programática de la liberación
nacional y de la nacionalización de los
monopolios jamás conseguiremos unir y
organizar al pueblo colombiano en pos de su
destino histórico, así como tampoco
contaremos con el respaldo determinante del
campesinado a la revolución, sin
solidarizarnos integralmente con su
exigencia más sentida: confiscar la tierra
de la clase terrateniente y repartirla entre
los campesinos que la trabajan. Bastarán
estas victorias revolucionarias para que
Colombia resuelva en lo fundamental los
protuberantes problemas de alimentos,
empleo, salud, educación, vivienda y se
enrumbe hacia la industrialización moderna.
He ahí la esencia del programa que aprobamos
del 18 de febrero y que estamos sometiendo a
la consideración de las fuerzas populares.
En síntesis, como lo precisamos desde 1972,
los revolucionarios no hacemos un programa
para ir a las elecciones, vamos a las
elecciones para promover el programa de la
revolución.
De
igual manera seguiremos una línea de
principios para explicar otros asuntos de
controversia actual, relativos a la
represión violenta, el estado de sitio, la
ordenación antidemocrática de los comicios,
los golpes palaciegos, cual sustentáculos a
los que el imperialismo norteamericano
recurre alternativamente, por intermedio de
las clases serviles, para mantener su
control neocolonial sobre la inmensa mayoría
de países de América Latina. Cuando les
falla uno echan mano M otro sin el menor
escrúpulo. Pregonan que no habrá delitos de
opinión y cuando el pueblo hace realidad el
derecho a la libre expresión, entonces, tras
la cortina de tanques y cañones, amenazan
con que ellos sí tienen una opinión muy
peculiar sobre el delito. Hablan de
concertar con los obreros una política de
ingresos y salarios y, a la hora. de la
verdad, éstos se ven sitiados por las tropas
que a las puertas de sus sedes sindicales
los conminan a aceptar a culatazos las
despreciables ofertas de funcionarios y
patronos. Llaman a decidir las polémicas de
interés público por medio de las urnas pero
si los resultados les son adversos, las
deciden por medio de las armas. Nos sobran
muchas y aleccionadoras experiencias, tanto
de Colombia como de los países hermanos del
Continente, para ilustrar el comportamiento
de esta falsa democracia contra la cual
peleamos y que termina allí donde comienzan
las demandas de las masas trabajadoras. El
presidente Lleras Restrepo, quien aspira a
la reelección, a los dos días de los
sufragios ganados abrumadoramente por Rojas
Pinilla en 1970, detuvo a la jefatura
anapista, implantó el toque de queda a las
ocho de la noche y acomodó un fraude de más
de medio millón de votos para imponer a la
fuerza a Misael Pastrana, el candidato
vencido de la coalición dominante. Ese mismo
año Salvador Allende triunfaba
electoralmente en Chile y el 11 de
septiembre de 1973 entrega con ejemplar
heroísmo su vida, enfrentando a la jauría
uniformada que había jurado tutelar la
constitución y las leyes de la nación
austral. Con el sacrificio del mandatario
chileno expiró la quimera revisionista de la
"vía electoral" hacia el socialismo, que
obnubiló a no pocos luchadores
antiimperialistas y que fue propalada con
especial euforia al inicio de los años 70 en
Latinoamérica y otras zonas del orbe.
Recojamos las preciosas enseñanzas de la
historia y alertemos en esta batalla
comicial a las más amplias masas acerca de
la farsa y del carácter falaz de la
democracia de las clases oligárquicas.
Vinculémonos estrechamente a los obreros y
campesinos para afrontar las provocaciones
del enemigo y preparar, a la luz de la
teoría revolucionaria del Estado, las
condiciones que faciliten al final la
victoria de la toma revolucionaria del Poder
por un frente único de liberación nacional.
Aclarada
la cuestión del programa, la conformación y
desarrollo en las circunstancias colombianas
del frente unido revolucionario, dependen de
unas normas mínimas de relación y
funcionamiento que acerquen y no distancien
a los contingentes partidarios de la unidad.
Sobre ello también encontramos ricas
experiencias a nivel nacional e
internacional. Sin un entendimiento erigido
en el respeto mutuo de las agrupaciones
aliadas no será posible alcanzar la
necesaria y eficaz cooperación para
proseguir exitosamente la lucha contra la
vieja coalición burgués-terrateniente
proimperialista que, a pesar de sus
disensiones internas, aún cuenta con la
iniciativa táctica para mantener, por lo
menos durante un determinado período, la
correlación de fuerzas a su favor. Dentro
del frente la contradicción entre la
autonomía ideológica y orgánica primordiales
y la colaboración y acción conjunta
indispensables de las diversas
organizaciones partidarias, la resolvemos
con los métodos democráticos de la consulta
y discusión, de la crítica y de la dirección
compartida. Siempre hemos creído que el
proletariado colombiano no podrá ejercer su
papel dirigente de la revolución en la etapa
actual, sino a través del frente unido con
las otras clases aliadas y mediante la
defensa y aplicación en lo organizativo de
los principios de la democracia. La intriga,
el estilo de los hechos cumplidos, los
procedimientos hegemónicos y despóticos, la
intromisión en los asuntos internos de los
aliados van horadando la unidad y
transmutando sin saberlo a los partidos
revolucionarios que se distingan por tales
conductas en pequeñas bandas fascistoides.
Nadie en el ámbito de la revolución se debe
sentir aludido por el énfasis que ponemos en
estas premisas elementales. Por el
contrario, pensamos que el esclarecimiento
que se haga al respecto contribuirá a unir a
los comunistas auténticos, a los demócratas
revolucionarios y a los patriotas sinceros
dentro de la poderosa corriente unitaria en
movimiento, que aglutinará a la larga al 90
por ciento y más de la población colombiana
y se constituirá en alternativa redentora de
Colombia.
El
Frente por la Unidad del Pueblo que hemos
decidido fundar los participantes del II
Foro Nacional de la Oposición Popular y
Revolucionaria, pugnará por interpretar
fielmente la línea unitaria de las clases y
sectores antiimperialistas. La escogencia de
Jaime Piedrahita Cardona como máximo
personero nuestro en la batalla electoral
que hoy abrimos, es otro acierto en la lid
en que nos encontramos todos comprometidos
por sacar adelante los vitales intereses de
la revolución. Durante los últimos años de
esta tortuosa marcha, ninguno como él se
destacó tanto en el esfuerzo tendiente a
facilitar el entendimiento de las fuerzas
revolucionarias. Con paciencia, lealtad y
tenacidad ha estado siempre dispuesto a
mediar e intercambiar puntos de vista,
inclusive con quienes, proclamándose
conviventes, malgastaron su ingenio en el
propósito trunco de desbaratar la ingente
labor de rescatar en provecho de la causa
popular lo combativo y avanzado de la ANAPO.
El lanzamiento de su nombre como candidato
presidencia¡ del Frente por la Unidad del
Pueblo, por lo tanto, no encarnará un
impedimento, sino que jalonará la más vasta
alianza que reclaman insistentemente los
comuneros de la segunda independencia.
Quiero,
finalmente, recalcar el sentido de unas
palabras repetidas con frecuencia por Jaime
Piedrahita y José Jaramillo Giraldo, un
llamamiento que quedó insertado en la
Declaración Política del I Foro del 18 de
febrero, algo que el MOIR viene
exteriorizando desde hace mucho tiempo y
simboliza el más ferviente deseo de los
asistentes a este acto extraordinario: el
ánimo inquebrantable que nos mueve a agotar
los medios a nuestro alcance para que contra
la oligarquía lacaya del imperialismo
norteamericano haya sólo un frente de la
izquierda. Continuamos dispuestos a discutir
las diferencias con el Partido Comunista y
demás organizaciones y personalidades
opuestas al régimen, con el objeto de buscar
las soluciones positivas para la creación de
una alianza única, que aproveche por
completo las progresivas dificultades del
enemigo común, la coalición
liberal-conservadora; que siga tras las
metas programáticas de la revolución
libertadora; que se rija por normas
democráticas de relación y funcionamiento;
que no se alinee internacionalmente y que
sepa interpretar en los frecuentes
disturbios de la ciudad y el campo, la
indomeñable voluntad de los sometidos y
acallados de levantarse como otros pueblos
sobre sus propios pies y decidir su porvenir
sin intromisión ajena!
¡Viva
Jaime Piedrahita Cardona!
¡Viva
el Frente por la Unidad del Pueblo!
¡Viva
la unión de los oprimidos contra los
opresores!
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Discurso
pronunciado en el Teatro Jorge Eliécer
Gaitán con motivo del lanzamiento de la
candidatura presidencial de Jaime Piedrahita
Cardona por el Frente por la Unidad del
Pueblo, FUP. Publicado en Tribuna Roja No.
27, primera quincena de agosto de 1977.